Lo que estamos presenciando es ni más ni menos que las resistencias del paso de una iglesia con olor y esencia tridentina a una etapa eclesial que intenta pulir aristas para prepararse en el futuro para los cambios necesarios
(Juan Pablo Somiedo)- No siempre es fácil gestionar una organización, no lo es en cualquier empresa pública o privada pero tampoco en instituciones como las FAS o la Iglesia que, en principio, parten con la ventaja de la obediencia debida a la jerarquía pero que chocan a veces con conceptos como la democracia o la libertad. Se han escrito manuales sesudos sobre management, liderazgo o estrategia organizacional. Unos hablan sobre la coordinación y la sinergia necesarias en cualquier organización, otros sobre el rol de los líderes y otros sobre la importancia de una buena estrategia para la consecución de objetivos y su implementación a nivel táctico y operativo. Ninguno de ellos supera a la sabiduría de los antiguos hombres de Iglesia ni a la experiencia atesorada a lo largo de los siglos por ésta y, sin embargo, salta a la vista que es una de las lagunas de la institución.
La resistencia a los cambios son comunes en cualquier organización. A nadie le resulta cómodo que le cambien de puesto o que cambien las normas de juego establecidas porque el hombre, como bien refleja la pirámide de Maslow, después de tener cubiertas sus necesidades más básicas, busca seguridad o seguridades en plural y la seguridad casa más con lo estacionario que con el cambio. Pero es este punto crucial lo que clasifica a las organizaciones en buenas o malas. Una organización que no sabe afrontar los cambios no está preparada para sobrevivir en un mundo como el que vivimos.
Lo que estamos presenciando es ni más ni menos que las resistencias del paso de una iglesia con olor y esencia tridentina a una etapa eclesial que intenta pulir aristas para prepararse en el futuro para los cambios necesarios. Pero a este Papa le faltan los años que otros han perdido a propósito en un intento vano por congelar el tiempo. En un mundo con una tasa de cambio acelerada no ya linealmente sino exponencialmente hay que tener claros los puntos que deben adaptarse y transformarse, de lo contrario el resultado suele ser desastroso para cualquier organización, incluida la Iglesia. Por aquí y por allá, al resguardo de un Papa que, después de los recientes acontecimientos anteriores a su elección, fue casi obligado a proyectar una determinada imagen de cara al exterior y al interior de la propia institución, están surgiendo voces que señalan senderos antes completamente censurados. Y ante este resurgir solo caben tres opciones definidas: la asimilación que lleva aparejada la transformación, la censura obligada que lleva aparejada la involución o el peligro de la fragmentación.
El aldabonazo desde el área intelectual de un grupo de teólogos alemanes y suizos tuvo su correspondiente seguimiento en el campo pastoral con la figura representativa del sacerdote austriaco Hellmut Schüller. Una vez más el Vaticano encendió sus sirenas de alarma y se prestó a reaccionar siguiendo las viejas pautas establecidas porque una cosa es el relato intelectual de ideas e intenciones y otra muy distinta el paso a la acción. Una separación de curas ordenados legítimamente tan clara y visible que decidieran ejercer su ministerio desligados de Roma traería consecuencias fatales porque existía la posibilidad, no tan remota, de que se convirtiese en el catalizador que encendiera la mecha de la escisión en toda la Iglesia. Como consecuencia tanto Schüller como el padre Ray Bourgeois fueron el primero desposeídos de ciertos nombramientos, y el segundo directamente expulsado. Cabe preguntarse si a día de hoy y con la imagen que ya ha proyectado, el Papa Francisco actuaría de la misma manera que Benedicto XVI. Una actuación como la que hemos descrito acabaría con esa imagen y desacreditaría casi todo su discurso hasta el momento.
Pudiera ser que algo se perfile en el horizonte y algunos, desde dentro e interesadamente, pretendan poner a Bergoglio en un aprieto. Pero aunque «I Papi paisano, la curia resta», este Papa es jesuita y es difícil calibrar las consecuencias de ciertas acciones a la desesperada. Ya se sabe aquél dicho popular que decía que los antiguos clérigos estudiaban la mitad de la carrera para que nadie fuera capaz de engañarlos y la otra mitad para engañar (a mí ya no me tocó, que soy de la escuela reciente. Total que me dejo engañar y no soy capaz de engañar a nadie). Al acabar de escribir estas líneas, me permito la licencia, en un acto singular de atrevimiento, de recomendarle a su santidad la lectura del Breviario político del Cardenal Mazarino y su arte de simular y disimular, aunque presumo que ya se lo habrá leído y lo mismo hasta tiene el original.