Los gestos de Francisco representan una sensibilidad evangélica y una mística de la vida de la Iglesia que no está por encima del mundo ni contra él
(Jesús Bastante).- Jesús Espeja viene a presentarnos su nuevo libro: «Huellas de futuro en algunos signos de nuestro tiempo«, coeditado por Religión Digital y Desclée. Bloguero y amigo de esta casa, afirma que la indiferencia generalizada de la sociedad hacia la fe obliga a los cristianos «a pensar de qué Dios estamos hablando«.
Interpreta que la crisis económica es la evidencia «de que la ideología del sistema es nefasta«, y cree que tenemos que exigir «una política migratoria razonable, que no trate a los inmigrantes como intrusos». Por último, dice que debemos dejar de lado la idea de «Dios intervencionista» («que está ahí arriba e interviene de cuando en cuando si hacemos oraciones y sacrificios»), y que la Iglesia debe pasar «de una moral principalmente preceptiva a una moral que promueva nuestra libertad y nuestra autonomía».
¿Qué significa juntar las huellas (símbolo del pasado) con el futuro?
Significa mirar algo que te impulsa para seguir adelante, buscando. De acuerdo a lo que te va diciendo la huella.
Este libro parte de una idea fundamental: según la visión cristiana de Dios, Él es alguien que está continuamente dando fundamento a todo y a todos, de tal modo que su huella está en todos los acontecimientos y en todas las personas. Consiguientemente, tenemos derecho a vislumbrar esta presencia en las huellas, aunque sea una presencia que nunca abarcamos del todo. Es un signo que nos manda a la búsqueda, al futuro. Y el propósito de este libro es que veamos en los acontecimientos de ahora no tanto las huellas, sino los signos de futuro. Aquellos destellos positivos que nos permiten mirar confiadamente hacia el porvenir. Ya estamos hartos de profetas de calamidades.
¿Influyó el nombramiento de Francisco en el tono optimista que tiene tu libro?
Me vino muy bien. Pero no sólo el nombramiento del primer Papa latinoamericano, sino que también la renuncia de Benedicto XVI fue un signo profético. Fue como decir: «Señores, la Iglesia no depende de uno solo». Francisco nos ha hecho ver que el obispo de Roma, aunque con su carisma peculiar, no deja de ser un obispo. Y Benedicto demostró que, como los demás obispos, el Papa también tiene un tiempo de activo.
Además, los gestos que ya iba teniendo Francisco cuando yo escribía este libro, representaban una sensibilidad evangélica y una mística de la vida de la Iglesia que no está por encima ni contra el mundo. Sino que es verdaderamente solidaria del mundo y de los pobres.
La voluntad de ir limando y desmontando una serie de organizaciones que en vez de esclarecer y ayudar a la estructura fundamental de la Iglesia, la ennegrecen y la hacen confusa, es una línea que ya se veía desde el principio, en las primeras intervenciones de Francisco. Hasta la última exhortación apostólica.
En tu libro tocas casi todos los temas que toca el Papa en la Evangelii Gaudium, y con una percepción de la realidad que bebe de las mismas fuentes…
Ciertamente. Confieso que la exhortación me la leí de un tirón, con mucho gusto, y ahora la estoy volviendo a leer despacito. Creo que toca puntos cruciales desde una perspectiva profundamente evangélica, desde una opción muy clara por los excluidos, con un amor entrañable a la Iglesia, y al mismo tiempo con un espíritu evangélico que desmonta aquello que está oscureciendo precisamente el rostro de la Iglesia. Aquello que hace que, en vez de percibir la presencia de Jesucristo, la gente a veces perciba lo contrario al Evangelio.
¿La percepción de la Iglesia como una mera institución de poder, dominio y normas?
