Mucha gente catalana ha encontrado en estos momentos oscuros una ilusión y una razón para vivir en el sueño independentista
(José Ignacio González Faus).- Confesión previa: quizá soy anormal, pero no creo en las patrias. Forma parte de mi espiritualidad que las patrias suelen ser un ídolo con el que los humanos revestimos de virtud nuestras pasiones, como cuando llamamos justicia a nuestra sed de ver sufrir a quien nos hizo daño. Lo cristiano es servir y amar hasta el máximo a la comunidad en la que me encuentre. Eso quisiera hacer y no sé si he sabido hacerlo.
Por otro lado, una Cataluña independiente me liberaría de esa España machadiana que embiste y reza cuando se digna usar de la cabeza. Esa España no alcanza en Cataluña más allá del 10% mientras en el centro de la península puede acercarse al 50% y dispone de enorme poder económico y mediático, agobiante y duro de soportar. Éste es un importante hecho diferencial.
Dicho lo anterior, tengo mis reservas sobre el modo como se está tratando el derecho a decidir. Reservas, no de carácter político o nacionalista, sino de tiempo y de lógica elemental.
De tiempo porque, en una España indignante con 30000 € de renta per capita y cuatro millones de españoles que carecen de calefacción y agua caliente en este invierno, el tema Cataluña está sirviendo (a Mas y a Rajoy) como un Gibraltar distractivo en tiempos de Franco. ¿Acaso no teníamos derecho a decidir sobre todos los recortes que nos impuso el señor Mas? De lógica porque ningún derecho puede vindicarse con contenidos nebulosos, «ingrávidos y sutiles como pompas de jabón», que cantaba Serrat con Machado. Un derecho reclama sujetos y contenidos bien delimitados. Veámoslos.
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