La cuestión que debemos plantearnos es: ¿de quién queremos depender? Y ¿a quién queremos servir?
(Martín Gelabert, op).- Libertad, ¡oh mágica palabra! Se diría que todas y todos queremos ser libres e independientes. Da grima encontrarse con los amantes de la ley, el orden y el control, o sea, con los que gustan mandar, que son muchos, siempre prestos y dispuestos a recordar que «libertad sí, pero no libertinaje». Si con eso quieren decir que no hay libertad auténtica a costa de la libertad de los demás (ese es el buen sentido del término libertinaje) podríamos estar de acuerdo. Pero sospecho que, en ocasiones, la referencia al libertinaje, es la otra cara de las ganas que algunos tienen de someter a los demás, con lo que ellos mismos incurren en lo que critican.
Una buena libertad debe estar adjetivada. Pero los adjetivos calificativos no deben negar el sustantivo. La libertad calificada no es una falsa libertad, una libertad mentirosa, maquillada, vigilada, algo así como ser libre mientras no me salgo de los cauces establecidos por otro. El bien es el mejor calificativo de la libertad. Otro buen calificativo es la responsabilidad. No conviene olvidar que siempre estamos condicionados y condicionamos a otros, siempre dependo de otros y otros dependen de mí. Por eso, debemos responder mutuamente los unos ante los otros. La independencia absoluta es imposible y, además, inmoral. La cuestión que debemos plantearnos es: ¿de quién queremos depender? Y ¿a quién queremos servir? Porque hay dependencias que oprimen y dependencias liberadoras.
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