Es preciso conjugar la inocencia con la cautela, la integridad con la astucia, la sinceridad con la sagacidad, la franqueza con el ingenio
(Macario Ofilada)- Ya han enterrado a Adolfo Suárez. Su cuerpo descansa en Ávila, también tierra de mis queridos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Espero que no hayan enterrado el espíritu de este hombre prudente, abierto, bondadoso y valiente.
Su muerte este año representa el final de un ciclo en las vidas de los españoles como lo fue la pérdida de Corazón Aquino en 2009 para los filipinos. Era inevitable para mí hacer esta comparación. Ciertamente los dos tenían sus defectos. No quiero enumerarlos ahora. Pero sí cabe hacer esta observación: Los hombres de virtudes cristianas valen para las luchas, para las trincheras, para las transiciones pero no para gestionar el establishment, asentándose en palacios por un tiempo fijo y prolongado.
Suárez, a quien alguien comparó con el trágico y guapo Kennedy de los USA, fracasó como hombre político pero como hombre de Estado es un caso paradigmático. Le dieron la patada los suyos pero se retiró con elegancia. Aquino, terminó un mandato tormentoso tras heredar el mandato de los que pretendían ser los Kennedy de Filipinas, con la dignidad intacta. Sólo volvió a recuperar su atractivo de antaño (Cory Magic) con su muerte. Fracasaron como hombres del establishment pero fueron los responsables de la recuperación de la dignidad y honra del mismo establishment pese a sus problemas incesantes de credibilidad.
Los dos fueron los progenitores de la democracia restaurada en sus respectivos países. También fueron forjadores de la reconciliación. Su concepto de unidad (sobre todo el de Suárez) cambió la perspectiva de los vencidos con una visión más universal. Para ellos la nación nace y vive no de la competitición, esto es, de los vencedores excluyendo a los vencidos, sino de la comunión, en la que la única competencia permitida es la que lanza el reto a cada uno de los ciudadanos de ser el mejor amante de su país mediante la acción altruista.
Claramente el establishment, y la gestión exitosa del misma, necesita otro tipo de pragmática. No bastan las buenas intenciones. De las buenas intenciones se contruyen los caminos que lleven al infierno. Esto no quiere decir que los buenos hombres, los hombres con virtudes incuestionables no puedan llegar a ser buenos gobernantes del establishment. Pero lo que está claro es que un hombre de estado no necesariamente es un buen político, un buen gestor. Y viceversa. Para ser buen gestor es preciso ser buen político. La política es ante todo un camino de consenso. La política nunca es un juego solitario porque se nutre de y tiene que nutrir a la sociedad. Por eso, la política se lleva a cabo mediante un proceso de negociación: de ceder y ofrecer, de sacrificar y exigir, de dar y recibir. La política es un camino de intencionalidad para lograr algo juntos. Si la sociedad es la comunión de personas que quieren vivir juntas, la política, dentro de la misma sociedad, es la comunión de las mismas personas que quieren hacer algo juntas.
La política es sólo un camino pero engendra a su vez incontables caminos. El camino no debería identificarse con la meta. Sin embargo, para poder sobrevivir en la política tal vez haya que, por el momento, identificar el camino con la meta. Suárez y Aquino insistieron con tenacidad en la diferencia entre camino y meta. Pero su gran error era su incapacidad de ver más allá de la meta; no podían ver que se podía seguir caminando tras lograr la meta que ellos no han sido capaces de ver como momentánea. Por su eticidad y su circunstancia, no han podido ver que esta misma meta podría abrir nuevos caminos hacia nuevas metas, que al final podrían identificarse con sus ideales, con sus principios después de una metamorfosis necesaria pasando por fases, procesos y desarrollos.
En el Evangelio, se nos aconseja: «Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10, 16). Es preciso conjugar la inocencia con la cautela, la integridad con la astucia, la sinceridad con la sagacidad, la franqueza con el ingenio. En otras palabras, ser pacientes y prudentes sin dejar de ser buenos, compasivos, misericordiosos a la vez de ser justicieros cuando hace falta. Pero siempre con humanidad. Nada de revanchas personales (que Aquino no supo superar). Por sí solas las palomas se pierden en sus vuelos altos olvidándose del sabor telúrico mientras que las serpientes por sí solas acabarán mordiéndose sin poderse levantar jamás tras pasar la vida arrastrándose sobre el vientre (Gen 3, 14).
Yo preferiría las palomas a las serpientes pero ojalá nazcan hombres que sepan ser palmoas y serpientes a la vez con la paciencia y preserverancia de pasar por fases, procesos y desarrollos hacia el reencuentro con el ideal original como meta originaria, al final del trayecto. De verdad, se necesita una visión de longue durée pero de ejecución inmediata. ¡En las paradojas, se encuentra el secreto de la realidad y del éxito! Esto es lo que nos enseña el Evangelio sin que todo ello signifique traición de sí mismo.