Su pontificado, Dios mediante, no será una mera transición de otoño a primavera sino una primavera duradera
(Macario Ofilada).- El 11.2.2013 aquí en Filipinas nos acostamos aquella noche con una noticia bomba (yo me acosté muy tarde viendo diversos canales en la TV y navegando por internet): Benedicto XVI anunciaba su dimisión en latín y varios de los cardenales presentes en aquel consistorio extraordinario no se enteraban de lo que pasaba. Ahora, al cabo de un año, quisiera reflexionar sobre aquella noche del 28.2.2013.
De nuevo, estaba delante del televisor. Me sentí triste cuando cerraron las puertas de Castel Gandolfo y cuando los guardias suizos cedieron sus puestos a los de la gendarmería. Yo habría preferido un repique de campanas por toda Roma y Castel Gandolfo para saludar al papa que dimite y a darle las gracias. Unas salvas no habría estado mal para anunciar con gozo, y con cierta tristeza, que la iglesia sigue amparada por el Espíritu Santo.
Aquella misma tarde Benedicto XVI había abandonado el Vaticano (al que volverá en dos meses) y se había asomado al balcón de Castel Gandolfo para dirigir un último saludo al pueblo y a darle su última bendición como papa. Aquella noche, comenzó una nueva etapa de la peregrinación del hombre que fue papa durante casi ocho años y que ahora se identificaba como un peregrino más.
En aquella noche de abril de 2005, estaba viendo la emisión en directo desde el Vaticano cuando la gente en la Plaza de San Pedro empezó a aplaudir por la fumata bianca y el repique de campanas -por eso, me habría gustado que la iglesia, a quien sirvió como Sumo Pontífice de 19.4.2005 a 28.2.2013, lo hubiera despedido con un repique de agradecimiento y de esperanza gozosa- y me quedé boquiabierto al oír el nombre del nuevo papa de los labios del entonces Cardenal Protodiácono Jorge Medina.
Confieso que no me había gustado su actuación como prefecto de la CDF en tiempos de Juan Pablo II. Pero después de aquel primer saludo al pueblo y la primera bendición urbi et orbi, me tranquilicé un poco. Intuí que algo iba a cambiar y al cabo de unos meses vi que llevaba razón. Me decía a mí mismo que el hombre cambiaría, pues el Ministerio Petrino cambia a todos los que lo aceptan. Dijo una vez Pablo VI a un amigo «Montini non esiste più».
Eché a ver, por eso soy tan devoto del Espíritu Santo, la transformación del hombre de orígen alemán en papa de la iglesia universal a partir de las primeras celebraciones litúrgicas tanto en la primera misa junto a los cardenales en la Capilla Sistina, con una homilía en latín, como en la misa del Comienzo del Ministerio Petrino en la Plaza de san Pedro, cuando retomó el «non abbiate paura» de su predecesor y afirmó la juventud de la iglesia. Ya no era el prefecto sino el Papa. Ya no era Joseph Ratzinger sino Benedicto XVI. Y, a pesar de su renuncia al Ministerio Petrino a partir del 28.2.2013 (o 28-F), Benedicto XVI sigue siendo Benedicto XVI para la historia aunque publicó su trilogía de cristología, siendo papa, utilizando los dos nombres (Benedicto XVI y Joseph Ratzinger).
Me pareció entonces que este hombre tenía una crisis de identidad. Pensé que iba a ser Joseph Ratzinger a partir de la noche de su consagración. Pero sigue siendo Benedicto XVI para nosotros hombres de la historia y Hermano Joseph para Cristo y para quienes quieran ver las cosas desde su óptica de historia de salvación.
Dentro del primer año del pontificado de Francisco, yo iba comprendiendo al Papa Benedicto XVI como un papa de transición. Incluso llegué a afirmar que no debía haber llegado a ser papa. Pero llegó a serlo por la gracia de Dios. Dios no piensa como los hombres. Menos mal. Muchos, sobre todo a raíz de Vatileaks y de los últimos momentos de su pontificado, sentenciaron que desde el punto de vista de la administración el pontificado de Benedicto XVI fracasó. Ahora con la distancia de un año, tendremos mejores perspectivas. Con el tiempo, se madurarán nuestras reflexiones como el vino.Pero a estas alturas ya he podido identificar lo mejor de su pontificado: la hondura de su magisterio que nos acompañará con el paso del tiempo.
