Entre luces y sombras, la llamada del papa Francisco de ir al encuentro de las realidades periféricas de la sociedad es un punto de retorno a las raíces, una llamada de vuelta al espíritu del Concilio
(Marco A. Velásquez, en RyL).- Cuando el papa Francisco invita al mundo católico a ir a las periferias existenciales, hay que asumir que ello supone diálogo. Luego cabe preguntarse: ¿cuánta capacidad de diálogo existe en la cultura católica?
La herencia de siglos de cristiandad condiciona esta capacidad, de modo que el diálogo no es un rasgo distintivo de la cultura católica convencional, pese a ser éste un imperativo evangélico. Los efectos de una larga cristiandad definen una impronta impositiva y defensiva, propia de quien cree detentar la verdad; aflora entonces la orfandad típica de quien no ha debido dar razón de sus convicciones frente al cuestionamiento social. Despierta entonces el instinto apologético y se activan los reflejos del antiguo cruzado. La capacidad de diálogo queda herida en su esencia.
De ahí que la apertura a las periferias existenciales enfrente serias limitaciones prácticas, especialmente en esa gran masa de católicos que, acostumbrados a cierta rutina pastoral y sometidos a una integración eclesial de tipo jerárquico, han terminado domesticando su espíritu profético y han quedado desprovistos de capacidades como la apertura, la tolerancia, la mirada aguda y el discernimiento crítico.
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