La insistencia de los obispos montaraces en implicar a la Iglesia en discordias políticas es suicida
(Ramón Baltar)- El señor nuncio anunció su falta de respeto al cargo que desempeña cuando en una homilía puso a los miembros de la Casa Real como modelo de familia cristiana y lo confirmó con la nota contra el abad de Montserrat. Lo primero se tomó a desliz pelotero y se le perdonó por ser vos quien sois, pero lo de ahora no puede pasar sin un comentario.
Ocurre que el nuncio propiamente es el embajador del Estado de la Ciudad del Vaticano ante el Reino de España, no el interventor de la Santa Sede sobre la Iglesia Católica Española. Monseñor Fratini la metió hasta el corvejón al descalificar al padre Soler, dando pie a la sospecha de que no le importa hacer de mamporrero del Gobierno y/o del sector de la CEE que considera la unidad de la Patria punto de moral católica, aberración que demuestra las muy escasas luces teológicas de la cordada rouquiana.
La aclaración de que el monje catalanista hablaba a título privado descubre incomodidad por el ejercicio del derecho a la libertad de expresión, y sugiere que sus opiniones no son acordes con la línea oficial. Pero es el caso que su posición coincide en lo sustancial con la sostenida por los obispos catalanes, que por fuerza tendrán que sentirse desautorizados por la Nunciatura Apostólica. Le aplica a don Renzo lo que denuncia aquel refrán: el que no puede sacudir al burro, a desahoga en la albarda.
Lo que en realidad irritó a los inductores de la reprimenda fue que el abad no callara la cosa que más teme oír la clerecía españolista: que Roma no tendría inconveniente en reconocer una eventual independencia de Cataluña, si se decidiera por vías democráticas. Allí a nadie quita el sueño la aparición de nuevas fronteras, y abrir una oficina en Barcelona no arruinaría las arcas pontificias.
Ramo de locura suicida la insistencia de los obispos montaraces en implicar a la Iglesia en discordias políticas de las que no se ha de seguir ningún bien para ella pero sí mucho mal para sociedad civil. Del nuncio de Francisco se esperaba cordura.