La reciente carta de los obispos eméritos Pedro Casaldáliga Tomás Balduino y Jose María Pires es una llamada y una invitación a todos los obispos del mundo
(Juan Pablo Somiedo).- El telón de fondo de cualquier organización que se precie de serlo, bien sea ésta de carácter social, político, militar o religioso, lo constituyen dos estructuras diferentes en sus formas y quehaceres pero de cuyo correcto funcionamiento y sinergia dependen en gran medida la consecución de los fines u objetivos de la organización.
Los cardenales del reciente cónclave, con pública y notoria preocupación, desempolvada hábilmente por un Benedicto XVI cansado pero inteligente y buen conocedor de los entresijos de la curia, vieron a Bergoglio como una gran escoba, pero no escoba de barrendero, sino escoba de ama de casa o de amo, si se quiere, que las tareas del hogar ahora se reparten entre ellos y ellas. Desde entonces el nuevo Papa ha cogido el toro por los cuernos, expresión muy española ésta, y no ha hecho otra cosa que limpiar la casa: que si el IOR, que si la curia, que si las secciones de la Secretaría de Estado…
Claro que cuando uno se pone a la tarea de limpiar su espacio vital, que el cabrón nazi de Hitler llamaba «lebensraum» en geopolítica, a menudo encuentra que es susceptible de otras reparaciones y puestas al día porque, seamos sinceros, aunque la cocina de gas esté como los chorros del oro, nunca se asemejará a la funcionalidad de la vitrocerámica.
Algo que ya señalaba la constitución pastoral Gaudium et Spes cuando hablaba del divorcio entre la fe profesada y la vida cotidiana. Vamos que, casi sin querer, hemos pasado de la macroestructura a la microestructura. Estos últimos, y no los primeros, son los cambios que verdaderamente pueden percibir tanto los fieles como los pastores encargados de su cuidado y lograr esperanzar y revitalizar a una Iglesia vieja y cansada. Quizás cuando «la santa» llegue a casa no caiga en la cuenta del esfuerzo de limpieza, pero lo que seguro no le pasa inadvertido es que le han cambiado la cocina por otra más chachi y moderna. Y en esto de la microestructura los obispos tienen mucho que hacer o, mejor, dejar hacer. La reciente carta de los obispos eméritos Pedro Casaldáliga Tomás Balduino y Jose María Pires es una llamada y una invitación a todos los obispos del mundo. Pero mucho me temo que algunos harán oídos sordos o interpondrán no pocas resistencias a una transformación que les invita a desprenderse de poder para ocupar el verdadero lugar que les corresponde como servidores de su rebaño y sus curas y administradores de unos bienes que no son suyos.
Muchos, queriendo ser los guardianes de las esencias de la Iglesia de Jesús, argumentan que la Iglesia debe seguir por el camino emprendido tiempo atrás por Juan Pablo II, Papa carismático donde los haya y muy hábil en las relaciones internacionales, pero que, consciente o inconscientemente, desatendió el «oikonomos» o la administración de la propia casa.
Pero no tienen ningún resultado objetivo que mostrar que avale su posición aparte de sus alegatos contra la «progresía mundanizante y trasnochada». Desde los tiempos de Juan Pablo II la jerarquía eclesiástica hizo caso omiso de las veredas hábilmente abiertas por el Concilio Vaticano II para un «aggiornamento» que ya era visto entonces como necesario, y pretendió retomar los antiguos axiomas conservadores. El resultado ha sido templos vacíos o envejecidos en el mejor de los casos, una juventud eclesial que llena las JMJ pero que no pisa la Iglesia, unos seminarios vacíos y un ministerio ordenado convertido en un inmenso coladero bajo el pretexto de un celibato hipócrita que los más no viven y para los menos es una excusa. No deja de sorprenderme que la jerarquía eclesiástica se dedique a condenar y perseguir la homosexualidad entre el clero sin tratar de eliminar las condiciones que posibilitan esto. Actuar sobre las causas siempre es mejor que hacerlo sobre los efectos.
Vistos los resultados a los nuevos movimientos conservadores como el Opus Dei y los Neocatecumenales sólo resta agradecerles el trabajo y el esfuerzo realizado y pedirles amablemente que se retiren a un segundo plano porque ahora toca otra cosa. Toca reformar la cocina aunque a ellos les toque otra cosa. O eso o nos quedamos con una casa anticuada y vacía y encima pagando el recibo de la comunidad.
Lo más urgente, ya lo he dicho en otra ocasión, es que los obispos dejen de ser el problema para pasar a ser, sino la solución, por lo menos el paisaje. Es perentorio implementar los mecanismos de control necesarios para controlar y acotar el ámbito de poder y decisión de los obispos a favor de una mayor colegialidad. Todo esto en el marco de una iglesia que es jerárquica pero que no debe ser dictatorial. Y ya que estamos de reformas en la cocina, se hace necesario controlar estrechamente los programas y los nombramientos de formadores, tutores y profesores de los Seminarios poniendo en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Los formadores y profesores han de ser elegidos de entre los mejores nos recuerda el Concilio, citando a pie de página un texto de Pío XII. ¿Es así a día de hoy?.
Junto a esto, debe reconfigurarse el ministerio sacerdotal dando una mayor libertad a la hora de compatibilizar el ministerio con otras ocupaciones profesionales y con la supresión del celibato obligatorio, reservando éste para aquellos sacerdotes que así lo quieran y para los religiosos. ¿Suena a protestante?. Puede. ¿Eso es malo?. ¿No estamos acaso dándole vueltas siempre al rollo ecuménico?.
En algún otro artículo escribí que no habría nada más perjudicial que continuar igual cuando el propio Papa ha sembrado la semilla de la transformación. Me ratifico en lo dicho y aún digo más. Supondría un grave error subestimar el hastío y el cansancio del pueblo fiel dando la sensación de que se cambia todo para que todo siga igual. Lo mismo es que todo esto es como la leyenda del «timbaler del Bruc» que engañó a todo un ejercito francés con el eco del sonido del tambor en las montañas de Monserrat. De momento y hasta más ver, se impone acoger las reformas «cum mica salis».