Los dos fueron testigos doloridos de la "intervención" de la Compañía por parte del Papa Wojtyla. Y lo sufrieron en silencio, en obediencia, con esppíritu de profunda comunión
(José Manuel Vidal).- El próximo dia 31 de agosto se cumple el primer aniversario de la muerte del cardenal Carlo María Martini, al que podríamos llamar «el Bautista», el precursor, el purpurado que, durante los largos años del «invierno-involución» eclesial mantuvo la antorcha conciliar viva y levantada. Y no era fácil para él. Remar contracorriente sólo está al alcance de los sabios y de los fuertes. Disentir en y desde la Iglesia sólo lo saben hacer los santos y los profetas.
No creo exagerar si digo que, en cierto sentido, Bergoglio es hijo de Martini. De hecho, en el cónclave del 2005, cuando salió elegido Ratzinger, el primer destinatario de los votos que aglutinaba el viejo cardenal (que entró en la Sixtina con bastón, para dar a entender claramente que no era elegible) fueron a parar al entonces cardenal Bergoglio.
A ambos les une, sin duda, su pertemencia a la Compañía. Los dos son «compañeros de Jesús». Los dos vivieron los años de la ilusión del postconcilio y del envío del Padre Arrupe a las fronteras («a las periferias», que dice Francisco) y a luchar por la «fe y la justicia». Sin contraponerlas, sin separarlas. Como los dos palos de la misma cruz.
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