En África hay niñas que están en el mercado trabajando de sol a sol, explotadas, como trabajaban los niños a principios de la Revolución Industrial
(Jesús Bastante).- «No creo que haya nada que pueda justificar que la gente muera en la frontera». Covadonga Orejas es carmelita vedruna y lleva 12 años entre Gabón y Togo. Ahora visita nuestro país para promover la Campaña de Manos Unidas, con la mirada puesta en la construcción de un mundo mejor para todos. Un mundo en el que tengamos una mirada distinta hacia el sur. «En África hay niñas que están en el mercado trabajando de sol a sol, explotadas, como trabajaban los niños a principios de la Revolución Industrial… Eso existe todavía», explica.
¿Desde cuándo eres misionera?
Desde 2002.
¿Cuándo y cómo decidiste irte?
Yo siempre había pensado en América. Veía a las hermanas carmelitas que estaban allí y lo que hacían, y me ilusionaba pensar en poder participar en un proyecto así. Yo siempre estaba dispuesta a ir pero nunca llegaba el momento (porque estaba recibiendo formación), pero estalló la guerra de Liberia, y entonces el Servicio Jesuita para los Refugiados pidió ayuda a las congregaciones. La gente se estaba refugiando en Guinea Conackry y nos dijeron que hacía falta ir. Nosotras siempre habíamos colaborado con los jesuitas, así que yo dije que iba. Así que me mandaron por dos años, a mí sola, y así empezó todo. En vez de dos años fueron tres, y luego me dijeron que había que ir a Togo, y finalmente a Gabón.
¿Encontraste muchas diferencias entre esos tres países africanos?
En contra de lo que se suele pensar, dos países africanos pueden parecerse entre sí tanto como España y Ucrania, por ejemplo. Es decir, muy poquito. África del oeste y África central se diferencian mucho como zonas, y luego cada país tiene sus peculiaridades. Sobre todo y siento muchas diferencias de la zona rural a la zona urbana. Es decir, las zonas urbanas de distintos países tienen bastantes cosas en común, y las zonas rurales también. Comparando con España, yo diría que la gente de África del oeste se parece más a la gente de los pueblos de aquí: viven mucho más la cultura de la acogida, la vida tranquila y sencilla… Mientras que en las ciudades africanas se vive el mismo estrés de las ciudades de aquí y las pobrezas son mucho más duras.
Por otro lado, África central parece que ha entrado mucho más en el mundo globalizado. Los medios de comunicación, los sistemas de internet, las blackberrys… están mucho más implantados en la zona central del continente que en el resto.
Cuando vienes a España cada dos o tres años, ¿cómo te sientes?
Yo cuando llego a Barajas me siento en casa. Las raíces tiran fuertemente, y aquello agota. Lo que impresiona es ver cómo aquí todo funciona mucho más fácilmente. Sorprende ver que un ascensor funciona, que los autobuses pasan a la hora y que hasta puedes mirar en el teléfono y saber en qué minuto va a llegar el siguiente… Es como un parque de atracciones que te hace pensar en la cantidad de gente que no conoce ninguna de estas maravillas. Y eso da pena. Yo desearía que todo el mundo pudiera tener acceso a esto.
Creo que una de las primeras cosas que aprendí en África fue la importancia de que el Estado funcione. Cuando vivía en España no me daba cuenta, porque hay tantas cosas que damos por hechas aquí… En África obtener un acta de nacimiento o un carnet de identidad es complicadísimo. Es todo un papeleo, mil visitas a mil ventanillas, tasas…
¿Cuáles son los principales desafíos a afrontar desde aquí de cara a esos países?
Los españoles deberíamos reflexionar mucho sobre la información que llega de África, que no es mucha y suele ser sobre situaciones de urgencia. África es un continente donde la vida se desarrolla día a día, no sólo cuando hay conflictos étnicos.
Otra de las tareas pendientes es revisar con qué valores estamos afrontando el tema de la inmigración. Me da mucho miedo cómo la prensa presenta e informa sobre los hechos del Tarajal, de la frontera de Ceuta.
Yo entiendo que hay que regular las realidades. Estudié Derecho y entiendo que no podemos pasar sin leyes, pero creo que hay una parte humanitaria que no podemos olvidar. Y no creo que haya nada que pueda justificar que la gente muera en la frontera. No se trata de una guerra. Además, como escuché en algún medio, entra mucha más gente por Barajas de la que entra por las fronteras. Por tanto, no se puede consentir que nos estén presentando esta realidad como una invasión.
Otra cuestión sobre la que también deberíamos pensar es la realidad que hay al otro lado y por qué la gente viene. Como decía antes, la vida aquí es fácil, pero además, lo que exportamos en imágenes al exterior es maravilloso. Ya se vive muy bien en comparación con los países africanos, pero además ellos piensan que aquí se vive todavía mejor. Que todos vivimos como los grandes futbolistas. Entonces, por un lado hay algo de ignorancia, pero por otro es que la diferencia es tan grande… ¿Quién no va a querer abrir un grifo y que salga agua?
