Lo siento monseñores, he militado en un partido político y lo encuentro incompatible. No es posible que los partidos políticos sirvan de puentes entre las instituciones y la sociedad civil
(Ángel Manuel Sánchez).- Tratemos el compromiso político de la Iglesia, tratemos de moral pública, es decir de política, y de la ridícula, por exigua, existencia de cristianos comprometidos en la vida pública. Y hagámoslo con realismo y honestidad.
Muchos de los políticos y grandes empresarios españoles se han formado académicamente en centros religiosos y provienen de familias cristianas.
Es una pena tener que ser testigos de:
1) católicos que llegados a puestos de responsabilidad se comportan de manera inmoral, bien por acción bien por omisión (que es otro modo de ser igualmente culpable) y;
2) universidades y colegios católicos de élite que proporcionan una formación en moral religiosa y en compromiso social deficientes, entre otras cosas, porque a menudo familias, docentes y personal de dirección son personas de opuesta filosofía de vida, lo que introduce al alumnado púber en una especie de esquizofrénica y ambigua actitud ante su futuro profesional y ante su vida cristiana. En realidad estos centros son tutelados por las élites, que los financian y nutren de alumnos en una especie de endogamia académica, y no por la Iglesia, que goza en ellos de una mayor ó menor autoridad, con el tiempo más testimonial que efectiva.
Quizás ésta sea una de las razones por la que carezcamos de líderes cristianos en la sociedad civil y en la vida pública y política.
Digo que la Iglesia nos es que lo haga mal, digo que no hace lo suficiente. La autoridad moral es el mayor patrimonio del que goza la Iglesia, pero, ¿la ejerce?, ¿cuando la ejerce lo hace tan tímidamente que parece pedir perdón? ¿Complejos del pasado y del presente? ¿Es que su mensaje social está descafeinado ó lo está su jerarquía? No la ejerce lo suficiente cuando en el debate público se limita a abordar los problemas de moral sexual, aborto y eutanasia. TODAS las estructuras de pecado que corrompen instituciones políticas, económicas y culturales han de ser abordadas por la Iglesia con igual énfasis, pues éste es el objeto de la Teología Moral y de su sub-disciplina, la Doctrina Social de la Iglesia.
Toda elección nos condena irremediablemente a abordar los problemas de moral y de conciencia, es la condición humana. Sin embargo esto hoy, constituye lamentablemente toda una epopeya, porque esta es una cultura silenciadora de la conciencia personal no alienada. Buen ejemplo de ello, es la ocultación sistemática de los suicidios, así como, de las patologías que se llevan extendiendo desde hace años, como la depresión. Triste paradoja: en esta sociedad opulenta se sufre mucho, en esta sociedad hay graves problemas de moral pública y privada.
Los malos ejemplos públicos contagian la moral particular. Las cuestiones de moral pública se ven afectadas constantemente por las decisiones políticas (gastar aquí pero no acá, reformar por aquí pero no por allá, no permitir allí pero sí aquí, decir sí cuando es no, no cuando es sí , etc.) . Así que cuando un obispo critica valientemente la construcción de Eurovegas, ó la reforma laboral y la criticable asignación de recursos públicos, está haciendo precisamente lo que debe, hablar de moral pública. Hay que hablar y mucho, de los problemas morales que surgen en la elección política. La moral es el ámbito donde por excelencia debe pronunciarse la Iglesia. Su ausencia interesada como tema de debate en la opinión pública (y cuando se habla de ella no se sabe ó se hace con desfachatez), ha contribuido decisivamente al envilecimiento de la sociedad y de sus instituciones.
Del liberalismo político hemos heredado ese fatídico reduccionismo de la Fe al ámbito estrictamente privado, es decir, al mero ejercicio de la libertad de culto, que es una auténtica excusa para desdoblar esquizofrénicamente a la persona y doblegar su unidad moral. Del socialismo, un análisis de la realidad materialista y excluyente, una dialéctica de constante enfrentamiento entre las clases ó colectivos sociales, y una concepción de la moral personal relativista. Unos utilizan el Mercado y otros el Estado como santuario. En ambos casos, la Libertad y la Igualdad, son sacralizadas e idolatradas pues se ofrecen como los altísimos fines de la condición humana para colmar sus aspiraciones materiales y como no pueden negarlas, también las inmateriales.
Estas son las nuevas religiones y son omnipresentes en los partidos políticos. Desde dentro, es prácticamente imposible combatir con los principios cristianos sin comprometer (por acción u omisión) la integridad personal.
Como éste es el panorama, la Iglesia nos invita a los seglares a comprometernos en la vida política. Lo siento monseñores, he militado en un partido político y lo encuentro incompatible. No es posible que los partidos políticos sirvan de puentes entre las instituciones y la sociedad civil. La experiencia demuestra constantemente lo contrario. Los partidos son moderadores y árbitros de los múltiples intereses que tratan de definir el interés general (que es como ahora llaman penosamente al bien común) en su propio provecho, cuando debieran preservarlo como bien en sí mismo.