Sí. Francisco ataca directamente a la idolatría del poder. En Brasil les dijo a los obispos, claramente, que dejen de ser príncipes. Tiene expresiones muy buenas siempre, también en esta exhortación. Por ejemplo, cuando dice que los cristianos tenemos «cara de Cuaresma y no de Resurrección». O que tenemos rostro de vinagre. Son expresiones que se entienden muy bien, y que a la vez, como todos los gestos del Papa, respiran alegría evangélica. Y es que, si es verdad que Jesús nos mira con esperanza y nos envuelve a todos con su amor, parece lógico hacerse la pregunta de dónde está nuestra alegría y nuestro gozo. Creo que apunta muy bien cómo los cristianos, ocurra lo que ocurra, podemos vislumbrar en todos los acontecimientos de la historia los signos del Espíritu. Desde esa perspectiva está también escrito este libro.
Lo que he enfatizado es la sensibilidad evangélica que hoy necesita la Iglesia, contra tanta ambición de poder que la corrompe.
Cuando hablo de la globalización, lo que destaco es el reclamo de fraternidad que nos llama a la responsabilidad, y la oportunidad para el diálogo que suponen los medios de comunicación. La crisis económica nos está diciendo que la ideología del sistema es nefasta.
¿Es necesario pasar a la acción en busca de soluciones, en vez de tan sólo denunciar el problema?
Evidentemente. Por eso en el libro también hablo de las economías solidarias que están surgiendo más allá de la indignación. Porque hay actualmente una serie de grupos, movimientos y ensayos que nos indican que es posible otra economía.
No he intentado solamente denunciar la ideología que nos ha llevado a la crisis económica, sino también señalar los signos positivos por donde apunta el porvenir. Por ejemplo, extraer de las migraciones la interculturalidad, la relación con los otros. Los cristianos no podemos quedarnos con los brazos cristianos cuando se pervierte la dimensión humana de una persona llamándola ilegal. Los inmigrantes no son unos intrusos, son personas con dignidad a las que debemos respetar sus derechos fundamentales. Tenemos que exigir una política de inmigración razonable, que mantenga la dignidad de las personas que vienen y las posibilidades que tenemos nosotros. Es un compromiso cristiano urgente.
Lo que quiero mostrar es cómo estamos puestos en relación unos con otros por los acontecimientos.
Pasa lo mismo con la «revolución cultural» que estamos experimentando. La sexualidad nos dice que estamos llamados a la comunicación unos con otros.
Sin embargo, hasta hace ocho meses era prácticamente imposible pronunciar la palabra sexualidad en un entorno de Iglesia…
Efectivamente. El problema es que vemos que las generaciones jóvenes no entran por nuestras categorías ni por nuestras costumbres. Tenemos que preguntarnos qué valores les estamos transmitiendo.
La Iglesia ha perdido ya una generación, pero, ¿corre riesgos de perder a las siguientes?
Claro. Y la ruptura que se da entre generaciones «viejas» y generaciones «jóvenes» nos lleva a plantearnos la necesidad de una educación en valores. Debemos preguntarnos qué valores estamos viviendo y qué valores podemos transmitir.
¿La «revolución cultural» también implica un eclipse de Dios?
Sí, y esto es algo muy serio para los cristianos, porque es evidente que en nuestra sociedad se está dando una indiferencia generalizada. Incluso una cierta agresividad (a veces excesiva) contra la Iglesia y contra la religión. Pero esto a lo que nos obliga es a pensar de qué Dios estamos hablando, y a que recuperemos la novedad del Dios revelado en Jesús de Nazaret.
Como se dijo en el Concilio, ante el ateísmo los cristianos tenemos que pensar de qué Dios estamos hablando con nuestra conducta religiosa, moral y social.
En el fondo, lo que he querido con este libro, desde mi fe cristiana, ha sido vislumbrar los signos del Espíritu en las características actuales. No para solucionar nada, sino para abrir un camino nuevo y para tener una posición humanista adecuada a los cambios culturales tan profundos y tan rápidos que están ocurriendo.
Creo que la clave es pasar de un Dios intervencionista (que está ahí arriba e interviene de cuando en cuando -si hacemos oraciones y sacrificios-), a un Dios en el cual existimos, nos movemos y actuamos, y que da vida y aliento a todo.
Yo creo que esto es fundamental, no solamente para recuperar la novedad evangélica, sino para recuperar también la misma moral. Pasar de una moral principalmente preceptiva a una moral que promueva nuestra libertad y nuestra autonomía.
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