La Iglesia al evangelizar, - socialmente hablando -, tiene que denunciar, consolar y ayudar, promover y restaurar y, finalmente, transformar estructuras
(José Ignacio Calleja).- Los primeros comentarios de urgencia sobre la Evangelii gaudium (EG) de Francisco se están haciendo esperar. Fuera de la Iglesia, – en los medios de comunicación de masas -, sí hay revuelo del liberalismo económico doctrinal frente a la Exhortación Apostólica, pero en el seno de la comunidad cristiana la digestión inicial está siendo lenta.
Se trata de un texto largo, – (unas 140 páginas) -, que merece un análisis ponderado. También puede ser que haya descolocado a muchos. Creo que esta razón es la más probable.
No conviene precipitarse y espero no faltar a este prudente consejo. Comparto sin más una primera impresión que la lectura del texto me ha causado. Como alguna vez he dicho, tengo esta manía de comentar de inicio y sin mayor pretensión académica, los documentos eclesiales de especial relevancia. Nada que pueda durar; simplemente un texto que se suma a un diálogo pastoral que irá ganando importancia.
Comenzaré repitiendo que el texto es largo; yo considero que demasiado. El Papa lo advierte y pide comprensión. La tiene.
Muy importante, por clara y sentida, la modestia magisterial con que ofrece toda su enseñanza y la advertencia del riesgo que quiere correr en las concreciones. En el caso de la dimensión social de la evangelización, destaca su encomienda a Octogesima adveniens 4, la Carta Apostólica de Pablo VI, casi olvidada en la última DSI por considerarse «poco doctrinal».
Por otra parte, la exhortación se lee bien, incluso muy bien. Es fácil. Solo hay un pasaje que me sorprende por innecesariamente complejo; son los números 221 a 237, donde el Papa desarrolla cuatro principios sobre el bien común y la paz social. Por supuesto, me puedo equivocar y no dar el valor requerido en una primera lectura al modo de esa disquisición. No al fondo, sino a la forma elegida. Rompe con el estilo diáfano del conjunto. La propia formulación del cuarto principio, – son cuatro los que allí se muestran -, bajo el título el todo es superior a la parte, es delicada. No veo que el texto requiera ese grado de abstracción.
La Exhortación está escrita por alguien que ha vivido en la Iglesia desde muy adentro y ha pasado por todas las situaciones desde muy abajo. Él es Francisco, – por supuesto -, recontando toda su experiencia pastoral en la evangelización, y entresacando punto por punto las mil tentaciones y dificultades que la mayoría de los cristianos hemos tenido. El estilo es pormenorizado por demás, y el resultado, extraordinariamente directo, fraternal y exigente. Sorprende mucho que se adentre con tanto detalle en algunos contenidos; por ejemplo, en la homilía (nn 135-144). La verdad que no me imaginaba al Papa dando pautas tan precisas sobre esa u otra mediación evangelizadora.
La Exhortación refleja desde luego la voluntad de Francisco de impulsar un cambio muy profundo en la Iglesia. Está convencido de que ese cambio tiene que venir por la conversión de todos los cristianos, – y particularmente, de los Obispos, sacerdotes y consagrados -, al Amor de Dios en Cristo, y esto no puede sino generar actitudes y comportamientos de caridad, justicia y libertad, prácticamente alternativos a los que hoy tenemos. En concreto, esa conversión se traduce de mil modos para el anuncio de la fe y para la celebración de la fe, pero sobro todo, se traduce en una entrega rotunda, afectiva y efectiva de la Iglesia a los pobres.
En cuanto a la caridad y el compromiso por la justicia con los pobres, para Francisco, no hay trampa ni cartón. Los pobres son su obsesión porque lo son para el Evangelio de Dios, Jesucristo. Francisco no admite espiritualizaciones de la realidad de los pobres que evite hablar que se trata de excluidos sociales; ni admite solidaridades que no se traduzcan en ser pueblo-gente con los más vulnerables y débiles de cada lugar; se trata de vivir con ellos y como ellos, amarlos con la hondura de Jesús, y empeñarse en su inclusión social contra la inequidad estructural que los margina y excluye.
Si la Iglesia, si los cristianos todos, – si los evangelizadores más cualificados -, no aciertan a coger esta preferencia existencial y teologal, moral y política, también -, no hay evangelización cristiana, ni futuro eclesial que merezca la pena. El futuro es un ir tirando. La radicalidad de la Exhortación en esta condición social de la evangelización, – desde, con y para los pobres -, es tan rotunda que yo no me la esperaba. En este aspecto tan fundamental, no me extraña que buena parte del Episcopado, – y de la Iglesia -, esté tiritando de vértigo ético y teologal. (Estemos).
El Papa creo que espera que esta conversión de todos a los pobres, – y por tanto, al Dios que tanto los ama en Cristo -, signifique una posibilidad cierta de reforma de la Iglesia en sus estructuras de gobierno y decisión, y esto en todos los niveles. Entiendo que esto es lo que insinúa en algunos momentos, y que esta confianza es la que le mueve. Puede que excesiva. No lo sé.
