Y si los curas más jóvenes, educados en el sacramentalismo y en un modelo funcionarial de ejercer el ministerio, no quieren ponerse al frente de la revolución tranquila de Francisco, los viejos lo harán
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(José M. Vidal).- Un monumento habría que hacerles a los curas del Concilio: se formaron antes de él, lo vivieron con gozo y esperanza y lo aplicaron con ilusión, para ver, después, como se iba «congelando». Tienen ya más de 60 años, pero siguen al pié del cañón pastoral. Se jubilan, pero continúan activos. Acabo de conocer a tres de ellos en Logroño: Gerardo Villar, Carlos Jiménez y Jesús Sedano. Hay muchos más en La Rioja y en toda España. Pero este trío es representativo de esta casta ejemplar de sacerdotes.
Estuve sólo dos días con ellos. Pocos, pero intensos. Suficientes para compartir pasado, presente y futuro de sus vivencias y anhelos humanos y espirituales. Son amigos entre sí, los tres están en los 70 y los tres presentan recorridos pastorales intensos. Con itinerarios diferentes, pero unidos por la misma entrega al Reino de Dios. Tres curas de pueblo encarnados. Tres curas entre dos primaveras: La conciliar de Juan XXIII y la «franciscana» de Francisco.
Gerardo Villar siempre estuvo en lo que ahora el Papa Bergoglio llama «las fronteras»: párroco de distintos pueblos, promotor, animador de lo rural, siempre ilusionado y siempre entregado. En su casa ha convivido con drogadictos, ex presidiarios, emigrantes o prostitutas. Una vida vivida por y para los demás. Y, quizás por eso, exigente consigo mismo y con las estructuras eclesiales diocesanas. «Me llaman la mosca cojonera de la diócesis», confiesa, contento de ese título.
Carlos Jiménez Gómez es, a sus más de 70 años, párroco de Santa María de Palacio, una parroquia de Logroño, donde lleva ya más de una década. Antes estuvo nada menos que 15 años en la misión diocesana de Burundi. Allí dejó parte de su vida y de su corazón. Porque «en África aprendí a dejarme enseñar por la gente y a quererla». Misionero de ida y vuelta, vive con ilusión el nuevo ciclo eclesial abierto por Francisco y, aunque le gustaría jubilarse y pasar a un segundo plano como ayudante de un párroco más joven, continúa remando. Y preocupado por la transmisión de la fe y de la espiritualidad a la gente más joven.
Jesús Sedano ayuda a Carlos en Santa María de Palacio, después de una vida de novela de Bernanos. Fue uno de aquellos curas obreros que vivieron y testimoniaron su fe, durante años, en el mundo del trabajo. Como camionero, primero y, en una fábrica de frigoríficos, después. «A los curas obreros, no nos veían con muy buenos ojos ni en la Iglesia (aunque monseñor Álvarez, nuestro obispo de entonces, siempre me dio todos los permisos y bendiciones) ni en las empresas, porque despertábamos las conciencias de los compañeros», explica. En Óbalos, su segunda parroquia, a donde nos llevó a visitar las bodegas Puelles y comprar unas botellas, todavía le conocen y le quieren. Y han pasado más de 40 años.
Y es que Gerardo, Carlos y Jesús (y tanto otros) son curas que dejan huella y crean escuela allí por donde han pasado y siguen pasando. Curas que, a pesar de los años, no pierden «los Cristos»: siguen en la brecha con ilusión y celo apostólico. Con menos brío físico, pero con más hondura humano-espiritual. Tras tantas cosas vividas, han logrado alcanzar su propia síntesis vital. Hecha de humanidad, espiritualidad, buen humor y esperanza ante el tsunami de Francisco.
Y es que el Papa Bergoglio es un imán. Para curas y fieles, incluso en la distancia. Lo pude comprobar, una vez más, el pasado miércoles por la tarde-noche en Logroño, invitado por la comunidad de la que forman parte los tres «curas de Paco» riojanos. En la charla que pronuncie en el Ateneo riojano, unas cien personas con ganas de saber más del «fenómeno Bergoglio».
Laicos, curas y frailes están encantados con el papa y con su primavera. Al menos los que allí se manifestaron públicamente en el interesante diálogo de después de la charla. Pero quieren que ese cambió de dinámica, de acentos y de subrayados comience ya a notarse en sus entornos eclesiales más próximos. Lo reclaman y lo piden con insitencia. Obispos y curas tendrán que estar atentos a esta «vox populi, vox Dei».
Los laicos piden que se activé de verdad la corresponsabilidad en las parroquias. Que se descongeleesta dinámica que comenzó a ponese en marcha después del Concilio, para quedarse empantanada despues, con consejos parroquiales donde el párroco sigue teniendo la última y definitiva palabra. Quieren que los consejos parroquiales vuelvan a funcionar de verdad. Que el cura deje de ser el amo y señor y reparta juego. Y deje jugar, pero de verdad.
A algunos curas esto no les pilla por sorpresa. Es lo que venían haciendo desde siempre. Son los curas que mamaron e implantaron las reformas del concilio, desactivadas en gran parte después por la jerarquía y por los nuevos aires que empezaron a soplar desde Roma. Pero ellos se mantuvieron fieles y, contra viento y marea siguieron viviendo y predicando una Iglesia encarnada, abierta, dialogante, samaritana y misericordiosa.
Y, ahora, cuando menos se lo esperaban, se vuelven a encontrar con otra primavera. Están ilusionados, como no van a estarlo. Pero también físicamente mermados. Ya no tienen las fuerzas de antaño. La mayoría supera los 60. Pueden ayudar, pero piden a los más jóvenes que se pongan al frente de la manifestación, que tiren del carro, que ilusionen a la gente, como ellos hicieron en el postconcilio.
Sobre todo a los jóvenes. Los curas conciliares están preocupados por el futuro. El de un sacerdocio sin apenas relevo sacerdotal y el de feligresía cada vez más envejecida. En La Rioja, el enorme seminario está deshabitado. Gerardo y otros curas se lo han pedido al obispo para acoger a pobres e inmigrantes, pero monseñor Omella no acaba de decidirse.
Por otra parte, los pueblos casi se mueren y, en la mayoría de las parroquias, los jóvenes brillan por su ausencia. Atraer de nuevo a los jóvenes. Aprovechar las sinergias y el impulsos que viene del Papa para volver a «pescarlos».
Los curas mayores lo hicieron entonces. ¿Podrán hacerlo ahora con 60 y más años? Lo intentan, pero les cuesta. Y por eso piden ayuda a los más jóvenes. Y quieren que el obispo ponga de verdad a la diócesis en estado de misión. Les anima haber recibido un borrador de documento del obispado que apunta en este sentido: Salir del calorcito de los grupos estufa y del confort de misa de una y buscar a los alejados. A los indiferentes. A los que están en búsqueda, a los que se fueron sin dar portazos. Armar lío, dejar de balconear e ir a las periferias, como pide Francisco.
Porque todos, curas y creyentes, constatan que la gente sigue teniendo sed de Dios. Y nosotros, los cristianos, sabemos de una fuente que puede calmarla. Y si los curas más jóvenes, educados en el sacramentalismo y en un modelo funcionarial de ejercer el ministerio, no quieren ponerse al frente de la revolución tranquila de Francisco, los viejos lo harán. No tienen las mismas fuerzas, abundan ya las goteras físicas y espirituales, pero aún así están dispuestos a dar su última batalla. Son los curas de Paco. Y, como él, no se rinden ni bajan los brazos. La mies es mucha.