Benedicto XVI sabía y reconocía que todo tenía un límite mientras que su predecesor sólo lo sabía. Sabía que no ya no podía servir a la iglesia, como debía, debido al impacto de aquellos acontecimientos de la última fase de su pontificado y a la disminución de sus fuerzas tanto físicas como mentales con la edad. Pero al verlo asistir al consistorio público de febrero 2014, vi que la dimisión le ha hecho mucho bien. Tenía mejor aspecto que hace un año.
De hecho, no se ha disminuido su prestigio. Su presencia en aquella ceremonia, su deferencia ante su sucesor, su unidad con la iglesia han puesto de manifiesto que el papa emérito es todo un señor y servidor. Todos hemos podido ver aquel día de una manera excepcional la continuidad de la iglesia ayudada por el Espíritu. Benedicto merece ser saludado y recibido con un repique, también con unas salvas, con el canto de Tu es Petrus porque también es sucesor de Pedro, como Francisco.
Ha hecho posible la primavera de Bergoglio. Benedicto sigue siendo Pedro aunque ya no ejerce el trabajo de Pedro en esta tierra. Esto ya le corresponde a Francisco. Como hombre prudente, Benedicto optó por ausentarse de las funciones públicas en el Vaticano por casi un año para que se consolidara el pontificado de su sucesor, a quien sostiene sobre todo con la plegaria, y que desapareciera todo peligro de diarquía o el riesgo de tener dos ejes de referencia y autoridad en la iglesia universal.
En un primer momento, pensé que Benedicto quería una vejez y muerte más digna porque es un hombre más reservado que Juan Pablo. Claramente quiere acabar sus días con silencio y dignidad, lejos del ruido mundanal del que se quejaba fray Luis de León. Pero ahora está claro que amaba mucho a la Iglesia, aunque a veces cabría preguntar si se trata de la iglesia hecha concreta con sus luchas y sufrimientos o la que se conceptualiza como concepto teológico o metafísico de comunión. Sabía que no podía servirla continuando a ejercer la función de Pedro.
Tal vez reconoció que era sólo un papa de la transición, un instrumento «insuficiente» (como se autodefinió en aquel primer discurso tras su elección desde el balcón más famoso del mundo) del Señor para iniciar una nueva primavera con otro hombre que, con otro estilo, talante y cultura, conservará y continuará con lo mejor de sus ocho años en el solio pontificio y de toda la historia del papado. Aquella noche de 20.4.2005, socarrón, les envié un correo a algunos amigos Dominicos diciéndoles que Benedicto no duraría 10 años debido a su edad. Tenía razón pero no me esperaba que el desenlace iba a ser así aunque ya en el libro de entrevistas con P. Seewald Luz del Mundo (2010) ya lo dejaba caer.
Sin o con vatileaks, Benedicto sabía que ya no podía servir a la iglesia actuando como Pedro. Ya no tenía las fuerzas necesarias. Sabía que llegó a ser papa, contra el pronóstico de muchos, pero sabía que él no iba a estar ocupando la Cátedra de Pedro por mucho tiempo. Por eso, optó por seguir siendo Pedro pero de otra manera. Y ahora confieso que me sigue costando entender lo de papa emérito pero lo entiendo un poco mejor, sobre todo desde aquel consistorio público en el que por vez primera bajo la cúpula de san Pedro estuvieron dos papas.
Comprendo el concepto de obispo emérito o profesor emérito porque obispos y profesores los hay muchos. Pero el papa es único cuyo oficio es único. Uno es o no es el papa. Como dijimos, el papado cambia al hombre. Ratzinger fue transformado para siempre el 19.4.2005. Para conservar su propia dignidad, dado que él ejercio un oficio singular durante casi ocho años, se autodenominó «papa emérito», que para él era la solución histórica más práctica. De esta manera, la historia nunca olvidará su gran sacrificio y que siempre quedará constancia de su transformación que es experiencia de gracia, no sólo para él sino para toda la iglesia, aunque los caminos no siempre han sido fáciles.
