También nosotros debemos abandonar un tipo de Vaticano actual y debemos hacerlo por amor, sin agresividad, sin lucha externa, con ternura y gratitud, con gran pena, por lo que ha sido
(Xabier Pikaza).- Se acerca el fin del ciclo litúrgico y la Iglesia nos sitúa ante el último sermón de Jesús, anunciando la caída del templo:
‒ En un sentido, la destrucción del templo constituye una inmensa tragedia: Implica el dolor de millones de personas (creyentes), la ruina de un admirable sistema sacral, que se había extendido al menos por mil años. Cientos de miles de judíos murieron queriendo defender el templo de Jerúsalén, en la guerra del 67-70 d.C.
‒ En otro sentido, esa destrucción fue providencial para el judaísmo, que pudo superar la crisis, desarrollando así una religión espléndida de fidelidad a Dios y de cohesión social, en medio de la diáspora de los pueblos. Los soldados romanos hicieron así un gran favor a la verdadera religión judía (¡y hoy sería una desgracia para el judaísmo que los musulmanes les «devolvieran» las ruinas del templo!).
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