¿No resulta sospechoso que queramos adaptar la realidad a nuestras ideas?
(Ángel M. Sánchez)- Posmodernidad en estado político. En este país estamos construyendo la Historia a golpe de realismo político y de ideología populista bajo la dictadura estética de los eufemismos y la dictadura material de las emociones. Para gozar de una convivencia pacífica (nuevo eufemismo que desvirtúa una Paz con Justicia), se hace convenientemente necesario ir pasando página (nuevo eufemismo que desvirtúa la responsabilidad frente a los actos).
Analizando los peores episodios de nuestra historia reciente, los españoles pecamos de parcialidad y vehemencia. Solemos justificar ideológicamente o por pragmatismo político excesos para disimular y pasar de largo sobre las auténticas felonías.
En unos casos la violencia es justificada como arma de defensa de los oprimidos frente a los opresores (marxismo y anarquismo), y en otros, porque el monopolio de la violencia la ejerce el Estado o la Nación conforme a la legalidad o sin ella. La defensa de la clase obrera y/o la defensa de la Nación han constituido las últimas justificaciones ideológicas en Occidente para el empleo masivo de la violencia. Y en España, además con la cuestión religiosa de fondo cual chivo expiatorio o pretexto, para defender la modernidad (la macro-ideología) o para defenderse de ella (la contra-reacción numantina). Un cóctel muy explosivo y muy hispano.
El caso es que es muy propio de las ideologías tratar de imponerse a menudo faltando al respeto o faltando a cosas más graves. ¿No resulta sospechoso que queramos adaptar la realidad a nuestras ideas?, ¿no resulta absurdo pretender que algo tan grande se convierta en medida tan particular y subjetiva? Si algo podemos aprender de la Historia contemporánea, es que el Hombre moderno y posmoderno se rebelan bajo la confianza en el progreso y la tecnología frente a la naturaleza y frente a la realidad objetiva, tratando de ajustarlas a su ideología o a su interpretación subjetiva, y creando tanto a través del lenguaje (eufemístico) como a través de las emociones, las únicas realidades existentes, excluyendo a la realidad objetiva.
El hombre moderno y posmoderno actual es un ideólogo emocional con vocación totalitaria para la ambigüedad, y de culto idolátrico al bienestar. Una criatura que pretende dominar la naturaleza con la tecnología pero que es incapaz de dominarse a sí mismo, por más que de razones a sus emociones.
Desgraciadamente es más fácil matar a una persona que erradicar una mala ideología. Desgraciadamente resulta que está mejor protegida por el Estado la expresión de la pluralidad política que la vida humana. Y digo esto, porque se justifica y se respeta todo, pero ¡ay si de lo que se trata es de proteger una vida humana, y de exigir reparar el daño causado cuando se siega!
Esta es la realidad objetiva que se rechaza: Que para conseguir el cese de la violencia de los terroristas, ha sido necesario dejar de practicar la justicia.
No sólo ha sido una injusticia que asesinos ideológicos (los terroristas) salgan de la cárcel cuando escasamente responden a año por persona asesinada, sino que también es una injusticia que el estado de violencia que ha sufrido España se haya visto favorecido por un Estado español fallido. La omisión intencionada del legislador durante 35 años para consolidar jurídicamente, modificando la Constitución o el Código penal, la proporcionalidad de las penas, al objeto de contar con margen para negociar con ETA, resulta el mayor escándalo a mi juicio, producido en nuestra joven democracia.
¿Es que el fin justifica los medios? ¿Puede haber paz sin justicia? He aquí que respondiendo honestamente a estas cuestiones, hallaremos el carácter inmoral del comportamiento tanto de los terroristas como del Estado.
Soy jurista, y no voy a detallar los aspectos técnicos de la sentencia. Pero esta sentencia cargada de razones de técnica jurídica (la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales) choca con otras razones de justicia material (como la exigencia de responsabilidad conforme a la proporcionalidad entre la pena y el daño causado). La jurisdicción de este Tribunal Europeo (que no de la Unión Europea) tiene alcance limitado, porque no ejerce dicha jurisdicción en base a una cesión de la soberanía española (artículo 93 CE), sino en base a una adhesión al Convenio Europeo de Derechos Humanos que se realizó sin cesión de competencias soberanas (artículo 94 CE). Tiene reconocimiento en España como instancia judicial pero ni única ni suprema en materia de interpretación de derechos fundamentales, pues es el Tribunal Constitucional el único y supremo intérprete de la Constitución, y éste determinó ya la exigencia de proporcionalidad de las penas, con carácter retroactivo porque hizo prevalecer este principio de justicia material sobre una interpretación literal de la norma penal, que con ambigüedad intencionada trataba del cómputo de la pena.
Un episodio que demuestra la pervivencia del conflicto entre positivistas y iusnaturalistas, entre un Derecho asentado en la convención legal y democrática, que al final es conveniencia política, y el Derecho asentado en la justicia material no como principio programático sino como principio jurídico, es decir, vinculante.
Ilusionismo emocional es esa filosofía que dejando pasar, olvidando y perdonando, logra la convivencia pacífica, la cual junto al crecimiento económico constituyen las supremas metas del gobernante moderno. El caso es que en mi conciencia, quizás también en la suya, encuentro algo que opone gran resistencia a todo esto. Cómo dejar pasar y cómo perdonar si aquí nadie pide perdón y nadie repara como es debido el daño causado. Cómo puede valer una vida humana menos de un año de prisión.
En suma, cómo conseguir una Paz sin practicar la Justicia. Me digo, con mal andar y poco recorrido. Una paz conseguida así es cual higuera que no da fruto, estéril y maldita.
Más importante que la solidaridad es la justicia. En todo creyente no se puede practicar la Fe sin practicar la caridad que es de justicia. Sin Justicia todo Estado es Estado fallido. No hay verdadera Paz sin Justicia, ni verdadera Justicia que no implique caridad. Pero cómo ejercer una justicia caritativa si no hay arrepentimiento, si hay engaño y si hay un trato absolutamente obsceno hacia las personas corrientes, a las que toca volver a ver por cierto, a antiguos asesinos y violadores en sus calles, no reinsertables, porque la prisión difícilmente regenera, y no lo ha hecho si el excarcelado todavía se justifica ideológicamente o no tiene cura su patología.
Normal que temamos el odio que genera esta paz pactada, esta convivencia pacífica impostada, esta mala práctica de gobierno y este Estado exitoso cuando recauda, fallido cuando imparte justicia. Quizás los españoles hemos comprendido que aquí ha vencido el miedo (a arriesgar la vida, a perder el estatus, a padecer exclusión social) y no la justicia; que con el Miedo triunfante, todo se hace posible.