El nacimiento de Jesús no es invención de mentes calenturientas sino acontecimiento que ha tenido lugar en la historia humana
(Jesús Espeja, op).- Hace unos días en el autobús escuchaba este comentario: «en Nochebuena nos juntamos para celebrar la amistad y el amor que hay en la familia, pero al final acabamos riñendo porque si uno ha traído no sé qué y el otro ha dejado de traer». El comentario me sugirió que hay en los seres humanos un profundo anhelo de ternura; lo manifiesta ese reclamo de intensificar los lazos de familia y de amistad latentes aunque olvidados a veces a los largo de los días.
Ese anhelo tiene una buena dosis de utopía; una realidad que se vislumbra, de algún modo ya se gusta, pero todavía tiene sus grietas, deja siempre algo que desear. En Nochebuena deseamos compartir todo como amigos pero siempre quedan huecos con un deje de nostalgia e insatisfacción que no logramos llenar.
2. Y es aquí, en ese «ya» pero «todavía no», donde tiene sentido esta celebración escuchando el evangelio.»Sucedió por aquellos días». El nacimiento de Jesús no es invención de mentes calenturientas sino acontecimiento que ha tenido lugar en la historia humana, cuando un emperador romano llamado Augusto decretó un censo para garantizar bien sus dominios. En una familia de emigrantes, naciendo como uno más entre los pobres de la tierra, y envuelto por su madre en unos pañales para que el recién nacido no muera de frío, se hace se manifiesta la benevolencia de Dios, su ternura infinita en favor de todos los seres humanos. En lo más cotidiano de la humanidad se ha manifestado y se hace presente la ternura infinita que da sentido a todos los momentos de amistad, celebraciones familiares y deseos de paz, que respiramos en estos días.
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