¡Qué haya que explicar esto a un ministro públicamente cristiano y católico, es terrible!
(J. I. Calleja).- El ministro del Interior, D. Jorge Fernández Díaz, es un político que ejerce el cargo proclamando su condición de cristiano y católico. Es de los que piensa que uno es católico en todos los ámbitos de la vida y como tal debe manifestarlo sin complejos.
Esta convicción es perfectamente legítima si quien la tiene, la combina con un respeto exquisito de la laicidad de la política, y de la diferencia entre la moral civil común y su moral religiosa. No es fácil y el empeño está lleno de sutilezas, pero se puede intentar y, a fe, que hay gente que lo logra. No muchos, pero es posible y va creciendo su número.
El ministro del Interior, D. Jorge, no está entre ellos. Su concepción del catolicismo es neoconservadora en lo doctrinal y, neoconfesional, en lo político. En conciencia, el ministro toma posiciones públicas por mor de su moral cristiana, cuya expresión en palabras y obras no siempre comparto como católico. Ya se sabe que una cosa es la buena conciencia al hacer o decir algo, y otra, que estemos acertando con el bien moral para ese supuesto de la vida en común.
Esta diferencia que a todos nos afecta y que tantas veces nos enreda en contradicciones personales, llega al paroxismo en el caso al que quiero referirme. Toda la prensa se hace eco estos días de que el ministro del Interior, D. Jorge, ha ordenado reponer unas tristemente famosas «cuchillas» en la valla que separa Melilla y Ceuta de Marruecos. Solo se requiere un poco de corazón para imaginar lo que va a suceder; imaginación que no es necesaria pues se trata de volver sobre un camino que ya recorrimos.
He dicho esto último en primera persona, porque el uso de la violencia por mi Estado, – que no de la fuerza legítima -, es mi violencia. No voy a alargarme en adjetivos. El muy católico ministro del interior, D. Jorge, debería entender que por moral civil y por moral cristiana, no puede aprobar esa medida de «las cuchillas», sin culpa moral y política inasumibles.
Nosotros, los ciudadanos, no estamos en su puesto ni tenemos su responsabilidad sobre la frontera de Ceuta y Melilla, pero no queremos a nadie que resuelva las dificultades del cargo político, de este modo. Yo al menos no lo quiero, y muchos otros, tampoco. La fuerza legítima del Estado se ejerce en mi nombre, y si la convierten en violencia, yo no la reconozco. La verdad que me cuesta entender que D. Jorge, y miles de políticos, que dicen estar indignados contra la violencia hecha delito, – más aún en estos días -, avalen colocar cuchillas en una valla como la de Melilla y Ceuta.
Sí, ya sé que en una cuchilla se corta quien trepa ilegalmente por la valla, pero no lo hace injustamente, – casi siempre es por sobrevivir, lo cual es más cristiano y humano que cualquier otro derecho -; y, desde luego, no admitiríamos este remedio contra potenciales delincuentes en nuestra sociedad. ¿Alguien conoce cómo se regula la forma y clase de un vallado en la obra civil española? ¿Por qué no puede el particular poner en su valla unas cuchillas? Por la misma razón que no puede el ministro en Melilla y Ceuta: porque es violencia y no fuerza reglada y legítima defensa. ¡Qué haya que explicar esto a un ministro públicamente cristiano y católico, es terrible!