Pero una cosa es lo Sacramental, lo verdaderamente sacramental y de verdadera Iglesia, y otra lo que es Poder
(Ángel Aznarez, notario).- «Jesús, al ver aquello (vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y cambistas de dinero) hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas. Y a los vendedores de palomas les dijo: «Quitad eso de aquí. No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado». (Evangelio de San Jua).
Los temas matrimoniales y, en general, los que tienen relación con lo sexual, levantan pasiones y tormentas. Es como si se hiciera un corte o incisión en zona inflamada; mucho dolor e hinchazón. Esto no es ajeno a la Iglesia católica, más bien diría que muy próximo, pues, al parecer, muchos católicos, laicos y sobre todo clérigos, son excitados o perturbados por lo sexual y lo matrimonial.
De ahí que escribir sobre ello, incluso desde el interior de la «casa» y con todos -son muchos- los «papeles sacramentales» en regla, sea de alto riesgo. Claro que eso asustará a melindrosos y remilgados, no al que leyó el Evangelio y el libro del profeta o nabi Daniel «Daniel en el foso de los leones y el Sueño de las cuatro bestias», permaneciendo seguro aún siendo uno de «Los jóvenes hebreos en la corte de Nabucodonosor».
Muchas pruebas tenemos de cómo el tema del matrimonio, los problemas de la vida conyugal, y del sexo en general, levantan polvaredas y vendavales dentro de la Iglesia. Una prueba -entre varias- fue lo ocurrido en el Concilio Vaticano II. Ante tanto cisco y tensiones en torno al capítulo del matrimonio y la familia en el esquema XIII (Gaudium et Spes o «Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy»), Pablo VI retiró de las discusiones conciliares el asunto del Birth control o de la píldora, confiándolo a una comisión secreta y no conciliar, en junio de 1964 (comisión que, por cierto no duró mucho), y pidiendo con insistencia, según el libro de Christina Pedotti La batalla del Vaticano (2012), que el capítulo sobre el matrimonio condenara el uso de cualquier medio anticonceptivo que no fuera la castidad.
También, para evitar ciscos y tensiones, el 11 de octubre de 1964, el Secretario General del Concilio leyó en alta voz una carta de Pablo VI dirigida al cardenal Tisserant en la que se decía: «de ninguna manera es oportuno un debate público sobre este tema (el celibato sacerdotal), que exige suma prudencia y es de máxima importancia». Quien desee profundizar en las turbulencias sobre el tema sexual y matrimonial en el Concilio, que lea las actas del mismo.
Confieso que hoy, no obstante mi fidelidad de oveja no descarriada, al leer los muchos párrafos dedicados en el Catecismo al Sacramento del matrimonio («Sacramentos al servicio de la comunidad»), sigue sorprendiéndome la reiteración -obsesiva- con la que se trata el mismo y su indisolubilidad. Por todo lo anterior, pregunto: ¿Qué es lo más fácil y seguro? Pues dependerá -me respondo-; que si se quiere hacer «carrera eclesiástica» -el llamado carrerismo- del que tanto se quejaba mi bendito Benedicto, lo mejor es lo de siempre: escribir y escribir páginas de lo mismo, incluso en L´Osservatore Romano, sin salirse una línea del guión oficial y seguro. Eso, a los que no estamos ni en salidas ni en metas de carreras eclesiásticas, nada nos interesa; de ahí los lujos que nos permitimos.
El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica EVANGELII GAUDIUM, de esta misma semana, escribe: «No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados». Totalmente acertada esa oración gramatical, y, con el máximo respeto, digo a mi Obispo de Roma que, además de no ignorar, hay que tomar ya medidas, pues está en juego eso tan importante que se llama la credibilidad y la confianza, que consiste en hacer lo que se dice que se ha de hacer.
Y en esa línea, de la simple literaria (en el mejor de los casos), está el artículo sobre la indisolubilidad del matrimonio La Forza de la Grazia, del arzobispo Muller, Prefecto para la Doctrina de la Fe, que, a mi juicio, me pareció debole y diabolo (por ser separador), aunque comienza con la fuerte palabra Forza. Y pregunto al Prefecto, con mis respetos y consideración: ¿Qué antropología científica es esa que considera il valore antropologico del matrimonio indissolubile, pues aquí tengo otras que dicen lo contrario?
Y lo peor: a muchos nos pareció que, con ese artículo, el Arzobispo quiso quitar alegría a las palabras «alegres» del Papa Francisco a la vuelta de Río de Janeiro, mientras volaba entre nubes. Que, para bombero, apagador de incendios, excelentísimo y reverendísimo monseñor Müller, ya tenemos al mejor, al Padre Lombardi, admirado y admirable, por lo que hace en el escenario, a la vista de todos, y, sobre todo, por lo que hace escondido tras las bambalinas. ¡Padre Lombardi, Padre Lombardi, todo un Rudolph Nureyev, en el Vaticano!
Y aquí surge un problema, muy interesante teniendo en cuenta que el pasado domingo, 24 de noviembre, fue la fiesta de Cristo-Rey. Sé de la naturaleza sacramental del matrimonio -no me canso de repetir que en lo dogmático y litúrgico me considero ortodoxo-, pero no puedo aceptar que se prive a los católicos de lo que dijo en el aula del Concilio Vaticano II Monseñor Carlo Colombo, el gran teólogo del Papa Pablo VI (1909-1991): «El Derecho natural de todo hombre a buscar la verdad, especialmente en el campo religioso y moral, y a seguirla según el modo como se manifiesta a la conciencia de cada uno. De esto deriva la libertad de investigar, y que la mente humana ha de rendirse a la razón y no a la coacción».
