¡Qué maravilla oír de los labios de un papa que sufre, que en su vida, como en la de cualquier hombre de la calle, hay de todo, bueno, malo y regular!
(Pedro Miguel Lamet).- La sacralización de los hombres de Iglesia ha sido siempre más perjudicial que beneficiosa. Recuerdo que de niño jugando al fútbol en el patio del colegio a uno de los hermanos de La Salle que participaba en el juego se le levantó la sotana y se le vieron los pantalones. Un chaval gritó: «¡Ay va, mira, si lleva un hombre debajo!»
Aquella frase me hizo reflexionar porque entonces casi creíamos que por debajo los curas eran sólidos como las figuras del belén. Con la proliferación de noticias sobre debilidades de hombres y mujeres de Iglesia no creo que esa sacralización tenga hoy mucho éxito. Aunque hay colectivos que parecen querer resucitarla con una absurda vuelta al cura segregado, protegido por su rol, el oro de los ornamentos y su sotana, más cercano al gurú de la tribu que a un hermano, un miembro de la comunidad que los congrega ante el Señor.
Ciertamente no es esta la actitud del papa Francisco. Desde el primer momento se ha esforzado en hablar el lenguaje de la calle, evitar exceso de capisallos y protecciones de todo tipo y aparecer como un hombre normal que ríe, se cansa, se emociona.
Por ejemplo el papa Francisco acaba de afirmar tener «sufrimientos» como un «hombre cualquiera», con una vida con «tantas cosas buenas como malas».
Lo dijo durante un encuentro privado mantenido este fin de semana en Roma con cien refugiados en la parroquia salesiana del Sagrado Corazón de Jesús en Roma, afirmación que ha transcendido a los medios de comunicación italianos.
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