Aquellos tiempos exigían otro tipo de dignatarios y gobernantes, que pudieran venderse o cambiar con el vaivén político
(Macario Ofilada)- Queridos amigos españoles:
Os quiero dar el pésame por el fallecimiento de un gran español, un hombre excepcional en vuestra historia: Adolfo Suárez. Ya no quedan hombres como éste. Un hombre de la reconciliación, denominado traidor por los franquistas y un hombre peligroso por quienes se oponían a la legalización del partido comunista encabezado por Carillo. Incluso los de su partido lo criticaban, sobre todo al final de su carrera política. Pero la reconciliación con todos los sectores era una medida necesario entonces. España tenía que ser la España de todos los españoles sin excluir a nadie, sobre todo a los vencidos por la guerra civil y a los excluidos por el régimen franquista.
Suárez, para mí, era un hombre irrepetible de virtudes cristianas. Nunca he tenido el honor de conocerlo. Pero por lo que he leído juzgo que era un buen hombre. No sé si a todos vosotros os caía bien. Ciertamente tenía sus fallos, como todos. Él era uno de mis hombres preferidos de la transición. El otro era Tarancón. A éste sí le saludé una vez en Madrid. Es cierto que Suárez fracasó como político pero esta debacle se debía a su fidelidad a sus principios. Su caída ocurrió en 1981, como muy bien sabéis. A mi juicio, aquellos tiempos exigían otro tipo de dignatarios y gobernantes: los que podían venderse o cambiar con el vaivén político conforme a una nueva pragmática. Es de lamentar que este tipo de política tenga vigencia hoy en día.
A estas alturas, yo pienso que su caída era como un preludio a lo que ocurriría dentro de 2 años. Nunca me podría olvidar de su valentía aquella noche oscura del 23-f cuando él se mantenía con dignidad en su escaño cuando entró el histriónico de Tejero disparando un arma en el hemiciclo madrileño. Aquella imagen ha quedado grabada en mi mente. Era un momento de locura y miedo el secuestro del Gobierno y de todos los diputados presentes durante aquellas horas, pero Suárez simbolizaba, junto con otros, la racionalidad en aquel acontecimiento enigmático de la historia española contemporánea. Su actitud en aquella noche dejaba entrever que era un hombre de una interioridad de hierro pero con una mirada serena y con una apariencia frágil, relajada y tranquila.
Ojalá tuviera yo su fortaleza de carácter, pues sufrió mucho sobre todo a raíz de la enfermedad y fallecimiento de su mujer y de su hija. Creo que fue por eso que el buen Dios ha querido purificar su memoria, con aquella enfermedad neurológica degenerativa, para que tuviera la mente entera para el reino de los cielos, más allá de las pequeñeces de los hombres quienes hacen sufrir a sus hermanos y prójimos. Le he encomendado en misa esta mañana. Que el Señor lo tenga en su seno.
Quiero haceros llegar este mensaje personal mío para expresaros mi gran respeto hacia vuestro país, en donde me formé y en donde nacieron mis antepasados. Así como para haceros llegar mi cariño, pues soy consciente de que la muerte de Suárez, más allá de las divisiones de tipo político, es ya parte de vuestra historia y la de las naciones que han luchado por la libertad y la democracia como mi idolatrada Filipinas en 1986. Todos los que amen la democracia y la reconciliación, aunque no lo sepan, compartirán vuestro dolor e indignación ante la pérdida de un hombre de estado irrepetible. DEP.