La visita del Papa a Lampedusa constituye una ‘denuncia profética’ de los atropellos que sufren, frecuentemente, los desplazados
(Umberto Mauro, revista Vida Pastoral).- «Dios hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero y le da pan y vestido» (Dt 10, 19). Este texto del libro del Deuteronomio nos indica con claridad quiénes son considerados, en los tiempos del Antiguo Testamento, «los más pobres de los pobres»: las viudas, los huérfanos y los ‘forasteros‘.
Las primeras porque no tienen quien las proteja; los segundos porque no tienen padres y los terceros porque no tienen patria ni techo donde vivir. Son inmigrantes. La migración, por cierto, es el desplazamiento de personas de un lugar a otro y éste puede darse de un país a otro (migración externa) o dentro del mismo país (migración interna).
La primera, además del desarraigo cultural, conduce a la explotación, bajos salarios, maltratos, discriminaciones, humillaciones y, cuando no se consigue trabajo, pobreza extrema, desesperación, depresión y, seguido, violencia criminal. También la migración interna puede contribuir al surgimiento de siempre más extendidos cinturones de miseria, alrededor de las grandes ciudades, al desarraigo cultural, a la pérdida de los valores tradicionales, a la aculturación, a la desintegración familiar y a la corrupción juvenil, en términos de vicios y delincuencia. Las migraciones juveniles, hoy en día, son el reflejo de la falta de oportunidades, en un mundo siempre más egoísta y excluyente, y síntoma de una peligrosa cultura del ‘desecho humano’.
Buscar mejores condiciones de vida es un ‘derecho humano’ que conlleva, sin embargo, muchas complicaciones, retos y riesgos, sea para los que emigran como para los que deben acogerlos. Desde luego, es un problema complejo por sus múltiples facetas: económica, cultural, política, ética y religiosa. La «movilidad humana», de hecho, ha llegado a ser uno de los problemas más graves que enfrenta, hoy, la humanidad, por la precariedad en que deben vivir millones de desplazados y por la muerte de millones de inocentes en tierras extrañas. Es uno de los desafíos más importantes y controversiales que enfrentan, actualmente, las naciones del mar Mediterráneo en Europa, de África y también de las Américas.
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