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    El Secretario General de Cáritas apuesta por "radicalizar más" el compromiso de la organización

    Sebastián Mora: «La desigualdad social seguramente sea la herida más profunda que va a quedar tras la crisis»

    "No podemos permitir que un kilo de arroz tape la cara del otro. La caridad no consiste en dar, sino en darse"

    Jesús Bastante 
    01 Feb 2014 - 21:09 CET
    Archivado en: Cáritas | Religión

    Se nos ha hecho creer que no es posible otra cosa que el descarte de personas y el recorte de servicios, que las únicas soluciones son soluciones financieras, y se ha creado un imaginario en el que no es posible nada fuera de lo que ya estaba escrito

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    (Jesús Bastante)- Sebastián Mora es el Secretario General de Cáritas Española, organización a la que define como «la caridad organizada de la Iglesia». Observador privilegiado de la realidad social española, advierte que «la desigualdad social seguramente sea la herida más profunda que va a quedar tras estos años de crisis». También denuncia la «construcción social de la impotencia» como uno de los elementos simbólicos más dañinos de estos años de crisis, e intenta combatirlo con espiritualidad, comunidad y humildad.

    «Una señora que no puede pagar su alquiler seguramente sabe pintar o bailar… Tenemos que evitar ver sólo las carencias», afirma, haciendo hincapié en la idea de que Cáritas atiende «a personas, no a problemas». Intenta realzar los signos positivos del presente, como el hecho de que cada vez haya más familias que se hacen cargo de otras familias, «y donde comen cinco, están comiendo ocho», pero al mismo tiempo advierte, de cara al futuro, de que la salida a la crisis no puede consistir en volver a la situación previa: «El mejor de los mundos posibles que hemos vivido hace cinco años era un mundo que excluía a mil millones de personas», recuerda.

    A pesar de todos los reconocimientos que está recibiendo Cáritas, Sebastián Mora apuesta por «radicalizar más» el compromiso de la organización, y confiesa que «el día que no me sorprenda por la labor de personas ayudando a otras personas, o por la capacidad del ser humano de salir adelante, me iré de Cáritas. Porque si no creo en las personas no puedo creer en Dios».

     

    ¿Qué es Cáritas?

    Cáritas es la caridad organizada de la Iglesia. La organización que trata de promover el dinamismo de la caridad en la Iglesia. De alguna manera somos la dimensión de la Iglesia que quiere estar con los más pobres, con los últimos, y que quiere mostrar el rostro más misericordioso de Dios a aquellos que nada esperan.

    Últimamente Cáritas se ha configurado como una de las instituciones de denuncia de la injusticia en nuestra sociedad y en el extranjero. ¿Hay mucha gente trabajando desde Cáritas para cambiar las realidades injustas?

    Sí, hay mucha gente haciendo muchas cosas. Por eso la campaña de este año se llama «Es tiempo de esperanza». Porque es verdad que muchas veces no somos capaces de mostrar los brillos que ya hay. Es cierto que no puede haber optimismo económico ni optimismo político, porque en definitiva el optimismo es la música de los satisfecho, lo que cantamos o declaramos aquellos a los que nos va bien. Pero puede haber optimismo, esperanza, respecto al futuro de los más pobres. Creo que hoy, desde Cáritas y desde otras instituciones (tanto de Iglesia como sociales) ya se van creando esos espacios de esperanza y de salvación para las personas más pobres. Tienen que ver con lo económico, con lo relacional, con lo social, con lo político…Es verdad que es posible la esperanza.

    En el ámbito de la pobreza más severa, de las personas que lo están pasando realmente mal y que están teniendo problemas para comer cada día, para pagar la luz, y que pueden ser desahuciadas…¿Qué estáis haciendo y qué habéis conseguido?