Los pobres son ante todo personas, pueblo, gente, – no un concepto social abstracto, ni espiritual siquiera -; personas en situaciones imposibles por injustas y extremas, a manos de otros más poderosos; son pueblo; son «la gente». Y los pobres son estructuras que los excluyen y marginan. No hay remedio para ellos sin amor, ni lo hay sin transformación de las causas ideológicas y materiales de esa inequidad. Una palabra mil veces repetida.
La Iglesia al evangelizar, – socialmente hablando -, tiene que denunciar, consolar y ayudar, promover y restaurar y, finalmente, transformar estructuras. Ella tiene que dar con formas de hacerlo sin convertirse en un Estado. Francisco parece saber cómo. (De hecho, lo intenta desde Roma desde el primer día. Pienso en Siria, y en Lampedusa, y pienso en los más diversos lugares donde está interviniendo).
A la evangelización en su dimensión social, le importa ante todo, lograr la equidad social y la inclusión de los pobres. Pero hoy por hoy es imposible. El sistema social y económico es injusto en su raíz antropológica, en su raíz ética y en su raíz material. Materialmente, hay unas estructuras sociales en las que cristaliza el pecado social y que provocan inequidad social y exclusión de los pobres. Destacan en ellas, la libertad absoluta de los mercados y la especulación financiera. Ideológicamente, esas estructuras se sostienen en una falsa concepción del crecimiento que por derrame o desbordamiento acabará con la pobreza; y, éticamente, esas estructuras se sostienen en la idolatría del dinero y sus derechos absolutos. El efecto final es que la persona en cuanto tal ha desaparecido, los pobres son excluidos, y pueblos enteros pasan a la situación de superfluos (nn 54-59 y 202):
«Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera, y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es (la) raíz de los males sociales» (n 202). De su superación deriva la posibilidad cierta de la paz social.
La evangelización requiere del Espíritu, y requiere «espíritu». De otro modo, cada uno va a remolque de sus cálculos, opciones y temores personales. Nada que pueda durar ni cautivar a nadie.
La evangelización es un don de Dios a la humanidad; no hay por qué esconderse o vivir en el temor por la cultura y el mundo modernizantes. La gente conecta muy bien con el mensaje de misericordia, alegría y justicia que la fe propone.
Concluyo: es evidente que he retenido ante todo la dimensión social de la evangelización. Cualquiera entenderá que si trabajo ese ámbito teológico y pastoral, me haya interesado por él. Pero no es tan casual. La exhortación tiene la marca de la justicia social, – de la equidad social -, para con los pobres, – sacramento de la fe -, en toda su extensión. No estoy forzando el texto. Francisco la lleva tan lejos y es tan claro, que a veces me ha parecido un análisis social demasiado seguro para ser un texto del Papa, pero me alegro de que sea más clarividente que yo, y más osado. Ya ha dicho que no hace teoría social. Me gusta que el Papa me desborde. Puede que sus prácticas públicas y eclesiales subsiguientes me sepan a poco. Pero, sí, – como dice -, «los pobres nos evangelizan -.
(Solo hay un número sobre los pobres, el 200, que chirría un tanto en el conjunto; el lector verá por qué; no es que sobre, sino que llama la atención el acento que toma. Por el contrario, – otra observación -, Francisco solo una vez utiliza el concepto ley natural y es de pasada. Y otra más, las citas de Benedicto XVI, – un Papa por el que siento todo respeto -, son bastantes, pero todas ellas de escaso valor ideológico. Lo mismo sucede con las de Juan Pablo II. Esto habrá que verificarlo más despacio. Son detalles).
Por otro lado, la sorpresa ha sido muy grande. Al final del Sínodo sobre la Evangelización, un Obispo que participó de lleno en el Aula, me reconoció que la clave social de la evangelización apenas se había considerado. La propia Cáritas sintió que su aportación doctrinal apenas había resonado en el documento final. Francisco le ha dado un vuelco a esto. Son palabras, es verdad, pero aquí hay una intención de fondo que vamos a ver si la Iglesia Católica lo puede digerir. No es lo que vayan a cambiar algunas normas de la Iglesia, – especialmente, en cuanto a la mujer en la Iglesia y en cuanto a la Comunión Eucarística -, es que la opción de fondo va en serio, y alguien tiene que ceder y mucho, si esto va a salir adelante. ¿Habrá tiempo? ¿Lo asumirá la Iglesia de hoy y de pasado mañana, cuando Francisco no esté? ¿Podrá él mismo imprimir este «espíritu» en Roma y las iglesias locales? ¿Se echará a un lado mucha gente que en la Iglesia ha pretendido una noción pastoral y social muy distinta, por no decir contraria? ¿Estamos en condiciones muchos cristianos de flexibilizar nuestra mente y hábitos a estas llamadas?
Espero. Confío. Me sumo en todo lo que pueda.