Los alepinos por tanto formaron largas colas delante de las iglesias y las mezquitas para llenar sus bidones de agua (¡vuelta a la edad media!)
(Nabil Antaki, maristas azules).- A un periodista que me preguntaba recientemente cómo calificaría la situación en Siria, le respondí: «podrida». Hace ya tres años que la guerra sigue su curso; ninguno de los dos campos es capaz de ganar militarmente y no se atisba ninguna solución política en el horizonte.
Las potencias regionales y mundiales (así como los medios de comunicación) parecen haberse desinteresado por este conflicto que sin embargo habían animado, financiado, armado y tal vez planificado. Ahora tienen otras preocupaciones: Crimea, Ucrania, el vuelo MH370, las elecciones, y por tanto dejan que la situación en Siria se pudra. Y todo esto en detrimento de los sirios, que ven su país destruido, su economía aniquilada, su patrimonio saqueado, sus élites exiliadas, sus riquezas robadas.
Sin olvidar los 150.000 muertos, los 4 millones de refugiados, los 8 millones de desplazados internos, los actos de salvajismo y de barbarie que nadie podía imaginar y un odio confesional que no se conocía, pues cristianos y musulmanes vivían en armonía desde hace siglos. Ni siquiera los más ardientes opositores del régimen ni los más feroces partidarios de las reformas querían la guerra, y sobre todo esta guerra.
La situación de Alepo va de mal en peor con un bloqueo intermitente, pero completo, de personas y de mercancías. En consecuencia es imposible salir o entrar en la ciudad y hay penuria de los víveres básicos: legumbres, frutas, carne, pollo, gasolina, etc. Luego, de repente, tras 10 ó 15 días, el bloqueo se suaviza para volver poco tiempo después. Hace poco han cortado el agua y la electricidad durante 11 días consecutivos: los comerciantes de generadores eléctricos y de gasoil se frotaban las manos. Por fortuna hace un año una asociación cristiana protestante perforó 20 pozos en las iglesias de varios barrios de Alepo (imitada en eso por unas asociaciones musulmanas que hicieron lo mismo en las mezquitas). Los alepinos por tanto formaron largas colas delante de las iglesias y las mezquitas para llenar sus bidones de agua (¡vuelta a la edad media!).
Una lluvia de obuses de mortero cae todos los días sobre Alepo matando decenas de personas e hiriendo a otras tantas. Los francotiradores siguen haciendo estragos entre los peatones. Sin hablar de las explosiones monstruosas de edificios públicos por explosivos colocados por vía subterránea.
Esta putrefacción de la situación ha generado en los alepinos tres sentimientos: el miedo, la desesperación y el sufrimiento.
Pienso en las llamadas telefónicas de las familias de los desplazados que están a nuestro cargo, para decirnos su miedo, expresarnos su pánico y pedirnos consejo cuando los obuses caen alrededor de ellos. Y las madres algunos días rehúsan enviarnos a sus hijos por miedo a que nuestro autobús sea el objetivo de un francotirador o de un mortero.
Pienso en todos esos jóvenes adultos que habían soñado y planificado un porvenir profesional o familiar y que no pueden realizarlo. Tras haber resistido durante tres años la tentación de abandonar el país, están desesperados y quieren emigrar si encuentran la posibilidad.
Pienso en esas 7 familias con 23 niños que viven juntos en un sótano de dos habitaciones (constatación «de visu» de nuestro equipo de visitas a domicilio).
Pienso a las 23 víctimas matadas por un obús el domingo 27 de abril cuando hacían la cola delante de una panadería en el centro de la ciudad y en los otros 19 fallecidos en las 48 horas siguientes a consecuencia de sus heridas.
Pienso en toda la gente que pasa hambre, en ese bebé de 5 meses alimentado con un biberón lleno de almidón diluido, por falta de leche (constatación «de visu» de nuestro equipo de visitas a domicilio).
Pienso en el joven M.C., de 18 años, que sufre por la posibilidad de perder su riñón injertado (tras la pérdida de la funcionalidad de sus dos riñones por un tiro de francotirador) por falta de medicamentos anti-rechazo.
Pienso en N.M., esta joven armenia de 20 años que tiene el hígado, los pulmones y el estómago perforados por la metralla de un obús.
Pienso en A.G., ese joven musulmán de 19 años que ha debido sufrir una amputación de las dos piernas parque estaba en la calle en el lugar donde cayó un obús de mortero. Está actualmente en cuidados intensivos, en estado grave por una septicemia.
Pienso en esa anciana madre, K.H., que ha venido a consultarnos por trastornos neuróticos y que me confiesa que su hijo menor fue matado por un francotirador y que al día siguiente perdió a su nuera y sus 4 hijos por un obús.
Ante estos miedos, estas desesperaciones y estos sufrimientos, no podemos contentarnos con ofrecer solamente nuestra compasión. Ante estos desafíos, resistimos, siendo solidarios con estos hombres y estas mujeres que sufren.
A todos estos civiles heridos de guerra, nosotros, los Maristas azules, les ofrecemos nuestro programa «Heridos de Guerra». En asociación con las Hermanas de San José del Hospital San Luis y con los médicos y cirujanos voluntarios de este establecimiento (el mejor de Alepo), cuidamos gratuitamente a los civiles alcanzados por balas o por obuses.
A todos esos jóvenes adultos desesperados les ofrecemos, esperando días mejores, el M.I.T. (Marist Institute for Training). Con las conferencias que organizamos («la pintura en el tiempo», «la orientación psicológica: del yo al descubrimiento de sí mismo», etc.) tienen un espacio de reflexión y de enriquecimiento cultural. Los Workshop de 3 días les dan la posibilidad de adquirir conocimientos y habilidades que podrán servirles más tarde (estudio de la rentabilidad de un proyecto, como escribir un C.V. y prepararse a la entrevista de trabajo, el arte de dirigir un equipo, etc.)
A los bebés les ofrecemos pañales y leche (somos la única asociación que distribuye leche).
A las familias de desplazados o sin recursos, nuestros diferentes proyectos (« El cesto de la Montaña », « el cesto del Oído de Dios », « el cesto de los Maristas azules ») les ofrecen cestos de alimentos mensuales o semanales, colchones, mantas, bidones de agua, utensilios de cocina, vestidos…
Además un centenar de familias vienen a nuestra casa cada mediodía para una comida caliente.
A los niños en edad preescolar o escolar, pero que no van a la escuela, de familias desplazadas o desfavorecidas, ofrecemos un remanso de paz donde nuestros voluntarios de «Aprender a Crecer» y de «Yo quiero Aprender» les procuran educación, instrucción e higiene.
A los adolescentes mayores, «Skill Scholl» les ofrece la posibilidad de encontrarse entre jóvenes y de realizar proyectos comunes.
A las madres jóvenes, «Tawassol» les ofrece el aprendizaje de inglés, informática y trabajos manuales. En Pascua han expuesto y vendido su producción.
Nosotros, Maristas azules, intentamos responder a estos desafíos lo mejor que podemos pero nuestras necesidades son inmensas, tenemos otros proyectos en la cabeza, como el de poder alojar a los más desfavorecidos de los desplazados, pero para eso hace falta mucho dinero que no tenemos.
Gracias a vosotros, amigos nuestros que nos sostenéis en todo el mundo, logramos afrontar materialmente y financieramente todo esto. Gracias.
Alepo, a 1 de mayo de 2014.
Nabil Antaki
Por los Maristas azules.