Hay páginas que conmueven, que mueven los sentimientos sin que ello reste un ápice al tono sobrio del relato
(Mercedes Navarro).- Francisco, el pañero de Asís, entra de lleno en el género de la novela histórica, pues sobre la base de una buena investigación documental y sociocultural, la autora se permite las licencias literarias propias de la novela.
La lectura de sus páginas es ágil, amena y llena de interés. Esta capacidad de mantener el suspense, capítulo tras capítulo, incluso para quienes, como es mi caso, contaba con ciertos conocimientos sobre el personaje y sobre la época, constituye a mi juicio una de las virtudes de la obra. A este rasgo se le añade la emoción. Hay páginas que conmueven, que mueven los sentimientos sin que ello reste un ápice al tono sobrio del relato.
Tratándose de una época como la del Medioevo y de una figura como la de Francisco, que ha dado tanto de sí en el plano de las artes, la hagiografía y las devociones populares, la sobriedad del estilo me parece un logro.
La lectura de la novela, además, me ha ido sugiriendo algunas reflexiones nacidas de mi perspectiva de biblista y de teóloga.
La primera tiene que ver con la teología narrativa. Las Escrituras judeocristianas son, en su mayor parte, narraciones. La teología, de hecho, vuelve una vez y otra a su fuente narrativa cuando reflexiona acerca de la fe, incluso en los casos en los que necesita innovar por imperativos culturales. Esto es acuciante, a mi juicio, cuando, además, la nuestra es una época en la que la narración es el medio de transmisión por excelencia, en sus diversas variaciones formales (novela, cine, series televisivas, videojuegos, cómics…). Los estudios de especialistas en psicología indican, por su parte, que la evolución de la mente tiene lugar a partir de la «mente narrativa». Sin embargo, a pesar de todas las evidencias, tradicionales y contemporáneas, la teología narrativa apenas despega.
Pero la lectura de Francisco devolvía a mi pensamiento la urgencia de dicha teología. Más aún, a riesgo de ser tachada de poco ortodoxa, diría que leyendo la novela de Isabel Gómez Acebo he accedido a una de las formas de la teología narrativa que adopta, miméticamente, la forma de relato.
Evocaba, mientras leía, libros y secciones de libros de la Biblia Hebrea que pueden calificarse, lógicamente en palabras de hoy, como «novelas históricas». Podría citar los llamados «libros históricos» del Antiguo Testamento, y relatos de personajes históricos, como David, sobre el que encontramos episodios de auténtica «novela histórica». Lo mismo podría decirse de libros de la literatura sapiencial, como el de Ester, cuyo trasfondo social e histórico (aunque el personaje principal no lo sea) sigue los patrones de lo que hoy consideramos novela histórica. Por todo ello, la lectura de Francisco suscita en mí, nuevamente, la pregunta sobre la capacidad de la teología para recuperar la narración como forma y fórmula, ella misma teológica, en nuestra época.
La segunda reflexión, al hilo de esta primera, se refiere a la necesidad de una buena divulgación de lo teológico y de lo cristiano. Con frecuencia, cuando leo las teologías actuales más arriesgadas e interesantes, especialmente la teología feminista, me siento inquieta ante el hecho de que se queden en los ámbitos de un grupo pequeño de académicos y académicas. Para que no sea así, necesitamos buenas y buenos divulgadores. Leer el texto de Isabel Gómez Acebo me llevaba a pensar en las posibilidades divulgativas de la novela y la oportunidad de estimular el pensamiento y abrir la capacidad crítica de tantas y tantos lectores que la encuentran a su alcance.
Pensaba en el efecto sobre el pensamiento crítico que ejerce en este momento una buena parte de la novela negra. O en la capacidad de conocimiento psicológico del ser humano y su mundo relacional de buena parte de la novela contemporánea. Siempre he creído, basándome en mi estudio del evangelio de Marcos, que una buena novela, digamos, «teológica» no tiene por qué ser ningún alegato barato, ridículo o aburrido de lo religioso. De hecho, hay muchas parábolas de Jesús sobre el Proyecto divino (llamado en los evangelios «Reinado de Dios») que son relatos laicos, sobre cuestiones de la vida, que en sí mismas no son religiosas.
Así, esta novela sobre Francisco de Asís hace una buena divulgación del personaje, pero también de cuestiones teológicas tan importantes como la inculturación del mensaje cristiano, la dimensión profética de la Vida Religiosa, la lucha por la igualdad humana, la crítica al poder y la riqueza que empobrece y envilece, con un lenguaje laico, accesible para cualquier lector o lectora de hoy.
Y, por último, he pensado en la necesidad de recuperar una buena hagiografía mediante la fórmula de la novela histórica, por ejemplo, o de un buen cine, y la urgencia de una manera nueva de ofrecer lo que en mis tiempos llamábamos la Historia Sagrada, algo que, de niña, ni yo ni mis hermanos ni mis amigas y compañeras queríamos perdernos por nada del mundo, pues tenía todos los ingredientes de los cuentos y de las buenas historias.
Finalmente, para hacer teología narrativa, para divulgar bien la teología, para escribir una buena historia, hay que saber, pero también hay que valer. Isabel ha demostrado con esta novela que sabe y que vale. Y estoy segura de que hay muchas personas que también pueden hacerlo. Ojalá imiten a nuestra autora y arriesguen, como ella, sus talentos. A mí me encantaría, pero, ciertamente, no sé hacerlo.