Ciertamente que la valentía y la creatividad del papa Francisco, hace que sintamos de nuevo aquel aire renovador que fue el Vaticano II
Ayer 29 septiembre, se cumplieron 50 años que se inició en Roma la segunda etapa del Concilio, que duró hasta el 4 diciembre del mismo año. En esta segunda etapa, las sesiones conciliares se centraron en la discusión del esquema sobre la Iglesia (Lumen gentium), del 1 al 30 de octubre, en los trabajos de los esquemas sobre los obispos y el gobierno de les diócesis y sobre el ecumenismo, del 5 de noviembre al 2 de diciembre.
El mismo 29 de septiembre ya se había distribuido el texto de la Sacrosanctum Concilium, una Constitución estudiada y debatida en la primera etapa conciliar, de octubre a diciembre de 1962.
Esta segunda etapa del Vaticano II, clausurada el 4 de diciembre de 1963, aprobó el Decreto sobre los Medios de Comunicación, así como la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia (Sacrosanctum Concilium), que ponía en marcha la reforma litúrgica, y que introduciría la lengua vernácula en la Iglesia.
Cuando el julio de 1965, ya a finales del Concilio, se celebró en Montserrat el II Congreso Litúrgico, el abad Gabriel Mª Brasó afirmaba: «Hemos de superar cuatro siglos de inmovilismo litúrgico». I añadía: «La lengua moderna es un requisito indispensable para la participación activa, que exige comprender lo que se escucha y lo que se dice». I decía todavía: «Que conste que no se trata solo de entender, sino de aquella connaturalidad que solo la lengua materna puede prestar y que es el conducto más fácil de la oración».
Ya el 1915, el I Congreso Litúrgico de Montserrat nos situaba en pleno movimiento litúrgico, que de alguna manera se anticipaba a la Constitución sobre la Liturgia del Vaticano II y que, como decía el abad Brasó, «nos ponía en el nivel de los países más avanzados, como Bélgica, Francia y Alemania, y en la mejor dirección, la tendencia pastoral que el Vaticano II ha ratificado».
A principios del siglo XX, en un tiempo de devociones privadas, el I Congreso Litúrgico de Montserrat afirmaba el papel central de la liturgia en la espiritualidad cristiana, anticipándose así, a la Sacrosanctum Concilium, un texto que significó un florecer de la primavera de la Iglesia.
El pasado mes de marzo, el papa Francisco calificaba el Concilio como «una bella obra del Espíritu», y se preguntaba: «que hemos hecho de todo lo que el Espíritu Santo nos dijo en el Concilio? El papa se lamentaba porque «hay gente que quiere retroceder, después de 50 años».
Ciertamente que la valentía y la creatividad del papa Francisco, hace que sintamos de nuevo aquel aire renovador que fue el Vaticano II. Un aire de esperanza, de aggiornamento, de renovación, ya que el Concilio, y de una manera particular la reforma litúrgica, fue una revolución y un autentico vendaval del Espíritu.
Ojala que el 50 aniversario de la segunda etapa conciliar, lleve a la Iglesia por caminos de renovación y de fidelidad al Evangelio, como nos pide el papa Francisco.