¿Es tan grande la diferencia como para que merezca la pena arriesgar la vida en una travesía por el desierto, en manos de las mafias, cruzando la frontera…?
Sí. La gente se endeuda y paga barbaridades por llegar a Europa. Pero es que de la persona que sale depende el porvenir de toda una familia. Cuando pienso en la inmigración, creo que la generación de nuestros abuelos sabe muy bien de lo que hablamos.
¿Hemos olvidado demasiado pronto que hace 40 o 50 años éramos nosotros los que íbamos a Suiza y a Alemania?
Sí, hemos olvidado cómo nos trataban y lo que sufrió nuestra gente en esas circunstancias. Porque de hecho, todo el que pudo volvió a su país.
Creo que deberíamos atrevernos a dialogar con la gente que viene. Eso le daría a la gente la posibilidad de saber realmente qué está pasando en otros lugares, tener una perspectiva. Hay que pensar que en África.
¿Deberíamos pensar más seriamente que la gente que sale de su país lo hace siendo consciente de que probablemente no vuelva a ver a su familia?
Eso es, porque además, hay muchas posibilidades de que eso suceda: muchos de ellos se quedan por el camino.
Tenemos unas hermanas que han hecho el viaje al revés. Hermanas que viven en Ceuta y que desde allí hicieron el trayecto que hacen los inmigrantes, y vieron a muchas comunidades de subsaharianos que se quedan «atascadas» en el camino porque ya no tienen más dinero, o porque han sufrido accidentes, o porque a policía no les deja pasar… Y es muy duro, porque no pueden avanzar pero tampoco pueden regresar a donde estaban. No pueden llegar a su destino porque ya no tienen medios (porque tienen deudas muy fuertes) pero tampoco pueden volver porque para ellos sería un fracaso. Son pocos los que llegan en comparación de lo que salen, y muchos dejan la vida en el camino.
Es muy difícil ser joven y no soñar. Creo que hay mucha gente que se da cuenta de que venir aquí sin papeles es muy arriesgado supone caer en las manos de la mafia, pero no todo el mundo lo comprende. Igual que otros se fueron a América y la descubrieron… ellos también arriesgan. A unos les va mal y a otros les va bien.
Has venido a España invitada por Manos Unidas, como una de las presentadoras de la campaña de este año…
Cada año Manos Unidas realiza una campaña para sensibilizar a la gente de la necesidad de compartir. Este año la campaña quiere transmitir que necesitamos un proyecto común para conseguir los Objetivos del Milenio que, aunque no vamos a alcanzarlos en la fecha prevista, requieren que sigamos caminando hacia ellos. Al menos tenemos metas, y metas comunes, que no es poco.
En esta ocasión he tenido la oportunidad de visitar la delegación de Manos Unidas en Toledo, y he visto cuánta gente se mueve y el esfuerzo que realiza, la pasión con la que trabajan… Para los que estamos al otro lado es impresionante ver cómo la gente se araña el bolsillo para poder compartir, y eso da gusto.
Manos Unidas trabaja apoyando los proyectos que presentamos desde el Sur, no importa el continente que sea ni a religión de la gente, siempre que sea para el desarrollo. Mi experiencia con Manos Unidas ha sido muy bonita, porque en los tres lugares de África donde he vivido hemos presentado proyectos, hemos trabajado con ellos y siempre hemos recibido su visita. Puedo decir que saben de lo que hablan.
¿Qué trabajo realizáis las carmelitas vedrunas en África?
Estamos en cuatro países: en la República Democrática del Congo, en Guinea Ecuatorial, en Togo y en Gabón. Los proyectos que tenemos con Manos Unidas son los de Togo y Gabón, dedicados a protección de menores. Trabajamos con niñas víctimas de abusos sexuales y con niñas que están en el mercado trabajando de sol a sol, explotadas. Como trabajaban los niños a principios de la Revolución Industrial… Eso existe todavía.
Entonces, intentamos recuperar a estas niñas, negociar con las patronas (que son las señoras que las explotan), que nos dejen que al menos de 12 a 14 las niñas puedan aprender a leer y a escribir. Intentamos convencer a estas mujeres diciéndoles que les podemos alfabetizar a ellas también, que podemos incluso ofrecerlas microcréditos… Buscamos distintos anzuelos para que piquen y nos dejan ayudar a las niñas.
Estos países han firmado y han ratificado tratados internacionales en torno a la protección de los niños. Entonces, se trata de ayudar a que se vayan aplicando estas leyes, pero sin violencia. Porque con enfrentamientos no se consigue nada.
Lo primero que es muy importante es el diálogo con el personal local, el trabajo con ellos. Porque ellos saben mejor que nosotros cómo dialogar con su gente. No podemos olvidar que no somos colonizadores.
