Una traducción constituiría para los lectores y lectoras españolas algo así como una excelente brújula para comprender el presente y, esperemos, un amplio futuro de este papado cargado de promesas
(Andrés T. Queiruga).- Francesco Strazzari es el autor del libro-entrevista con Edward Schillebeeckx, de título justamente famoso, «Soy un teólogo feliz». Como enviado especial de la revista italiana Il Regno ha recorrido muchos países del mundo, con reportajes siempre lúcidos y realistas, atento tanto a las ideas teológicas que circulan por ellos como a los condicionamientos socio-políticos.
La llegada del papa Francisco no podía dejar de interesarle, y acaba de publicar su último libro sobre él, con un título que es toda una pista: «In Argentina per conoscere Papa Bergoglio«. Efectivamente, no se ha quedado en la mesa de redacción, sino que, siguiendo su costumbre, ha recorrido el país, ha visitado mucha gente y recabado opiniones de personas que podían ofrecérselas con garantía y competencia.
El libro se presenta además flanqueado en la entrada y en la salida por dos firmas de especial relevancia. El largo prefacio de José Óscar Beozzo proclama su intención en el título: «El primer papa latino-americano». Aprovecha, en efecto, para encuadrar la vida del pastor Bergoglio en el amplio marco de la teología de la liberación, augurando que el papa Francisco no solo legitime el enorme esfuerzo de la teología de la liberación, sino que apoye también a las teologías de África y Asia, nacidas bajo el impulso de la descolonización y de la inculturación del Evangelio.
El postfacio es de Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica de Buenos Aires y estrecho colaborador de Bergoglio, a quien acompañó también como consultor en la Aparecida. Es un retrato profundo, que insiste en su realismo eclesial, en la simplicidad y pobreza evangélica y en el compromiso ecuménico.
El cuerpo del libro parte de un recorrido del decurso de la historia política de la Argentina desde el Peronismo hasta el matrimonio Kirchner, más equilibrado Néstor que Cristina. En esa dimensión, el autor señala que Bergoglio «permaneció siempre firme en tres principios, que señalaron siempre el camino de la colaboración: la necesidad del diálogo, la lucha contra la pobreza y la batalla contra la corrupción«.
Cristina no lo comprendió así y lo vio siempre como un opositor político, y no sin cierta ironía el capítulo termina con estas palabras: «Fue a Roma para la toma de posesión del solio pontificio por parte de Bergoglio. Este le dio un beso y le regaló el documento de Aparecida. Un regalo elocuente» (p. 77).
Trata con exquisita objetividad el caso Yori-Jalics, alude a los problemas del nuncio Laghi, que debió defenderse de fuertes acusaciones de pasividad y acaso de colaboracionismo, y de las pastorales de los obispos, con su diversa recepción, a veces muy crítica por grupos de cristianos comprometidos.
La pastoral social de Bergoglio es analizada en sus puntos principales, subrayando su enraizamiento en el pueblo, buscando apoyarse en sus raíces históricas, el diálogo y la solidaridad efectiva para construir una nación sin injusticias ni marginaciones.
Strazzari sintetiza: «La parábola evangélica del buen samaritano es el esquema para reconstruir la nación y sentirla patria» (p. 90). Como se sabe, la insistencia en el protagonismo del pueblo, más que en el conflicto de las clases sociales, es la marca que la teología argentina quiere dejar como propia en la teología de la liberación; busca aclararlo apoyado sobre todo en declaraciones de Juan Carlos Scannone, uno de sus protagonistas y amigo del papa.
Como cardenal de Buenos Aires, es proverbial su preocupación por los marginados, apoyando con clara predilección a los sacerdotes empeñados en los suburbios. Pero promovió también, con empeño creativo y organización eficaz, siguiendo el espíritu de Aparecida, una «misión bautismal» para convertir a Buenos Aires «en un gran santuario por el cual pasa Cristo muerto y sepultado para encontrarse con su pueblo».
El último capítulo, acudiendo con abundancia a manifestaciones de Virgilio Bressanelli, obispo en la Patagonia, que trabajó codo a codo con Bergoglio, traza de él un agudo y sensible retrato que merece ser leído con cuidado (pp. 101-105), porque da las claves fundamentales de su talante pastoral y, seguramente, de lo que será el pontificado romano.
Ellas explican muy bien que el estilo, las actitudes, los rompimientos y las iniciativas del papa Francisco no son una pose improvisada, sino que nacen de sus más hondas raíces, como opción radical, sobre la que fue construyendo su estilo de vida y su propósito de gobierno y evangelización. Creo que vale la pena citar un párrafo algo largo donde Strazzari sintetiza por su cuenta ese retrato:
«Se ve, pues. Es un pastor que tiene un comportamiento simple, humilde, atento a quien le habla, cercano a todos. Ha hecho para sí la elección de la pobreza y vive de una manera sobria, alguno dice ‘mística’. Es de sobra sabido que viajaba en autobús y cogía el metro. Modesta, casi espartana, su habitación en Buenos Aires, austero su vestido, visiblemente refractario al lujo y al fasto. Parco en el uso de los bienes. Siempre dispuesto a ayudar a los demás. Se recuerda el caso del obispo Podestà, que, dejado el oficio episcopal, se había casado. Bergoglio le estuvo cercano con mucha discreción y respeto. Siempre atento a los sacerdotes. Recuerda Bressanelli que las diócesis pobres del noreste argentino y de la Patagonia fueron las más beneficiadas de su gran amor y de su gran solicitud» (p. 103).
El libro es austero en su estilo, sin grandes concesiones para una lectura fácil. Pero, por eso mismo, de enorme eficacia informativa, porque en pocas páginas sintetiza lo que de otro modo sería preciso buscar en libros enteros. Una traducción constituiría para los lectores y lectoras españolas algo así como una excelente brújula para comprender el presente y, esperemos, un amplio futuro de este papado cargado de promesas.
Las últimas palabras del libro abren a la esperanza. A una pregunta del autor, el obispo Bressanelli responde: «Francisco tiene pulso y aliento suficientes para afrontar los desafíos internos y externos en la Iglesia. Está dotado de capacidad de decisión. Es creativo y sabe motivar a las personas. Le serán necesarios colaboradores válidos».
Francesco Strazzari concluye y creo que nosotros podemos unirnos a él: «No nos queda más que augurarle: ¡Buon lavoro!».