Ahora, después de un año, reconociendo que todos los hombres incluyendo a Ratzinger tenemos ambiciones, puedo afirmar con convicción que el hombre se inmoló por la iglesia sobre todo en estos tiempos amargos de los escándalos de abusos sexuales de parte del clero y trabajadores de la iglesia. En el fondo, creo que Ratzinger tiene un alma muy sensible y, quizá, ingenua. En el fondo, no comprendía cómo hombres ordenados o personas con ministerios fuesen capaces de abominaciones muy difíciles de perdonar e imposibles de olvidar. Es un lince -esto puede verse en su producción teológica que es en gran medida una teología crítica a varias corrientes contemporáneas desde una inspiración agustiniano-bonaventuriana- pero desde luego no un lobo aunque se puede discrepar de algunas medidas duras contra ciertos teólogos en sus años de Prefecto (1982-2005).
Es un pastor alemán, fiel a su Maestro o dueño que es Cristo cuya voz, invitándolo a subir a la montaña, oyó en su soledad de hombre y respondió con la valentía de un verdadero sucesor de Pedro quien como su Señor murió crucificado (pero a diferencia de Jesús, según la tradición, con la cabeza hacia abajo). Quizá abdicar era como crucificarse con la cabeza hacia abajo.
Para Benedicto, la única solución era otra autoinmolación: dejar la Cátedra de Pedro, con toda su pompa y conservando la dignidad que le es propia y la del oficio pase lo que pase, y seguir siendo Pedro de otra manera. De ahí, según creo, lo de papa emérito. Era demasiado tarde volver a ser simplemente Joseph Ratzinger aunque lo había intentado con aquella trilogía de cristología que me pareció más bien unas meditaciones o homilías bien documentadas (el mejor libro de Ratzinger Introducción al Cristianismo tiene su origen en conferencias universitarias). Bueno, por lo menos con Ratzinger se puede ser Pedro de otra manera. Esto nos recuerda a todos lo de Alter Christus o ser otro Cristo o Cristo de otra manera, que tradicionalmente se le aplica al presidente de la asamblea litúrgica pero yo pienso que esto no se debe limitar a los ordenados. Es aplicable a todos los cristianos en cuanto que son mártires o testigos de Cristo.
El de Benedicto no fue un pontificado glorioso ni espectácular. Fue más sobrio, más esencialista, con menos viajes y con menos adulación de la gente lo cual es de agradecer tras 20 anos y pico de un circo eclesial cuyos efectos duraderos todavían tienen que determinarse -y de momento sigo pensando que eran en varias ocasiones momentos momentáneos de histeria colectiva- pero con una estética barroca y renacentista que de alguna manera resultaba edificante para las celebraciones.
Ratzinger, liturgo y maestro, nos dio mensajes más sustanciales, inteligibles, sencillos. Sin penas ni glorias, diría yo, pues no es un actor sino un hombre sensible, no es una superestrella sino un esteta, no es un viajero sino un peregrino, no es una máquina de documentos sino un intelectual. Es obvio que Benedicto XVI tenia otro criterio para comprender o conceptualizar la gloria: el trabajo abnegado y casi silencioso con unas liturgias bellas y tal vez un tanto anticuadas pero verdaderamente mistagógicas. Él fue un verdadero san Juan Baustista: «Él (Jesucristo) tiene que crecer, y yo (Benedicto) tengo que menguar» (Jn 3.30). Esto también puede aplicarse en el caso del papa actual y del papa emérito. Benedicto hablaba cuando era necesario, siguiendo el consejo de san Francisco, a veces ofendiendo (sin quererlo) las sensibilidades de otros (por ejemplo, aquella lección universitaria en Regensburgo el 12.9.2006 que desató muchas protestas entre muchos musulmanes y el uso de la expresión «comunidades eclesiales» en Dominus Iesus al referirse a iglesias sin linaje episcopal).