No corresponde sólo a los partidos políticos la definición del bien común. En su definición deben participar el Poder judicial y la Sociedad civil organizada y apolítica (empresas, familias, trabajadores y los medios de comunicación que les dan voz). Debe potenciarse la iniciativa legislativa popular, garantizarse la independencia judicial, y reformarse el sistema de elección de representantes. Cómo esto no pasa, pasa que el Estado no goza de autoridad, pese a que tiene legitimidad. Como la credibilidad lo supone casi todo en los mercados financieros, y ésta ha sido constantemente falseada, muchos no se fían de muchos y la Economía se resiente en perjuicio de la mayoría, expuesta con las reformas al abuso y por tanto al resentimiento social.
¿Qué pretenden nuestros obispos al invitarnos a comprometernos políticamente? Yo os lo diré, pretenden que nos convirtamos en una especie de «Rambo» en misión suicida, dentro de los partidos políticos. Si analizamos la vida de Jesucristo, no se comprometió ni con el partido de los fariseos, ni con el de los saduceos, ni con el los zelotes, ni tan siquiera fundó un partido propio. ¿No es suficiente inspiración esto para la jerarquía? Parece que no.
Si los obispos nos invitan al compromiso político, que ellos se mojen, y por favor, que dejen de hacer llamamientos suicidas. No es cuestión de fundar un nuevo partido político. La Fe no es una creencia, es una experiencia y un Don. La defensa de la Dignidad de la Persona sí es una creencia y sí debe ser una aspiración política, en la que merezca dejarse la piel. Pero, ¿hay que fundar un partido político? Seamos más ingeniosos por favor. Transformar la forma de concebirnos las personas es la forma más difícil, pero la más evangélica de hacer nueva política. Y eso es precisamente lo que hizo Jesús. Un cambio desde el interior, ni desde arriba ni desde abajo, sino desde dentro, eso es lo netamente cristiano. Sin embargo, seguimos pensando en el camino fácil y despótico, de cambiar las cosas desde arriba los ilustrados, desde abajo los revolucionarios. Ambas actitudes niegan la redención de Cristo en el ser humano y amenazan siempre la paz social.
El Mal se viste muchas veces de Bien. El mundo es regido por la necesidad compulsiva de obtención del beneficio, de la satisfacción consumista y de la popularidad como fórmula de alcanzar poder e influencia. Todos los partidos actuales y la gran masa en general han encumbrado la Economía y la prosperidad material como garantes de la felicidad y de la paz social. Paradójico que estas aspiraciones universales tengan un alcance tan individual y tan ajeno a la realidad. Ni todos gozarán de prosperidad (óptimo de Pareto, pues para dar a uno se lo quitas a otro) ni ésta garantiza por sí sola la felicidad.
La Iglesia debe mojarse en este compromiso político no partidista compartiendo activamente con líderes seglares tanto la capacidad organizativa, como la capacidad de influencia a través de sus medios de comunicación, para que desde la sociedad civil exclusivamente, seglares y jerarquía combatan las estructuras de pecado instaladas.
El compromiso público de la Iglesia, y ahí estamos todos, clero y seglares, para ser real debe ser ambicioso y audaz. Hay que aspirar a asumir un papel de liderazgo en la formación de la opinión pública, ámbito indispensable para formar una moral común y no excluyente en la sociedad, donde haya mínimos irrenunciables y máximos a los que aspirar. Hay mucho que transformar, pero desde dentro, ni desde arriba ni desde abajo, desde dentro de la sociedad civil, ámbito público de la Persona. Por supuesto que hay que contar con el diálogo, pero hay que descartarlo cuando no resulta operativo para definir los mínimos, y más aún cuando paralice la necesidad de reacción. La defensa de la Dignidad de la Persona es la base desde la que construir los mínimos, y sus fundamentos múltiples, cristianos y no cristianos, pueden ser objeto de diálogo, pero la reacción es irrenunciable porque la situación de deterioro social es alarmante.
La solidez intelectual con la que cuentan clero y muchos católicos es un capital humano excepcional que contrasta con una mediocre clase política y otros cercanos, que forman la opinión pública de manera sesgada e interesada. Estamos hartos que políticos y grandes medios de comunicación monopolicen la opinión pública. Este modelo se está resquebrajando y la Iglesia debe ocupar los huecos que se producen.
Cuando Poder y Autoridad están confrontados como lo están ahora y en el futuro, enfrentados, el protagonismo debe asumirlo la sociedad civil, y dentro de ella, sin salirse, la Iglesia, como protagonista destacado. Los partidos políticos hace mucho tiempo dejaron de pertenecer a la sociedad civil, por eso la Iglesia no debe fundar un partido político, pues perdería credibilidad y con el tiempo autoridad, la que otorga defender a los débiles, denunciar las injusticias y prestar la voz a la mayoría silenciosa, silenciada y sin pastor, auténtico Pueblo de Dios.
«Una unión moral del pueblo, la visión del país como proyecto y el diálogo como método» (Monseñor Mario Toso). Y un pensamiento y un compromiso de la Iglesia jerárquica más claro, efectivo y sin complejos, puesto que definitivamente hablamos de moral y no de política, monseñores.