    Lo primero es que nosotros atendemos a personas, no a problemas. Esto tiene que ser un soniquete continuo porque, cuando pones el problema por delante de la persona, no cabe la esperanza. Las personas tienen distintos problemas y distintas potencialidades. Una señora decía hace poco «sólo veis que no puedo pagar la luz o no puedo pagar el alquiler, pero yo sé pintar, sé bailar, sé inglés…». Tenemos que evitar ver sólo las carencias. Después, es esencial encontrarse con la familia, con la comunidad, porque el camino que se abre es distinto. Muchas veces un kilo de arroz lo que hace es tapar la cara y el rostro del otro, mientras que si empiezas con un «hola, ¿cómo te llamas?, ¿cómo estás?», el camino se hace de otra manera. En esto hemos hecho un esfuerzo ingente, que tiene que ver con el reparto de alimentos y con la atención de las necesidades más básicas, pero también con la reorganización de cómo nos construimos como sociedad y como personas. En este sentido, están surgiendo experiencias muy bonitas. Economatos que autogestionan las propias parroquias, donde las personas más pobres dan y reciben (porque dan algo de su tiempo a cambio de lo que necesitan recibir). Se está potenciando mucho la auto-organización en las comunidades de vecinos, que está dando a las familias que lo necesitan para que no tengan que salir a pedir a otro lado. Están surgiendo también una especie de tutorías familiares, es decir, personas o familias que pueden atender a otras familias se hacen cargo de ellas y «donde comen cinco…» están comiendo ocho. Están surgiendo muchos fenómenos novedosos que tienen que ver con compartir el tiempo, compartir lo que tenemos y compartir las capacidades.

    ¿Es posible expandir ese pequeño modelo, y cambiar la sociedad en su conjunto?

    Creo que en el momento que estamos viviendo nos hacen falta visión de hacia dónde vamos y realizaciones concretas, aunque no supongan cambiar todo a nivel estructural. La visión que tenemos que tener clara es que la salida de la crisis no puede suponer volver a donde estábamos. Eso es tremendamente injusto, a demás de imposible. Y lo es porque el mejor de los mundos posibles que hemos vivido hace cinco años era un mundo que excluía a mil millones de personas. Por lo tanto, era un modelo tremendamente injusto. Sólo que, como nos nos tocaba o nos tocaba menos, lo veíamos como un modelo bueno. Además de que es imposible volver a una organización como la que teníamos.
    Tenemos que tener visión para ir generando una dinámica comunitaria, de cercanía, de mutua dependencia, de interdependencia los unos con los otros. La visión de futuro tiene que consistir en que las personas más frágiles tengan una mayor protección, y la visión de presente (las realizaciones concretas) tiene que ver con esto: gente que ayuda a gente, comunidades que se hacen acogedoras con otras personas.

    ¿Te has encontrado casos o ejemplos de grupos que han ideado fórmulas sorprendentes para reducir el impacto negativo de la crisis?

    Siempre he dicho que el día que no me sorprenda por la labor de personas ayudando a otras personas, o por la capacidad del ser humano de salir adelante, me iré de Cáritas. Porque si no creo en las personas no puedo creer en Dios. Por eso cada día tengo que soprenderme por las iniciativas que brotan en los países del Sur o en los pequeños barrios de aquí, iniciativas que tienen que ver fundamentalmente con el darse. La dimensión caritativa de la Iglesia no tiene que ver con el dar, sino con el darse.
    Claro que me sorprendo cotidianamente, con la inmensa capacidad de entrega que tienen las personas mayores, con familias que abren su casa a personas de las que saldríamos huyendo por la calle, me sorprendo con colegios que tienen iniciativas de integración a personas muy excluidas… Me sorprendo diariamente, sobre todo porque veo cosas que yo no sería capaz de hacer, y que la gente sencilla de humilde las está haciendo.

    Cáritas es una red de profesionales, pero cuenta también con alrededor de 70.000 voluntarios que trabajan «gratis et amore», dándose, como has dicho antes… ¿Valoramos lo suficiente a nivel social la labor del voluntario?

