Lágrimas, emoción, incluso algún mareo que obliga a sentarse... y el Papa va dejando tras de sí un halo de personalidad apabullante
(José M. Prieto, Once).- «He visto al Papa. Me ha dicho que, en vez de quedarse con mi bastón de regalo, prefería bendecirlo para que me guiara toda la vida y me llevara hacia la luz. Luego le pedí permiso para darle un beso. Tenía la cara suave y fría».
Eran las palabras entrecortadas, nerviosas, temblorosas y emocionadas de Lucía, una niña de 9 años, ciega de nacimiento, apenas unos minutos después de compartir un encuentro con el Papa Francisco en plena Plaza de San Pedro de Roma.
El ya conocido como «Papa de los pobres» tomó las manos de la niña y escuchó lo que la pequeña tenía una y mil veces ensayado, aprendido, memorizado y hasta soñado: «Santo Padre, me llamo Lucía y le regalo este bastón, que son mis ojos para toda mi vida, y con el que me muevo por las calles de Valencia».
Pero el Papa demostró en apenas unos segundos la razón por la que es uno de los Pontífices que más rápido ha logrado ganarse el cariño de los fieles… y de los no fieles. «Hija, mejor quédatelo tú. Lucía, yo te lo bendigo para que este bastón te guíe toda tu vida y te conduzca hacia la luz«.
Qué emoción para los padres de la niña y para todos los presentes en ese momento histórico, en el que el Papa Francisco recibía una delegación de la ONCE y su Fundación y saludaba uno a uno, una a una, a todos sus componentes. Una sonrisa allí, un achuchón allá, una bendición al otro lado, una imposición de manos sobre la cabeza, un saludo cómplice, otro apretón de manos, un intercambio de miradas, otra sonrisa, y otra, y otra…sin prisa, con comprensión, con una palabra justa para todo y para todos, comprendiendo, leyendo los nervios y las intenciones de cada persona.
Son las 8 de la mañana del 11 del 12 del 13, una fecha curiosa, pero que se convertiría en otro hito destacado en la historia de la ONCE y su Fundación, una historia tan marcada por los números. En la plaza de San Pedro de Roma, con un frío helador aunque con sol, 138 personas en representación de la gran familia de la Organización se disponen a superar las columnas que rodean la Plaza para vivir un momento inolvidable.
Casi una hora antes, se respiraban muchos nervios en los dos hoteles en los que se repartían las 138 personas de la ONCE y su Fundación que, por decisión propia y haciendo frente a los costes del viaje, habían conseguido hacerse hueco en el grupo que visitaría al Papa, procedentes de casi todos los rincones de España: vendedores, pensionistas, trabajadores, amigos de la ONCE, de la Fundación, de las empresas, de las organizaciones de la discapacidad y, como el gran Padre de todos ellos -aunque él explicó que se sentía como un hermano más-, el Padre Ángel, de Mensajeros de la Paz.
Problemas con el nudo de la corbata para ellos y aún más problemas para ellas, en su afán de sujetar la mantilla, poco acostumbradas a esta prenda. Risas nerviosas, manos frotándose para entrar en calor, taconeo sobre el duro suelo de la plaza y un aire gélido que corría por debajo de las sillas, empapadas del rocío de la noche romana, mantuvieron al grupo entretenido durante la espera que, en algunos momentos se hizo dura. Todos se arropaban e incluso se agrupaban para evitar el viento. La madre de Lucía incluso se quitó su abrigo para arropar a la pequeña, que se agarraba con fuerza al cuello suave de piel, mientras sus pies apenas rozaban el suelo desde la silla en la que permanecía sentada y encogida. A su lado, Teresa, de 10 años, una niña sorda que también se apretaba a su madre aterida de frío, pero con una gran sonrisa en su cara redonda.
