Si la forma de servir a este Pueblo es ordenarle repetir sacrílegamente que somos adoradores de un "dios parricida", entonces es que necesitamos una urgentísima conversión
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(Jairo del Agua).- Quizás nunca haya empezado a escribir con tanta desgana, tanta vergüenza y tanto dolor. Porque sé que me calumniarán, me apedrearán, querrán sacarme fuera de la Iglesia que amo, a pesar de sus andrajos. Pero tengo todavía muy cerca el ejemplo de coherencia de Aquél que no huyó de ser crucificado. Por eso no puedo, no debo callar.
Celebré la Vigilia Pascual en una pequeña parroquia en la que no faltaron tantas campanillas como asistentes y una ejemplar fraternidad. Regresé a casa pronto, puse la televisión y me encontré con «el directo» de la Vigilia en la catedral madrileña. Toda una legión de concelebrantes y el Arzobispo al frente con su corona, su cetro y su trono. Hasta ahí casi todo alegría y gozo apoyados por un estupendo coro.
Pero cuando escuché la potente voz del lector que proclamaba: «Dios le dijo: Toma a tu querido hijo único, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré…» (Gen 22,2), no pude contenerme y grité: ¡Mentira, mentira, mentira! Con razón, en la humilde parroquia a la que asistí, omitieron esa lectura.
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