    Tener 70.000 personas cada tarde, cada día, en cualquier esquina, en cualquier parroquia, tratando de hacer el bien y de darse lo más que pueden, es una riqueza incalculable. Cuando hablamos de que esta crisis no es sólo una crisis económica sino también una crisis de valores, el poder contrarrestar a la crisis esta gratuidad y esta entrega, el compromiso y la crítica social que se corresponde con el testimonio, es algo impagable.

    Algo con lo que el Papa Francisco está casi obsesionado: la fuerza del testimonio. Y también la alegría.

    Sí. Y es que, aunque parezca mentira, hay alegría que surge de la pobreza. Hace tiempo leía una frase de un misionero africano que decía que en África se ríe más que se llora, a pesar de la pobreza. Y lo que mi experiencia me va haciendo saber es que en mitad del sufrimiento hay una alegría muy profunda. Una alegría muy intensa que puede mover muchos corazones. A pesar de los pesares (de la exclusión, de la pobreza, del sufrimiento…). Eso es lo que teneos que transmitir, y sólo puede transmitirse con testimonios. No se puede contar con palabras, con películas o con obras de arte, sino con el testimonio diario y silencioso de las personas.

    ¿Deberíamos repensar el concepto que tenemos de felicidad? ¿Cómo es posible que se sonría más en los lugares donde la vida es más dura? ¿La falta de seguridades te lleva a afianzar otros pilares que se vuelven más importantes? ¿Deberíamos aprender a vivir mejor con menos?

    El lema de nuestra campaña institucional del año pasado era «Vive sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir». Y yo creo que ése es el secreto de la felicidad: vivir con sencillez para poder compartir con el otro.
    La felicidad no es una sonrisa tontona, no es consumir muchas cosas, no es estar muy calentito mientras otros pasan frío… La felicidad profunda está en el compartir. Pero eso es algo que seguramente, para los que nos estén leyendo o escuchando, quien lo ha vivido lo sabe, pero a quien lo lo ha vivido le sonará a música celestial. Porque la alegría profunda que surge del compromiso hay que vivirla, hay que experimentarla. Se puede contar, pero hay que vivirla.

    ¿Te ha pasado eso al acudir a otras instituciones, como representante de Cáritas, a explicar que necesitáis financiación, a pedir que se cambie tal ley o a presentar una serie de propuestas? ¿Te has encontrado con miradas de incomprensión?

    Sí, muchas veces te sientes muy extraño porque el mundo no entiende tus palabras. Pero también creo que es importante sentirse algo extraño. En estos años de crisis a Cáritas le han dado muchas medallas, muchos premios, muchos reconocimientos. Y yo, siempre que nos han dado algo de eso, recuerdo aquello de «bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia». Porque, cuando nos dan tantos premios, seguramente hay algo que no estamos haciendo del todo bien. Porque cuando te entregas a defender la causa de los últimos, las persecuciones existen. Por eso creo que tenemos que radicalizar más nuestro compromiso y tenemos que estar más cerca de los pobres. Para que, además de las medallas, que siempre son buenas, también tengamos persecuciones.

    ¿Y cómo podríais comprometeros más?

    Creo que hay tres cuestiones fundamentales. La primera es una profunda espiritualidad. Creo que hoy en día sin una espiritualidad viva es imposible tener un compromiso con el mundo de la pobreza. Pienso que la oración y la visión contemplativa de la actividad es absolutamente indispensable para el compromiso con los más pobres.
    Lo segundo es hacerlo en comunidad. No se necesitan paracaidistas ni héroes, sino testigos del Evangelio. Y donde hay una comunidad hay testimonio. En cambio, donde hay una sola persona francotiradora puede haber un héroe, pero no un santo.
    Y lo tercero es ser muy humilde en lo que cada uno hace. Creo que a veces pecamos de soberbia en el ámbito caritativo-social de la Iglesia. Es como si desde Cáritas dijéramos «somos los mejores y nos caracteriza la humildad». Esto no puede ser así. Ni somos los mejores ni siempre nos caracteriza a humildad. Para estar realmente comprometidos con los últimos tenemos que tener grandes dosis de humildad.
    Es decir: espiritualidad, comunidad y humildad.