Rumor, runrún en la plaza¡¡¡ Llega el Papa¡¡¡ El «papamóvil» hace su entrada por un lateral, justo por delante de los pies de la gran estatua de San Pedro y pasa al lado del grupo, saludando, alegre, con una mano bendiciendo mientras la otra se agarra con fuerza inusitada para una persona de 77 años menos dos días a una de las barras de seguridad del coche. Pasa despacio, la gente comienza a gritar, suben los decibelios y la emoción. El grupo de la ONCE lanza su grito, ensayado minutos antes: «Papa Francisco, baja a saludar, los ciegos de la ONCE, te queremos tocar», con fuerza, con insistencia. El grito se repite varias veces y en varias ocasiones provocando la sonrisa de algunos y la curiosidad de medios informativos, muy pendientes.
El «papamóvil» zigzaguea entre la multitud una y otra vez: niños pequeños son izados hacia el Papa, que los besa; un colegio aquí; un grupo de militares allá; asociaciones de peregrinos de medio mundo saludan al Papa que, despacio y en su coche blanco impoluto, recorre la plaza una y otra vez provocando impaciencia entre las personas ciegas ¿dónde está ahora? ¿qué hace?
Empieza la ceremonia. Los compañeros no ciegos hacen la labor de relatores e incluso alguno se atreve a traducir del italiano: Al Papa le ha costado subir un poco las escaleras hasta el altar, parece que cojea un poco, se escucha; está constipado y se limpia la nariz con un pañuelo blanco, apunta otro; hay muchos obispos a su izquierda, de varias realidades católicas…, van contando en voz baja, mientras la Torre de Babel del Vaticano va desgranando sus mensajes en múltiples idiomas a la vez que los peregrinos, de medio mundo, gritan cada vez que habla en su lengua.
«Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, como la Fundación ONCE, a los que animo a seguir desarrollando su encomiable labor», dice el Papa, mientras el grupo rompe en aplausos que se convierten en un eco en grupos de españoles apostados en la Plaza de San Pedro.
Pero aún faltaba lo más emocionante: acaba la ceremonia y la incertidumbre de si el Papa se acercará empieza a hacer mella. Hasta que los equipos de seguridad de Vaticano dan la pista: quédense sentados que el Papa se acercará a saludarles. Notición¡¡¡¡¡ Y uno a uno, persona a persona, va saludando y sonriendo.
La primera en la fila es Ana, de Sevilla, que utiliza silla de ruedas y a la que el Papa acerca su mano; poco después está Teresa, con sus ojos muy abiertos; luego el momento de emoción con Lucía y el detalle del bastón; el regalo del presidente Miguel Carballeda, unos evangelios en Braille y tinta, para poder compartir, que el Papa ojea curioso; el saludo cómplice con el Padre Ángel….. y uno a uno sigue con la comitiva de la ONCE y su Fundación: alguien le enseña una vieja foto de sus padres para que les de su bendición; los creyentes tiemblan; algún no creyente duda sobre cómo tratar al Pontífice y se arrodilla;
Acaricia a dos perros guía; las gargantas son en ocasiones incapaces de decir nada, apenas un sonido inaudible; Pero el Papa tiene palabras, saludos, abrazo, caricia para todos. Llega a la altura de Soledad, una joven vendedora de Coslada (Madrid), a la que acompaña su madre Emiliana.
Soledad saca unos folios en braille y le lee una carta ante la mirada atónita pero cariñosa del Pontífice y la intranquilidad de los servicios de protocolo y seguridad. Pero el Papa no tiene prisa, le toca la cara y le anima a seguir por el «buen camino».
Lágrimas, emoción, incluso algún mareo que obliga a sentarse… y el Papa va dejando tras de sí un halo de personalidad apabullante, con independencia de lo que representa. Los peregrinos van abandonando la plaza de San Pedro mientras el Papa sigue y sigue abrazando, emocionado con la gente de la ONCE y su Fundación.
El Padre Ángel lo resume: «Los ciegos y las personas con discapacidad dan un testimonio al mundo entero y el Papa se ha emocionado al saludarles uno a uno. Cuando ves a un Papa que se emociona, aunque tenga muchos años y esté muy acostumbrado a muchas cosas -dice moviendo la cabeza y sin acabar la frase-…. Uno nunca se acostumbra -como decía la Madre Teresa de Calcuta-, a querer, a abrazar y a dar cariño a la gente», concluye.
Que la emoción continúe.