La Unión Africana tiene un Comité de Expertos de Derechos del Niño, y una de las prioridades que se han marcado es la de acabar con las «prácticas nefastas» de las culturas tradicionales. No todo lo tradicional es malo, pero las prácticas negativas (como la mutilación genital o el matrimonio precoz) son cosas a erradicar. Son cuestiones que ya son prioritarias para muchos países, y que requieren trabajar conjuntamente con la sociedad civil. Para mejorar la vida de esos niños.
Es muy curioso, porque aquí en España se aprueba una ley e inmediatamente todo el mundo la conoce. Allí no. Allí ni siquiera los jueces. Como mucho los de la capital, o los que se interesan. Por eso hay que trabajar con los jueces, con la policía, con los maestros… La gente tiene que entender. No podemos esperar que todos evolucionemos a la misma velocidad cuando la información no nos llega en la misma medida.
¿No es desesperante, a veces, saber que ese tipo de cosas no pueden cambiar de la noche a la mañana?
Bueno, yo ya tengo 46 años así que el realismo ya se me ha pegado… Cuando llegué a la zona de guerra lo primero que me impresionó fue que se traficara con la comida, y que las instituciones pudieran tolerar que esto pasara. Trabajé tres años con el JRS, escuchando a los refugiados y denunciando lo que pasaba. Me parecía increíble que alguien pudiera explotar a las personas que salen huyendo de una guerra. Pero eso sucede. Y los refugiados se mueven según los intereses de la gente que da el dinero a Naciones Unidas. Es decir, cuando los financiadores de Naciones Unidas cortan los fondos, los refugiados tienen que volver a su casa. Sin terapia psicológica ni nada. Quien nos financia marca y decide. Aunque, gracias a Dios, también existen organizaciones independientes.
La independencia es un valor muy importante, y yo creo que la Iglesia puede permitirse ser independiente y tener una voz un poco diferente en estos lugares.
¿Debería la Iglesia alzar más la voz ante este tipo de cuestiones?
Sí. En lo que llamamos Occidente es más fácil, porque aquí tenemos una libertad para hablar que no existe en otros lugares. La historia y los medios que se tengan cuentan mucho. En otros lugares donde la Iglesia depende directamente de la financiación del Estado, o donde la seguridad personal depende mucho de lo que se diga, es más difícil manifestarse. Por eso creo que tenemos que aprovechar los vientos favorables, y si personalmente no podemos denunciar porque estamos en un lugar donde estas cosas no pueden salir a la luz, siempre podemos pasar la información a otros lugares.
Yo he vivido en lugares de frontera que requerían de esta estrategia, y creo que hay medios de comunicación o mecanismos como Justicia y Paz que pueden canalizar todo esto.
¿Cómo se ha vivido en los países africanos en los que tú te mueves la elección de Francisco?
La capacidad de comunicación de este Papa es increíble. Yo estoy en diálogo con católicos, protestantes, musulmanes y gente de otras religiones, y creo que a todos les cae simpático. Se puede decir que ha dado esperanza.
Hay países de África donde la poligamia es muy fuerte, y donde muchos hombres no se quieren casar por la iglesia con una mujer para no renunciar a tener otras. Y sin embargo, puede ser que esa mujer haya dejado la Iglesia protestante y se haya pasado a la católica para poder estar con ese hombre, y de pronto se encuentra con que no puede ir a comulgar porque él no quiere casarse. Este tipo de gente, que está muy frustrada, se interroga ahora sobre la posibilidad de que con este Papa alguna cosa cambie en ese sentido. Se está abriendo cierta esperanza para temas pastorales de este tipo, como por ejemplo, para los hijos de padres divorciados. Es muy fácil que se pregunten, «si mi madre no tiene lugar en esta Iglesia, ¿qué pinto yo ahí?».
¿África presenta realidades y problemáticas pastorales muy distintas?
Sí, muy distintas. Y en ese sentido, creo que otro mensaje que sale del Vaticano actualmente es que debemos respetar las diferencias.
Es cierto que por ejemplo la participación eclesial es impensable ahora en África. El Facebook y el Twitter empiezan ahora a funcionar por allí, y yo creo que esto va a suponer mucho cambios y va a ayudar a que la información circule mucho mejor; pero no se pueden comparar los niveles de participación de la Iglesia de allí con la de aquí. Es un camino largo.
¿Crees que África y América son los grandes viveros de la fe ahora mismo?
En África tenemos un reto muy grande, porque el catolicismo ha llegado a algunos países hace relativamente poco. Por eso todavía hay mucho que profundizar, si no queremos correr el riesgo de pasar de una Iglesia a otra. Es decir: hoy voy a misa y mañana, como me encuentro mal, voy a buscar un baño de protección en un gurú. En África muchos que se consideran católicos hacen este tipo de cosas, así que los sacerdotes tienen que trabajar mucho en sus homilías. Pero creo que tendrán que pasar generaciones para que lleguen a cambiar esas costumbres. El cristianismo todavía es muy joven en África…
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