    Sois una organización muy visible en la sociedad. ¿Crees que es muy importante esa presencia, tener una identidad reconocida y reconocible?

    Creo que es importante, sí. Tener una dimensión pública en el amplio sentido de término (es decir, no sólo publicitaria) implica salir en los medios de comunicación, tener un discurso, estar en las universidades y en ámbitos de reflexión de donde pueda salir estudios bien hechos, no olvidarse de la incidencia política y, en definitiva, «armar lío», como diría el Papa. Todo esto es absolutamente indispensable para testimoniar el compromiso con los últimos. No podemos renunciar a la expansión de la caridad, porque la caridad tiende a contarse, a testificarse ante el ágora. Yo creo que tener esa dimensión pública es básico, así como no confundir, como he dicho antes, lo público con lo publicitario. Aparecer en medios no siempre significa tener una dimensión pública. La dimensión pública consiste en tener aparición, pero también tener acción, que en definitiva es lo que te da la fortaleza para tener un discurso. No somos ideólogos de salón, sino que contamos lo que nos está pasando con las personas más empobrecidas, con los voluntarios que se entregan.

    Sois un observatorio privilegiado de la realidad, y los plasmáis en el informe FOESSA. ¿Por qué número vais ya?

    Por el 7º. En octubre de 2014 lo presentaremos, coincidiendo con la celebración de los 50 años de la Fundación FOESSA, que empezó a hacer análisis sociales en el tardofranquismo (de hecho, hubo algunos capítulos censurados, que no se pudieron publicar). El informe de este año va a analizar todos los años de la crisis más profunda en España y a nivel internacional, y creemos que va a ser un punto muy importante de arranque para esa visión de una nueva sociedad.

    ¿Habéis encontrado algún dato especialmente llamativo?

    Bueno, se sigue en la tendencia de los datos que hemos ido adelantando a lo largo del año pasado. Básicamente, la profundización de una pobreza más intensa, extensa y crónica, y una mayor desigualdad. La desigualdad social seguramente sea la herida más profunda que va a quedar tras estos años de crisis. España siempre ha sido un país con unos indicadores de pobreza altos, pero los indicadores de desigualdad han crecido exponencialmente en estos últimos años. En términos vulgares podríamos decir que ha desaparecido la clase media, y que se ha quedado instalada una desigualdad creciente no sólo en términos económicos, sino también de acceso a bienes y servicios.

    ¿Hay razones fundadas para la esperanza? ¿Podemos confiar en que podemos ser mejores?

    Hay razones para la esperanza porque hay personas que luchan por la esperanza. Hay realidades que ya se están haciendo, movilización para cambiar este mundo. Además, yo creo que hay razones para la esperanza porque creo en el Dios de Jesús, que es mi esperanza.
    Hace dos años estuve en Haití viendo la reconstrucción que estábamos haciendo ahí, y en una comunidad parroquial que quedó bastante destrozada por el terremoto, le pregunté a la gente si veía esperanza. Recuerdo que se levantó un señor miembro de la parroquia, y me dijo «los que creemos en Cristo vivimos en la esperanza». Una esperanza que se va construyendo día a día, con comunidades, con personas, con ideas, con investigaciones… En definitiva, con luchas cotidianas por estar junto a los más pobres y quitarles el sufrimiento, porque hemos escuchado su clamor.

    ¿Todos somos responsables?

