Le acusan de “cutre” exactamente como los fariseos a Jesús, un “predicador rural”, que se juntaba con publicanos, lisiados y prostitutas
(Pedro Miguel Lamet).- No le temblaron las piernas en la capilla Sixtina. Jorge Bergloglio ha confesado que en ese momento decisivo del «sí» sintió una paz que no le ha abandonado desde entonces. Lo refleja su rostro distendido y sonriente, como si esa fuerza interior le acompañara siempre. Y el mundo, creyente o no, parece haberle aceptado con una excelente acogida, incluidos los medios de comunicación que lo proclaman «hombre del año».
Pero cabe preguntarse si su revolución copernicana por la que intenta retirarse del vértice de la Iglesia, devolviendo la centralidad a la figura de Cristo y recuperar la importancia conciliar de la colegialidad y el protagonismo del Pueblo, así como lanzarla a la periferia, cuenta con todos los apoyos necesarios. ¿Podrá el Papa llevar a cabo su sueño? ¿Qué límites tiene dentro y fuera de la institución? ¿Hasta qué fronteras conseguirá ampliar la apertura eclesial?
Es evidente que no quiere protegerse con antibalas, ni con la mitificación secular de su cargo, ni desde luego tras el fulgor de oropeles. Sin embargo una sorda oposición se va desenmascarando en su entorno. Primero, desde una sociedad dominada por la dictadura del mercado, a la que fustiga sin miedo, acusándola incluso de «matar» a sus víctimas. No olvidemos la frase de Lyndon B. Johnson en 1969 después de leer el Informe Rockefeller: «Los pobres son un enemigo que quiere lo que nosotros tenemos». El «Papa de los pobres» ya ha recibido los envites del Tea Party acusándolo de marxista.
Aunque afortunadamente Francisco es de los que contesta a pie de titular, dejando claro que dicha ideología está equivocada, pero no las personas, pues muchos marxistas son sus amigos. En este plano sociológico, como en otros, guarda una inteligente equidistancia entre la humanidad y la pureza de la doctrina, la ortodoxia y el diálogo. Su pensamiento es el de Doctrina Social de la Iglesia, pero su corazón no es el de un jefe, sino el de un hermano.
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