Y añado: ¿Eso último no pidió mi bendito Benedicto, el maestro de Müller, y lo está repitiendo el Papa Francisco? ¿También en esto debemos desobedecer a los papas? Sí, sí dirán todos, incluso aquellos partidarios de la hermenéutica original a base de argumentos a contrario y ad absurdum; es decir, que para entender lo que el Papa dice o escribe, hay que leer o escuchar a contrario.
La fiesta de Cristo Rey, el domingo, escuché dos homilías, ambas excelentes. La primera fue en la Misa dominical (12,30 horas) en la Iglesia de Santo Domingo (Oviedo), escogida aleatoriamente. El predicador, Fray Ricardo Agüadé, de la O.P. -al que no conocía, pues acostumbro a estar presente sin presentarme- predicó lo siguiente: «Cristo fue el antimodelo de rey; su lógica no fue la dominación ni la de los sistemas opresores y Cristo propone y no impone».
Añadió: «El pecado del ser humano es un pecado de poder, origen de los demás pecados (avaricia, soberbia, mentira, lujuria y miedo». Y continuó: «La tentación del poder, económico, social y religioso, que oprime y machaca a los demás, persigue a Jesús hasta el desierto de la Cruz, y, en todo momento, lo rechaza y denuncia». Y concluyó: «Es una pena que muchas veces en la vida eclesial, reproduzcamos los modelos de reinado, no de Jesús, sino de este mundo».
(Por el interés de esa predicación, suscitado en mí desde el inicio, la tengo grabada en mi portátil).
La otra homilía fue la del Papa Francisco, en la Misa de clausura del Año de la Fe, ese mismo domingo. El Papa, que detesta al igual que este modesto «yo» la «papolatría», cada vez me conmueve más (recuerdo lo del 3 de noviembre), con sus textos extraordinarios. Empezó Francisco destacando la centralidad de Cristo, en la creación y ¡ojo! en la reconciliación, en el pueblo de Dios y en la Historia, y concluyó con la centralidad de Jesús en nuestros deseos de alegría y de salvación». En medio predicó: «Jesús pronuncia solamente la palabra perdón y cuando el hombre tienen el coraje de pedírselo, nunca deja caer tal demanda».
No deseo molestar -no quiero molestar- si escribo que me acuerdo del grito del gran teólogo dominico que fue Congar: «¡Más Cristo y menos Iglesia!». Y ese sentido recuerdo se hace sin la tentación mínima de luteranismo y sin buscar hogueras ni anathema sit–un excomulgato como Zaqueo–.
En la Exhortación Apostólica EVANGELII GAUDION, El Papa Francisco escribe (47): «La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre…Tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera…Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia».
Más adelante (112) escribe: «La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia». «Esta salvación -escribe en el apartado 113- que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos y Dios…». Estos textos en lenguaje sencillo y no el laberíntico, con gorgoritos filarmónicos -que también me gusta mucho- de Benedicto XVI, se hicieron públicos el 26 de este mismo mes y año.
Pues bien, el Arzobispo Müller, un mes antes, el 23 de octubre, escribió a propósito del argumento de la misericordia en relación a la Comunión de divorciados vueltos a casar, lo siguiente: «es un argumento débil en materia teológico-sacramental» ¡argumento debole, argumento débil la Misericordia de Dios… exclamo yo! ¡Qué Misericordia tan débil, debole!
Y aquí, al Arzobispo Müller le escribo en su propia lengua materna, lo siguiente que es muy bonito, más bonito en alemán que en castellano e importante, mucho: Die Einen sagen so, die Anderen sagen no. Sie sehen, meine Herren, man weiss es nicht».
(Advierto a mis payasos que no trato de hacer alardes, esta vez en alemán).
Gracias a un alemán, precisamente, Karl Rahner, creo haber entendido la doctrina sacramental cristiana, tan importante, y haber entendido que la Iglesia es el sacramento fundamental de salvación, SIGNO del don salvador de Jesús en Cristo, que a su vez se parcela en siete para mejor entendimiento, los siete sacramentos, entre ellos el del matrimonio (con sus Opus operatum et opus operantes), según el Dogma definido en el Concilio de Trento. Un sacramento, el del matrimonio, que es de «estado de vida», tan parecido y tan diferente al del orden sacerdotal, y sobre el cual trataremos en sucesivas partes, la 5ª o 6ª.
Pero una cosa es lo Sacramental, lo verdaderamente sacramental y de verdadera Iglesia, y otra lo que es Poder, poder de la peor clase, el poder mundano de dominación, por parte de los que se sirven de la Iglesia. Muchas veces más que teología -Teología del matrimonio y sacramental-, lo que hacen es Política, pues sólo les preocupa seguir mandando. Naturalmente, lo matrimonial también es una fuente de su poder.
Y allí donde hay poder las puertas nunca están abiertas sino cerradas -esto lo escribo después de haber leído el Dinamismo del rinnovamento (L´Osservatore Romano de 29 de noviembre último) de Monseñor Bassetti, y puntualizo que no puede haber «porte aperte» allí donde, por poder, hay secreto por necesidad (parentesco etimológico entre secreto y excremento según el psicoanalista Arnaud Lévy)-. Y vuelvo a recordar la predicación de Fray Ricardo.
Por todo ello, próximamente, cogeremos el bisturí para separar, con cuidado y con pretendida finura, y en lo matrimonial, lo que es exigencia sacramental de lo que es afán de poder, de Poder.
Continuaremos pues, y que a partir de ahora, los leones y las cuatro bestias, como las del profeta o nabí, salgan de la jaula un momento, sólo un momento.
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En Religión Digital fueron publicadas las precedentes partes: La 1ª, el 27 de octubre; la 2ª, el 3 de noviembre y la 3ª, el 19 de noviembre.