La mirada concreta de la autora sobre Francisco, la ficción creada en torno a su vida y su figura actualiza al personaje y sus circunstancias y permite acercarse a él como a alguien "real"
(María José Ferrer).- Escribir una novela, sea cual sea su temática, no es tarea fácil. Escribir una novela histórica supone, además, documentarse profunda y profusamente sobre sus protagonistas y la época en la que se desarrolla la narración, quehacer tanto más difícil cuanto más alejado en el tiempo se sitúa el relato.
Escribir una novela sobre un santo o una santa exige también un trabajo interpretativo, pues los necesarios datos biográficos deben ser buscados, no siempre con éxito, en fuentes textuales -las hagiografías- más ideadas para exaltar la santidad del personaje y catequizar que para aportar información histórica, por lo que no solo es preciso discernir continuamente entre lo real y lo simbólico, sino que a menudo se encuentran más silencios que noticias.
Pero escribir concretamente sobre un santo como Francisco de Asís, «una de las figuras más grandes y fieles entre los seguidores de Cristo», tal como lo define Isabel Gómez-Acebo, requiere tanta valentía como humildad. Valentía, porque Francisco es posiblemente uno de los santos más presentes desde hace siglos en las artes y en las letras: el primer relato sobre su vida apareció dos o tres años después de su muerte y, desde entonces, ha sido el protagonista de muchas otras biografías, de creaciones literarias en prosa y en verso, de pinturas, de películas y hasta de una ópera, lo que podría hacer pensar que poco más se puede decir.
Humildad, porque precisamente por tratarse de un personaje tan famoso, cualquier creación artística o literaria sobre él tiene que construirse sobre un sólido andamiaje ya establecido, de manera que el margen de maniobra es, a priori, necesariamente limitado.
Pues bien, Isabel Gómez-Acebo, con este libro, lo ha conseguido: ha escrito una novela histórica sobre el santo de Asís. Y lo ha hecho siendo fiel a lo que se sabe de san Francisco y, al mismo tiempo, rellenando los «huecos» de su vida con una extraordinaria mezcla de ciencia, oficio y creatividad.
Ciencia, porque un relato como el suyo solo se logra con un magnífico conocimiento tanto del contexto político, económico, social y religioso en el que acontecen los hechos, como de los personajes históricos, especialmente de Francisco, lo que demuestra la minuciosa y profunda tarea de documentación previa a la redacción de la obra.
Oficio, porque construye un ambiente coherente a lo largo de toda la novela, una especie de «salsa» en la que los diversos ingredientes se mezclan armónicamente; porque con un estilo lineal y sencillo logra no solo mantener la atención sobre la trama, sino encajar en la narración variadísimas informaciones sobre la época sin que parezcan datos añadidos, sino noticias necesarias para interpretar y comprender al protagonista; porque utiliza un vocabulario perfectamente adecuado a la época, tan asequible como preciso cuando describe lugares, oficios, costumbres…, con diferentes estilos, según los personajes; y todo ello con una claridad que facilita enormemente la lectura.
Creatividad, porque no solo imagina lo que la vida y el entorno de Francisco pudieron ser, sino que da forma a los «vacíos», sin rellenarlos completamente, introduciendo de forma latente las inquietudes contemporáneas, sugiriendo paralelismos entre los siglos XII-XIII y nuestro presente, respetando lo extraordinario, pero restándole estridencia, haciéndolo casi natural y, por tanto, posibilitando la identificación de quien lea el texto con el pañero de Asís.
Imaginar para colmar los vacíos es, sin duda, hacer ficción. Pero ficción no siempre es sinónimo de irrealidad. Es cierto que lo que Isabel Gómez-Acebo cuenta es verdad solo a medias, pero únicamente si se asume una perspectiva puramente histórica. En realidad, si buscamos datos históricos estrictos, ni siquiera las biografías más antiguas de san Francisco nos serían útiles…
En todo caso, la mirada concreta de la autora sobre Francisco, la ficción creada en torno a su vida y su figura actualiza al personaje y sus circunstancias y permite acercarse a él como a alguien «real», alguien que vivió en una época compleja y en cierto modo de crisis, como la nuestra, y que escogió una forma de responder a sus propias inquietudes, no tan diferentes de las de muchas personas en la actualidad. Por tanto, la lectura de Francisco, el pañero de Asís, no solo nos lleva al pasado, sino que nos hace viajar por nuestro presente poniendo, indirectamente, ante nuestros ojos muchos interrogantes y visibilizando, quizás, algunos de nuestros vacíos personales y colectivos.
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