    Sí. Una vez alguien me preguntó que si somos culpables del hambre en el mundo. Y yo le contesté que no somos culpables, pero sí responsables. Eres responsable por tus usos diarios, por no compartir, por el tipo de comercio que apoyas, por el tipo de consumo que haces. Todas las personas somos totalmente responsables de todo lo que pasa en el mundo, porque ya vivimos en un solo mundo interconectado y global.
    Pero al mismo tiempo tenemos más capacidad de la que creemos para cambiar las realidades injustas. Uno de los elementos simbólicos más importantes en estos años de crisis ha sido la construcción social de la impotencia. Se nos ha hecho creer que no es posible otra cosa que el descarte de personas, que no es posible otra cosa que el recorte de servicios, que las únicas soluciones son soluciones financieras… En definitiva, se ha creado un imaginario en el que no es posible nada fuera de lo que ya estaba escrito. De hecho, ahora es muy fácil ser idealista: cualquier cosa que vaya contra el discurso dominante significa que eres un demagogo, un anti-sistema, o que estás fuera de la realidad. Sólo por dar una opinión o un testimonio distinto.
    Romper esa impotencia es otra razón para la esperanza. Sólo con decir «esto no tiene por qué ser así, puede ser de otra manera», ya se está creando un nuevo mundo.

    Algunos titulares:

    -Cáritas es la caridad organizada de la Iglesia

    -Cáritas pretende estar con los más pobres, con los últimos, y mostrar el rostro más misericordioso de Dios a aquellos que nada esperan

    -El optimismo es la música de los satisfecho

    -Nosotros atendemos a personas, no a problemas

    -Una señora que no puede pagar su alquiler seguramente sabe pintar o bailar… Tenemos que evitar ver sólo las carencias

    -No podemos permitir que un kilo de arroz tape la cara y el rostro del otro

    -Cada vez hay más familias que se hacen cargo de otras familias y «donde comen cinco…» están comiendo ocho

    -Lo que tenemos que tener claro es que la salida de la crisis no puede suponer volver a donde estábamos. Eso es tremendamente injusto, además de imposible

    -El mejor de los mundos posibles que hemos vivido hace cinco años era un mundo que excluía a mil millones de personas. Sólo que, como nos nos tocaba o nos tocaba menos, lo veíamos como un modelo bueno

    -Por suerte hay gente que ayuda a gente, comunidades que se hacen acogedoras, y mucho compromiso, entrega y gratuidad para contrarrestar la crisis

    -El día que no me sorprenda por la labor de personas ayudando a otras personas, o por la capacidad del ser humano de salir adelante, me iré de Cáritas. Porque si no creo en las personas no puedo creer en Dios

    -La dimensión caritativa de la Iglesia no tiene que ver con el dar, sino con el darse

    -Me sorprendo diariamente al ver cosas que yo no sería capaz de hacer y que la gente sencilla y humilde está haciendo

    -Quien ha vivido que la felicidad consiste en compartir, lo sabe; pero a quien no lo ha vivido le sonará a música celestial

    -Tenemos que radicalizar más nuestro compromiso, porque cuando nos dan tantos premios, seguramente hay algo que no estamos haciendo del todo bien

    -Hoy en día sin una espiritualidad viva es imposible tener un compromiso con el mundo de la pobreza

    -No necesitamos paracaidistas ni héroes, sino testigos del Evangelio

    -Creo que a veces pecamos de soberbia en el ámbito caritativo-social de la Iglesia, como si desde Cáritas dijéramos «somos los mejores y nos caracteriza la humildad»

    -Para estar realmente comprometidos con los últimos, tenemos que tener grandes dosis de humildad

    -No somos ideólogos de salón, sino que contamos lo que está pasando

    -La desigualdad social seguramente sea la herida más profunda que va a quedar tras estos años de crisis

    -En términos vulgares podríamos decir que ha desaparecido la clase media en nuestro país

    -Uno de los elementos simbólicos más importantes en estos años de crisis ha sido la construcción social de la impotencia

    -Se nos ha hecho creer que no es posible otra cosa que el descarte de personas y el recorte de servicios, que las únicas soluciones son soluciones financieras, y se ha creado un imaginario en el que no es posible nada fuera de lo que ya estaba escrito

    -Ahora es muy fácil ser idealista: cualquier cosa que vaya contra el discurso dominante significa que eres un anti-sistema o que estás fuera de la realidad

    Sebastián Mora, de Cáritas
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    Autor

    José Manuel Vidal

    Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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