Se trata de la peor crisis a nivel de desplazamientos forzosos desde el genocidio de Ruanda
(Irene López Alonso)- «Ningún refugiado ha pensado jamás que un ataque militar en Siria fuera a mejorar la situación del país». Así lo asegura Paolo Lubrano, Director País de Acción contra el Hambre en Líbano, tras ver cómo durante los meses de agosto y septiembre (coincidiendo con el auge de la amenaza de intervención extranjera), la cifra de sirios que cruzaron la frontera con el Líbano llegó a alcanzar las 15.000 personas diarias. «Es una cantidad totalmente ingestionable», explica el responsable de Acción contra el Hambre (ACH), cuya organización trabaja con los refugiados del valle del Bekaa, en su mayoría mujeres y niños.
A la situación de vulnerabilidad que padecen los desplazados a causa del conflicto sirio, se suma el drama de la ilegalidad: Se estima que existe una cantidad semejante de refugiados sin reconocer que reconocidos, lo que implica que no se encuentran protegidos por el estatuto legal de los refugiados, y que en muchos casos pueden acabar en prisión por no poseer el visado ni la documentación necesarios.
«Estamos frente a una generación de niños apátridas«, explica Lubrano, «niños que han nacido en los campos de refugiados, que no son registrados, que no hablan, que no van a la escuela». Y que además se enfrentan a enfermedades como la disentería, deshidratación y diarreas crónicas, que ACH trata de combatir mediante programas de nutrición, especialmente durante el período de lactancia.
Sin embargo, «ninguna respuesta de emergencia tiene sostenibilidad», expone el representante de la organización en Líbano. Falta una mirada a largo plazo que dé solución a los asentamientos de tiendas en los que viven ya más de 250.000 personas en el norte de Líbano, para los que ACH construye letrinas y provee filtros de agua, pero a los que no puede devolver su tierra.
«En la frontera de Mesnaa conocí a una mujer que cada día sube la colina para ver si su casa está todavía ahí, si sus campos existen aún, si le queda en su país algo de sus orígenes», narra Jean-Raphäel Poitou, Responsable Geográfico de Acción contra el Hambre en Oriente Próximo. Cuenta que la crisis siria ya se ha cobrado más de 100.000 muertos desde sus comienzos en marzo de 2011, y que se trata de la peor crisis a nivel de desplazamientos forzosos desde el genocidio de Ruanda. Sin embargo, la tragedia sigue también en los campos de refugiados, donde las duras condiciones climatológicas y la falta de asistencia hacen, en muchos casos, que quienes han logrado sobrevivir a la guerra huyendo del país, fallezcan a causa de las lluvias o el frío en los países receptores de refugiados. «Los refugiados sirios tienen miedo al invierno», lamenta Poitou.
«En los campamentos nadie se atreve a pronunciar la palabra guerra. En árabe dicen algo parecido a la situación, pero todavía evitan decir guerra«, concluye Paolo Lubrano. Un claro signo de que el pueblo sirio, a un lado u otro de la frontera, en un bando u otro del conflicto… no quiere la guerra. Espera noticias de paz.
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