Es el Caballero de la inteligencia, el filósofo, quien ha de padecer el sutil entreveramiento que piden las categorías en su vertiente de valores y realidad
(José María Arbizu).- Convertido el año en Diario de buenos deseos: Día de la madre, del padre, del hijo… Día de la luz, de la paz, de la inteligencia…, el día veintitrés de abril ha dado en el Día Cervantino: «Día del sujeto entreverado buscando realidad«.
El día del sujeto entreverado -en definición del joven poeta manchego Lorenzo de Miranda dada al Caballero Andante (Q, II,18)- viene de lejos: de los inicios cósmico viriles de las cosas y del viril reinicio constante de la historia de la humanidad. En los inicios cósmico-viriles de la historia, nadie como Adán se encontró con una realidad que vertía su existencia en mil modos, nombres y extrañas experiencias.
En los reinicios de la misma, siempre tras convulsiones sociales, ideológicas y racionales, es el eterno nuevo «Adán» de la realidad quien padece el descomunal desajuste-ajuste de las cosas a realizar. E igualmente, en la necesaria y exigente conformación inteligible del universo real, es el Caballero de la inteligencia, el filósofo, quien ha de padecer el sutil entreveramiento que piden las categorías en su vertiente de valores y realidad.
Y aún el hombre de a pie pasa por una situación familiar mágica: la opinión que invade la sabiduría, la ciencia que no da en la conciencia y la identidad personal que, entre otras cosas, ha de moverse en el juego, no siempre ensoñador, de los pronombres personales yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos… Y bajar del nombre al pronombre, ¡se las trae! Para no salirnos del Día Cervantino, vengamos a Cervantes, su doble don Quijote y el triple del sujeto actual, entreverados.
Cervantes, el genio de a pie que había de padecer los nublados de los persistentes encuentros bélicos (Q,II,1), en que poder perecer, quedar mutilado, verse borlado con hilas (Q,I,38), terminar encarcelado en los baños turcos (Q,I,40; El trato de Argel, IV,61ª), ser rescatado en último momento (Cf. Canavaggio, J., Cervantes, pp.122-123) y volver a la espaciosa patria donde padecer toda clase de penalidades materiales, familiares, sociales, literarias e, incluso, teológicas, iba a dar en un sorprendente paisaje poyético (Q,II,3) donde la figura que lo protagonizaba se perdía en la magia de la condición libre del sujeto. La realidad se le ofrecía oscilante (Cf. Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, p.83), la identidad jugaba al infinito entre los signos y similitudes (Cf. Foucault, M., Las palabras y las cosas, p.55), la aventura iba por el camino del «encantamiento» (Q,I,46), y los humanos, en solitario o en grupo, se le ofrecían como Caballeros necesitados de un encuentro hermenéutico donde identificar y justificar la condición caballeresca. Con ello llegaba Cervantes a la sorprendente visión de la realidad signada por la figura y forma del sujeto.
Alonso Quijano el Bueno, aquel hidalgo que, allí en la aldea, vivía la sobada vida de la soltería existencial, al dar en la lectura de los libros de caballerías de la humanidad daba en el más extraño pensamiento: en hacerse Caballero Andante, pasando, tras ocho largos días de metamorfosis personal, a llamarse y sentirse don Quijote de la Mancha (Q, Prólogo). Los rasgos de este «bizarro y entreverado loco», en palabras del joven poeta Lorenzo (Q,I,18) y «loco sagrado, un inocente que clama por la liberación de los encantos del mundo, ya que se ve poseído, enajenado por la pasión de la libertad y aún de liberar» en palabras de María Zambrano (España, sueño y realidad, pp. 15 y 35), son los propios de la genialidad buscando realidad. Viniendo de la gran tribulación bélica y dando en la mente genial de Cervantes como una divina intuición (Cf. Ganivet, A., Idearium español, p.66) don Quijote lleva en su espíritu los rasgos de la liberación: la soltería amorosa, el desajuste existencial, los fantasmas y batallas oníricas, sin olvidar las imágenes y encuentros «diurnos» con gigantes y ejércitos a los que salir a desaforados encuentros, siempre de signo sujetivo (Q,1,18).
La magia mudante de la alteridad, en aceñas, ventas, personajes diversos, incluso femeninos, le llevarán a un encantamiento sorprendente, «ya que las cosas de la guerra -donde más «irreal» se ofrece la figura humana- están sujetas a continua mudanza» (Q,I,8). Pero es sobre todo la propia aventura caballeresca en pro de la verdadera hominidad, en la que el ideal se vertía en irrealidad, la que devolvía la acción hacia una identidad de sujeto en que había que verificar el contenido. Y ahí, la experiencia de sujeto caía en un complejo entreveramiento.
Pero frente a ello, ahí tenemos a don Quijote de la Mancha asegurando su aventura de Sujeto en las categorías existenciales, de la libertad, la justicia y el amor, la versión de la acción aventurera en la dialogía hermenéutica, caso de él, caballero, y Sancho, escudero hermeneuta (Cf. Arbizu, J.M., Sancho, primer intérprete de don Quijote, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca) y la realización de la misma en la categorial dimensión de lo Divino, pues «No ha de vivir el hombre en hoto de otro, sino de Dios» (Q,II,4).
¿Ofrecerá el hombre actual estas condiciones del sujeto Cervantino-Quijotesco tanto en su condición de «entreverado y bizarro loco» como en su figura sagrada de que habla María Zambrano? (Cf. Oc,p.15). Aquí la pregunta se hace respuesta. La genialidad humana, en su largo, amplio y dialéctico devenir nos ha brindado en este momento actual -siempre metatemporal- un sujeto humano que no desdice de Adán, de Demócrito de Abdera, de Teresa de Jesús -la musa de Cervantes- y del propio don Quijote. ¿Qué batanes reales no lo han trastornado?
Venimos del siglo veinte queriendo estrenar y asegurar la paz en el veintiuno. Hemos entrado en el tercer milenio huyendo del milenarismo y buscando el Milenio. Y aquí estamos cual don Quijotes en su primera salida. El «Non plus ultra» se nos ha convertido en «Plus ultra», con el detalle de que éste domina a aquél, y a nosotros. Y aquí tenemos a la «Aldea global» dominando a la «Aldea individual». ¿Y estará la mente de este sujeto actual en plena lucidez, liberada de todo «entreveramiento» fantasmal, cultural, ideológico, filosófico y religioso? Observad su figura… Siguiendo al joven Lorenzo de Miranda en el encuentro con don Quijote -«¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuestra merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura y el decir que es caballero andante, a mí y a mi madre nos tiene suspensos» (Q,II,18)-, preguntamos al siglo Veinte: ¿Qué tipo humano nos has traído al Veintiuno, que su nominación extraña, su figura cosida de piercings, su imaginativa sobrecargada de «armaduras» cognitivas, su voluntad sumida en el sueño de los fantasmas y su extraña conciencia de sí mismo nos tiene a más de un testigo de la realidad suspensos.
¿Qué nos ha traído? Así como en el caso de Cervantes-don Quijote, en el sujeto actual la figura se vierte imperceptiblemente en forma: en la forma de sujeto que, entreverado, nos habla de los espacios e ideas amplias, del buscar la mejor realidad y esencial humanidad, de la aventura caballeresca de las categorías de la libertad, justicia, verdad y dimensión Divina, donde poder afirmar, con Sancho, que el hombre «No ha de vivir en hoto (protección, reino) de otro, sino de Dios» (Q,II,4). Se trata del entreveramiento no de la figura, sino de la forma en su contextura y dimensión universal. Con ello la diversión y la versión están aseguradas.