Dios no ha olvidado nunca a África. Cuando a mí me preguntaban por qué seguía en Uganda en medio de la guerra yo siempre respondía: "La comunidad internacional mira para otro lado, Dios no"
(Jesús Bastante).- «Dios lo quiere«, es el grito que, durante siglos, se ha lanzado, en todas las religiones, para justificar la violencia. También en África, hoy, en mitad de docenas de guerras que asolan el continente, se escucha esta blasfemia, probablemente la más atroz. ¿Quiere Dios la guerra? ¿Cómo vivir la fe en tiempos de guerra? El misionero y bloguero de RD, José Carlos Rodríguez Soto, el único hombre que negoció con Joseph Kony, el criminal de guerra más buscado del mundo, nos cuenta sus experiencias en «Dios y la Guerra» (Ediciones Khaf). Hablamos con él mientras se encuentra en una Centroáfrica que sangra por las demasiadas heridas.
Titulas Dios y la guerra, no Dios en las Guerras. ¿Por qué? ¿Cuál es la relación entre lo religioso y la violencia?
Mi libro es una reflexión larga sobre cómo vivir la fe cristiana en tiempo de guerra, que es la mayor sinrazón y la situación más dura que un ser humano puede vivir. Yo trabajé como misionero en el Norte de Uganda cerca de dos décadas, durante los años de la rebelión del Ejército de Resistencia del Señor (LRA) liderado por Joseph Kony, y durante ese tiempo -como cualquier otro creyente en una situación parecida- me hice mil preguntas sobre el dolor humano de los más inocentes y el silencio de Dios, de quien llegas incluso a dudar de que esté presente. En situaciones de violencia hay tres posibles escenarios que tienen que ver con lo religioso: hay quienes justifican la violencia en nombre de la religión, hay otras personas para las que la guerra acaba por sofocar su fe y dejan de creer, y finalmente muchos otros buscan inspiración y fuerza en Dios para luchar por la paz y poner fin a tanto sufrimiento.
– ¿Qué sentiste al estar tan cerca de Joseph Kony? ¿Es tan fiero como nos lo han pintado?
No le encontré nunca cara a cara, pero en una ocasión sí que hablé con él por radio una hora, en plena selva y rodeado de sus guerrilleros durante una de las conversaciones de paz. Es una persona que parece haber nacido para hacer el mal en sus formas más extremas y es un verdadero experto en manipulación mental. Recuerdo cómo comenzaba en un tono muy amenazador con el propósito de confundirte y amedrentarte y a los dos minutos se ponía a reír y a decir que eras su mejor amigo… así se pasó una hora intentando embarcarme en lo que yo llamo «la montaña rusa emocional». Yo mismo le he oído en las comunicaciones que tenía con sus unidades dando órdenes de masacrar a pueblos enteros, incluyendo niños y ancianos, de las formas más crueles, a golpe de machete, quemándolos vivos en cabañas… y después lo niega todo y dice que él nunca ha ordenado secuestrar a niños ni matar a civiles. Las personas más malvadas son también las que mienten con más descaro. Lo peor de todo es que él siempre ha presentado su lucha como un intento de implantar un régimen basado en los Diez Mandamientos… los mismos que él mismo y los suyos han roto siempre de forma sistemática.
– ¿Por qué África? ¿Es la gran olvidada, también de Dios, para sufrir tanta violencia?