Mucho podría decirse sobre el papa emérito mas, por el momento, quiero subrayar el momento de la consagración definitiva de su pontificado aquella noche oscura del 28.2.13. Con su renuncia, Benedicto nos recordó que «God is in charge», la iglesia está en manos de Dios. Con la gracia de Dios, se superó pronto el atolondramiento y el stupor de la abdicación papal. No pasa nada colega, la iglesia fue ganada por la sangre de Cristo. La iglesia no depende de una personalidad fuerte sino de Dios quien utiliza instrumentos humildes e insuficientes para llevar a cabo una transción, dejando una huella de fracasos pero también de gozosos recuerdos de aciertos y triunfos: como su magisterio profundo, sus liturgias contemplativas (si bien barrocas), sus buenas intenciones de reconciliar a los que tomaron posturas extremas en la iglesia tanto en Europa (si bien reconoció en Luz del mundo que en el caso de aquel obispo lefebvriano hubo un fallo de parte de la iglesia por no investigarlo al fondo previamente por internet) como en Asia (la iglesia patriótica china), su apertura no del todo comprendida a los hermanos anglicanos, su trabajo en pro del ecumenismo (sobre todo con los ortodoxos), su lucha contra el abuso sexual de los menores (recuérdese lo que hizo respecto a Maciel después de años de silencio y complicidad en el Vaticano cuando él como prefecto tenía que callarse hasta el punto de irritarse con un periodista que no le dejaba en paz sobre el fundador de los Legionarios de Cristo).
Benedicto era un papa-mensajero y no el mensaje mismo. Se interpretó lo de «no tengáis miedo» en un primer momento desde el impacto de la fuerte personalidad de quien fue testigo privilegiado de persecución religiosa y sufrimiento colectivo, cuya voz potente, que se iba apagando con los años, derrumbó los muros y los castillos de regímenes opresivos. Andaba en medio de nosotros un gran testigo con su personalidad arrolladora y quizá dependíamos demasiado de él para que el espectáculo siguiera. Luego, con Benedicto todo esto cambió porque el escenario ya no era el mismo por lo que ha de modificarse el espectáculo.
Con su estilo y abdicación, nos enseñó la gran lección de que no deberíamos depender de personalidades impactantes. The show must go on, como dicen en Hollywood y Broadway. Los testigos, por muy fuertes que sean, no deberían ser el eje de nuestra fe. Antes del cónclave de 2005, dijo que la nueva amenaza para él era la «dictadura del relativismo» un eco del famoso Hans im gluck (el afortunado Hans que cambió lo más valioso por cosas menos valiosas) de su libro más famoso. Quería algo más profundo pero quizá menos tangible en un mundo supercomplicado con indefinibles necesidades y carencias: la seguridad de una fe verdadera cuya verdad absoluta rompe todo subjetivismos. No podemos definirlo todo con precisión. No podemos tildarlo todo dando siempre en el blanco. Hablando de blanco, no me convence la justificación reciente de Benedicto de su indumentaria blanca en una carta a La Stampa diciendo que era por razones prácticas. Pero, esto es otro cantar y no es importante por ahora.
A lo que voy, no deberíamos tener miedo porque el Misterio, que nos trasciende, permanece entre nosotros, que no estamos solos, que deberíamos entregarnos a Él quien nos da todo sin quitar nada de nosotros (es éste el meollo de la homilía benedictina durante su inauguración). Y ahora con su renuncia, nos dijo Benedicto que no tuviéramos miedo porque él, que no quería ningún espectáculo, sabía que la iglesia no dependía de él ni de su presencia visible. Sabía que todo dependía del Señor quien nos prometió su Espíritu y éste inspiraría a los cardenales para que eligieran al hombre cabal. Y lo hicieron. Su pontificado, Dios mediante, no será una mera transición de otoño a primavera sino una primavera duradera cuyo verano o cima consistirá en el redescubrimiento de la iglesia misma como comunión de los más pequeños de Jesús.
De verdad, aquella noche del 28.2.13 fue la noche de la consagración de Benedicto XVI cuando empezó a ser Pedro pero de otra manera. Gracias, hermano Pepe, por tu servicio bienintencionado, entregado e intenso de ocho años -y también por tu larga carrera de profesor, obispo y prefecto si bien no comulgaba siempre con tu pensamiento crítico- y por tu valentía en 2013 que te consagró papa para siempre. Por dentro, en esta noche en estos tristes trópicos cerca de los cocoteros y arrozales, oigo los repiques y el canto de «Tu es Petrus» todos dirigidos a ti y a tu sucesor Quico.