Si los católicos desean que la sociedad disfrute con su juego han de entrar en una competición que se disputa en el campo del contrario
(Ramón Baltar).- Los dirigentes eclesiásticos se quejan de las dificultades que encuentran los católicos para proclamar su fe en la España de hoy, y algunos se atreven a hablar de una persecución organizada por odio a la religión. Jeremiadas y acusación que denotan un no querer saber sabiendo de las causas del declive de la institución.
Ni los cambios culturales y políticos que ha experimentado nuestro país en pocos años, ni la secularización ni la mala cobertura mediática de las actividades de la Iglesia explican bien su creciente pérdida de prestigio e influencia social. Con nulo gasto de mollera se puede ver de dónde trae su origen, conviene a saber: el disfrute pagano de la posición de monopolio en el mercado interior de éticos bajó a mínimos la tensión espiritual, sin la que la colocación del mensaje evangélico se torna mercadeo.
El plan de los papas Juan XXIII y Pablo VI para «desmundanizar» (el eufemismo se lo sopló Joseph Ratzinger a Benedicto XVI) a la Iglesia española no llegó a cuajar, porque Tarancón y sus compañía no llegaron a más que a lavarle la cara, con lo que evitaron que la Transición le reclamara los atrasos con intereses de demora. Y cuando Woytila dio por acabada la aventura, volvieron a plantar su tienda entre las nubes de la autocomplacencia, sus cuidados entre chequeras olvidados.
Que la conversión que pide Francisco no va con ellos lo cantan los reiterados desmadres verbales de ciertos obispos cuya zafiedad no sólo intelectual siempre encuentra colegas que las disculpan. Las declaraciones del cardenal electo contra las mujeres que abortan y los matrimonios entre personas del mismo sexo no pueden recibirse como noticia alegre (Frohbotschaft), suenan a insulto e incluso a amenaza (Drohbotschaft).
Si los católicos desean que la sociedad disfrute con su juego han de entrar en una competición que se disputa en el campo del contrario. Sus armas para puntuar son el compromiso con las causas justas de los hombres y el testimonio de vida según la fe, no hay más.