Ha llegado, según Francisco, el momento de la síntesis, de sumar sin restar, de unir fuerzas. Pasa salir al mundo. Para que la Iglesia deje de ser aduana y se convierta realmente en "casa de todos"
(J. M. Vidal).- Dos iconos del siglo XX unidos en la gloria. Dos Papas que marcaron la historia del mundo y de la Iglesia. Dos pontífices distintos y, sin embargo, semejantes. Juan XXIII, el Papa anciano y dócil, y Juan Pablo II, el ‘atleta de Dios’.
Los dos sedujeron al mundo por lo que dijeron y, sobre todo, por lo que hicieron. El primero ‘aggiornó’ la Iglesia y el segundo le echó el freno. Por eso representan sus dos almas. Las dos almas del catolicismo que Francisco ha querido casar ayer, elevando a sus representantes a la gloria de la mano.
La Iglesia católica es maestra en la estrategia de la ‘complexio oppsitorum’, en pasar de la tesis a la antítesis, haciendo síntesis. En conciliar el blanco y el negro en el gris. Es la continuidad discontínua. Porque la institución, maestra de sabiduría decantada en sus más de dos mil años de historia, nunca procede a saltos.
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