Dios no ha olvidado nunca a África. Cuando a mí me preguntaban por qué seguía en Uganda en medio de la guerra yo siempre respondía: «La comunidad internacional mira para otro lado, Dios no». Después de las independencias, en África hubo un premier periodo, durante los años 60, 70 y 80, en los que la mayor parte de las guerras eran extensiones de la Guerra Fría desarrolladas por las grandes potencias en territorio africano, como fue el caso de Angola y Mozambique. Durante los años 90, tras la caída del muro de Berlín, las guerras cambiaron de carácter y se convirtieron en luchas despiadadas por el control de los recursos, sobre todo minerales, como fue el caso de la República Democrática del Congo donde se calcula que de 1996 a 2003 hubo cinco millones de muertos. Hoy las cosas han cambiado mucho y para bien, porque ahora mismo en África hay muchas menos guerras que hace diez o quince años: las guerras africanas de hoy suelen ser internas, raramente entre Estados, y con predominio de la nueva figura de los «señores de la guerra», verdaderos criminales que controlan ejércitos casi siempre compuestos de menores soldado o jóvenes procedentes de ambientes de pobreza extrema, que se hacen de oro con el control de minas o de marfil, y con los que imponen un régimen de terror a poblaciones a las que desplazan por cientos de miles. Este es el caso de Joseph Kony y el LRA, que con apenas unos pocos cientos de combatientes sigue desplazando a cerca de medio millón de personas entre la República Centroafricana y la República Democrática del Congo. Tampoco hay que olvidar el nuevo fenómeno del yihadismo, que en muy pocos años se ha instalado en zonas de África que escapan al control de los Estados.
– ¿Seremos capaces en algún momento de dejar de poner el «Dios lo quiere» para justificar la muerte y la destrucción?
Son muy pocas las personas que tienen la insensatez de justificar la violencia en nombre de Dios. Entre los cristianos con los que he tratado en África creo que son poquísimos los que me he encontrado que defiendan esa barbaridad, y casi siempre son personas que más que justificar la violencia lo que hacen es expresar el agotamiento y la desesperación de vivir en esas situaciones, diciendo que «a lo mejor es que Dios quiere que suframos». Incluso entre los musulmanes, los partidarios de la violencia son una minoría. Uno de los líderes religiosos con los que he tratado más en Centroáfrica, donde trabajo desde el año pasado, es el Imam Kobine Layama, presidente de la comunidad islámica en el país. Ante los atropellos realizados por los rebeldes de la Seleka, que son en su mayoría musulmanes, siempre les ha plantado cara para decirles que el Corán no predica la violencia, sino la paz, y que los que matan, saquean y violan no son verdaderos seguidores del Islam. Por decir estas cosas ha llegado a ser amenazado incluso por algunos de los generales de la Seleka.
– En tus relatos, muestras el horror, el miedo, pero también dejas la puerta abierta a la esperanza. ¿Dónde podemos encontrar hoy esa esperanza en Centroáfrica, donde resides?
Claro que hay esperanza. Yo trato a diario con personas de los barrios de Bangui, cristianos y musulmanes, que luchan por la paz y que son capaces de jugársela por defender a sus vecinos cuando hay ataques. Hace poco me impresionó ver a la mujer de un buen amigo mío que fue al hospital a cuidar a un ex guerrillero de la Seleka que formaba parte de una banda que saqueó su vivienda. En África hay conflictos muy mortíferos, pero también suele haber una cultura de la reconciliación y el perdón que nos da cien vueltas a los civilizados europeos. Yo en España he oído en poquísimas ocasiones a las víctimas del terrorismo hablar de perdón y el discurso sigue siendo que los terroristas se pudran en la cárcel, que vivan aislados, etc. Esto en África es impensable. No se trata sólo de que los africanos que sufren a causa de conflictos encuentren esperanza, sino de que nosotros mismos, los que procedemos de los países ricos, encontremos esperanza en los grandes valores que ellos nos pueden ofrecer para que aprendamos a ser más humanos.
– ¿Es real la persecución a los cristianos en ese rincón del mundo? Descríbenosla
Ha habido una verdadera persecución contra los cristianos por parte de la Seleka desde diciembre del año pasado. Son innumerables los ataques violentos contra instituciones de la iglesia Católica: saqueos y destrucciones en iglesias, casas parroquiales, centros sociales, centros de salud, seminarios… sólo en la diócesis de Bangassou, por ejemplo, robaron o destruyeron todos los coches de la Iglesia, 39 en total. La Nunciatura evaluó hace pocos meses en seis millones de euros las pérdidas que la Iglesia católica sufrió a manos de estos guerrilleros, que en muchos caso también han agredido y amenazado a sacerdotes y religiosas, y han llegado incluso a interrumpir la celebración de oficios religiosos entrando en iglesias disparando. Lo peor de todo esto es que algunas comunidades de mayoría cristiana, sobre todo en el Noroeste del país, han reaccionado tomando las armas y atacando no sólo a unidades de la Seleka, sino también a sus vecinos musulmanes, llegando a matar a civiles inocentes. Los obispos católicos han tenido la lucidez de salir al paso de estos actos de venganza y diciendo de forma muy clara que ningún cristiano puede tomar el camino de la violencia.
