Le hicieron el vacío, pero no consiguieron silenciar la voz del cantor, del profeta, del periodista amigo de la ver
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(José M. Vidal).- No tuve la suerte de formar parte de sus «chicos», aspirantes a periodistas, de la residencia Azorín. Conocí a Manuel de Unciti en los primeros años 80. Yo estudiaba periodismo en la Complutense y él formaba parte de las «vacas sagradas» de la información religiosa de aquella época. Unos años después, pude disfrutar de su compañía en aquellas brillantes ruedas de prensa de la Conferencia episcopal, con colegas como Unciti, Martín Descalzo o Javierre.
Manuel fue siempre fiel a sus dos amores: el sacerdocio y el periodismo. Y supo casarlos como nadie en su vida diaria y en su vida profesional. Tanto como responsable de las páginas religiosas del diario Ya como cuando dirigía y relanzaba las revistas de Obras Misionales pontificias. Nunca renunció a sus independencia y a la sana crítica hacia una institución a la que siempre amó por encima de todo.
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