La minoría económicamente desahogada se desahoga cada vez más, mientras crece el número de los ahogados en la pobreza más humillante
(Ramón Baltar).- Asegurados de que las propuestas poéticas de Francisco llevan mucho peligro, los del retrovisor empiezan a mandarle recados para que se atenga a la prosa de lo establecido. Así hay que entender el artículo publicado por el eurodiputado popular señor Vidal-Quadras el 25 de julio pasado en su blog acogido por La Gaceta, cuya línea ideológica es bien conocida.
Empieza concediendo que el deseo del papa de tener una Iglesia pobre y para los pobres es conforme con la doctrina de Jesús y por tanto sería traición no ponerlo en práctica.
Pero pronto descubre la oreja advirtiendo del peligro que apareja la petición de derechos sociales sin hacer la debida evaluación de costes, afirmación de la que deduce este diabólico consejo: para tener recursos con que atender sus servicios benéficos y asistenciales la Iglesia está obligada a aumentar su patrimonio inmobiliario, artístico y financiero.
Tal vez cree que los evangelios fueron escritos pensado en las necesidades espirituales de los adoradores del dios del dinero en los templos de Wall Street.
Tan grueso error nace de hacer reflexiones religiosas partiendo de una lectura de la realidad con la lente de una ideología incompatible con la lógica de la compasión evangélica, en este caso la neoliberal.
Lo confirma el bueno de don Aleix al citar el parecer del Hayek: si queremos que todos mejoren su bienestar, permitamos que unos pocos disfruten de posiciones claramente desahogadas. Nula capacidad crítica demuestra quien desconoce que ya estamos en ese escenario y el resultado es justamente el contrario: la minoría económicamente desahogada se desahoga cada vez más, mientras crece el número de los ahogados en la pobreza más humillante.
No molesta a los satisfechos que el papa quiera a su Iglesia volcada en la tarea de dar de comer al hambriento, práctica que de suyo no altera el orden establecido sino que ayuda a mantenerlo. Pero la contundencia con que defiende la causa de los pobres les suena a denuncia profética, a desautorización de las doctrinas políticas promotoras del individualismo asocial y las estructuras de la desigualdad. Ven ahí el germen de la temida revolución.
El Cristianismo es una utopía que busca crear una Nueva Tierra basada en la Fraternidad y la Justicia. El papa Francisco no puede tener en este punto ninguna duda: la pobreza de la Iglesia da crédito a su mensaje, las riquezas lo desnaturalizan.