Jesús Martínez Gordo

Laicismo y solidaridad

El debate entre J. Ratzinger y P. Flores d’Arcais

Laicismo y solidaridad
Jesús Martínez Gordo

La mayor persistencia de los creyentes (a diferencia de los ateos) en el compromiso cotidiano

(Jesús Martínez Gordo).- Cuando se evalúa la gestión de J. Ratzinger al frente de la Congregación para la doctrina de la fe no faltan quienes critican el proceso de dogmatización del magisterio y del gobierno eclesial que apadrina e impulsa: las llamadas verdades «definitivas» son, probablemente, el buque insignia de semejante opción. Pero también es preciso reconocer lo oportuno y acertado de haber dialogado -siendo Prefecto de dicho Dicasterio- con algunos de los ateos, antiteístas o agnósticos más relevantes del momento. Tal es, por ejemplo, el caso del debate mantenido con P. Flores d’Arcais, un pensador que gusta auto-presentarse más como «laico» que como ateo o agnóstico.

La profesión laica de P. Flores d’Arcais se funda, críticamente, en el rechazo de los «grandes relatos salvíficos». Y, propositivamente, en la defensa del pacto y del consenso en libertad, en el instalamiento en la finitud como fuente de plenitud y felicidad y en la absolutización de la verdad empírico-racional como único criterio de conocimiento. Hasta aquí, pocas novedades.

Hay, sin embargo, un punto relativamente original en su consideración laica de la vida y que retoma en el debate mantenido con J. Ratzinger: el referido a la mayor persistencia de los creyentes (a diferencia de los ateos) en el compromiso cotidiano.

Según P. Flores d’Arcais, los creyentes son, a pesar de todo, necesarios por su entrega y solidaridad: en lo que toca al «apoyo a los marginados, a los últimos, respecto al deber de la solidaridad, los creyentes sacan a los no creyentes muchos puntos. Y probablemente carecer de fe hace mucho más difícil la capacidad de renunciar al egoísmo, de sacrificarse por los demás. No quiero decir que lo haga imposible» (P. Flores D’Arcais, «Ateísmo y verdad»: J. Ratzinger – P. Flores D’Arcais, «¿Dios existe?», Madrid, 2008, 83).

Es evidente, prosigue, que también se da entrega y generosidad entre los laicos o ateos, sobre todo, en los momentos particularmente trágicos de la historia de la humanidad. Pero es una entrega que, sin saber muy bien por qué, se muestra intermitente cuando hay que afrontar el compromiso (callado y paciente) del día a día: «ni qué decir tiene que un laico o un ateo puede sacrificar su vida. No obstante, tengo la impresión de que resulta más fácil…, o sea, más fácil…, menos difícil sacrificarla en momentos excepcionales que hacer sacrificios menores, pero cotidianos (para quien no cree, que para quien cree, o por lo menos, que para algunos que no creen)» (Ibíd.,).

Por eso, sostendrá, poco antes de cerrar el debate, que si «la piedra donde tropezar es para el cristiano la tentación de dictar ley (en nombre de una presunta ‘ley natural’), que coincide siempre, qué casualidad, con la palabra ‘ex cathedra’, la piedra donde tropezar es para el ateo la incapacidad de caridad. Y dado que de eso se puede hablar, no hay que permanecer callado al respecto» (Ibíd., 133).

Finalizando de esta manera, se reafirmaba en una tesis, mantenida con anterioridad al debate con J. Ratzinger. Y lo hacía, a pesar de las críticas que le habían llovido del campo ateo y laico del que forma parte.

Pocos (por no decir que casi ninguno) de los llamados «nuevos ateos» comparte este reconocimiento. Es más, no falta quien, como G. Bueno, se sorprende de que todavía se defienda la existencia de una relación entre moralidad y religión: «no somos capaces, en absoluto, de entender, ni siquiera instrumentalmente, por qué la religión, tal y como es entendida desde la perspectiva teológica, tiene componentes morales o éticos». (G. Bueno, «La fe del ateo. Las verdaderas razones del enfrentamiento de la Iglesia con el Gobierno socialista», Madrid, 2007, 214).

Sin embargo, puede que no esté de más indicar, prolongando la aportación de P. Flores d’Arcais, que, frecuentemente, semejante permanencia en el compromiso suele ser el fruto maduro de ejercitar una razón compasiva y misericordiosa (gratis se ha de dar lo que gratis se ha recibido, Cf. Mt 10, 8) que no tiene dificultad alguna en articularse con otra más empírica (que no neopositivista); una razón (ésta última) a la que, tan apasionada como unilateralmente, se abona el filósofo italiano.

Y quizá tampoco esté de más indicar que es muy probable que para la gran mayoría de estos creyentes así comprometidos, la máxima libertad se da y es posible «veri-ficarla» (se «hace verdad») en la máxima entrega. Un modo de expresarse formalmente equívoco, pero con la que se quiere indicar que el centro de su existencia y libertad es ex – céntrico, es decir, pasa por la centralidad de los parias y crucificados de este mundo y de todos los tiempos. En ellos se sigue actualizando el drama del calvario.

Como se puede apreciar, un «gran relato salvífico» que sería deseable que marcara -más intensa y extensivamente, por supuesto- nuestra historia presente y futura, a pesar del horror postmoderno a los mismos.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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