La falta de participación del pueblo creyente, es decir, el clericalismo, está llevando a la Iglesia, sobre todo a la cúpula dirigente, a una situación de marginación social y descrédito difícilmente superable
(Rufo González Pérez)- Jesús invitaba a mirar los acontecimientos, como signos de los tiempos, como «provocaciones» o llamadas de Dios (Mt 16,2-3; Lc 12, 54-59). El concilio Vaticano II actualizó para nuestra época este principio evangélico. Sobre todo en la Constitución Pastoral sobre «La Iglesia en el mundo de hoy» (GS). Para seguir la obra de Cristo, nos dice: «es necesario observar con atención los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio… El curso actual de las cosas llama («provoca») a los hombres a una respuesta, más aún les obliga» (inicio y final de GS 4). Gracias al Espíritu Santo, siempre ha habido «respuestas». Lo trágico ha sido que las respuestas más evangélicas pocas veces han venido de la cúpula dirigente. Más bien lo contrario: infinidad de veces la prudencia del poder, el miedo a la libertad, el control excesivo, el legalismo ritual, el no dialogar, la ignorancia atrevida, la sospecha ante lo nuevo, el apego a una opción política determinada, la marginación de disidentes, etc., han sido «provocaciones» más que respuestas. Este desfase brilla hoy más que nunca. La falta de participación del pueblo creyente, es decir, el clericalismo, está llevando a la Iglesia, sobre todo a la cúpula dirigente, a una situación de marginación social y descrédito difícilmente superable. La renuncia del Benedicto XVI, incapaz de reformar la Curia, «ha provocado» a toda la Iglesia. ¿Lograremos la «respuesta» que Dios quiere? ¡Ojalá con Francisco acertemos!
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