– ¿Hemos dejado, en la Iglesia, de ser el «hombre blanco» en África?
Desde luego, y desde hace ya bastante tiempo. En la diócesis donde yo trabajé en Uganda, a mediados de los años 80 los misioneros europeos éramos la mayoría de los sacerdotes y religiosos, y si vas ahora a esa misma diócesis te encontrarás con que los misioneros son apenas un puñado de expatriados que ya no están en el asiento del conductor y que colaboran con la Iglesia local, que tiene toda la responsabilidad en sus manos. Incluso dentro de los misioneros puedes encontrarte con una comunidad de cuatro en la que hay, por ejemplo, un togolés, un keniano, un peruano y un filipino. Los blancos son menos y la Iglesia es más universal. Sin embargo en África hay situaciones muy distintas según los países y, por ejemplo, en Centroáfrica hay menos clero local y más misioneros, aunque las cosas están cambiando de forma muy rápida.
– Francisco está llenando de esperanza a buena parte del mundo. ¿También a África?
Claro que sí. La gente en África recibe su información sobre todo por la radio, y la mayor parte de los católicos y no católicos africanos han tomado buena nota de que su primera visita fuera de Roma fue a los inmigrantes africanos de Lampedusa, escuchan con atención sus mensajes muy directos y comprensibles y sobre todo siguen sus gestos de cercanía y de una Iglesia para los pobres. En África hay obispos que también llenan a la gente de esperanza y dan el do de pecho en situaciones de injusticia que claman al cielo: me vienen a la mente el arzobispo de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, que se la juega a diario yendo a mediar cada vez que hay un estallido de violencia, el arzobispo ugandés de Gulu, John Baptist Odama, con quien trabajé muchos años, que medió con los rebeldes del LRA y llegó a pasar varios días durmiendo en la calle con los niños que escapaban de los ataques de la guerrilla, el obispo retirado de Sur Sudán Paride Tabán, y muchos otros que han pagado su compromiso con su vida, como monseñor Christophe Munzihirwa a quienes las milicias ruandesas mataron en Bukavu en 1996 por denunciar los abusos contra la población y el negocio de los minerales que alimentaba la guerra en el Congo.
– ¿Qué le pide África a Bergoglio?
Perdóname si le doy la vuelta a la pregunta: yo empezaría por preguntar ¿qué le pide el actual Papa a África? Sus mensajes a los pastores para que tengan una vida simple, que «huelan a oveja» y que estén al lado de su pueblo tienen que ser tomados en serio por algunos de los obispos y curas africanos que desgraciadamente se siguen comportando como si fueran jefes tribales a los que nadie puede cuestionar, que hacen lo que les da la gana con el dinero y que se callan ante los que tienen el poder cuando el pueblo sufre situaciones de opresión. Muchas de estas cosas, por cierto, ya las dijo Benedicto XVI en su exhortación «Africae Munus» que recogía las conclusiones del segundo Sínodo africano y que toca de forma muy directa los problemas más acuciantes de África y de la Iglesia en este continente. Si además preguntamos «qué le pide África a Bergoglio», pienso que los africanos quieren lo mismo que el resto de los católicos y los no católicos: que les dé la esperanza del Evangelio y que les defienda ante un orden económico mundial injusto e inhumano, al que el Papa se refiere tanto.
– Invítale, dale razones para visitar el continente
Son los propios africanos quienes le invitan. Yo, por mi parte, espero que su primer viaje a algún país de este continente sea muy pronto.