Uno, con su voto, puede decir que quiere que continúe siendo rey Juan Carlos I, cuando en realidad está diciendo otra cosa totalmente contraria: que desea que se acabe para siempre la monarquía
(Martín Gelabert, op).- El rey de España, Juan Carlos I, ha abdicado. Para que su gesto sea efectivo y legal, las Cortes del reino deben votar una ley que ratifique la abdicación.
Algunos partidos políticos han anunciado que se abstendrán y otros que votaran en contra de esta ley. Una pregunta ingenua: ¿qué sentido tiene votar en contra de la abdicación? Un no a la ley, evidentemente, tiene un sentido político que puede resumirse así: estamos en contra de la monarquía.
Pero, estrictamente hablando, si a uno le preguntan si está a favor o en contra de la abdicación, y responde que está en contra, lo que en realidad está diciendo es que quiere que Juan Carlos I continúe siendo el rey del España.
Hay dos modos de dimitir: en la mayoría de las instituciones, eclesiásticas y no eclesiásticas, si yo presento mi dimisión de un determinado cargo, y el superior al que se la presento no me la acepta, significa que me está pidiendo que yo continúe en mi puesto. Hay otro tipo de dimisión: yo me voy, y dejo mis cargos y cargas, digan lo que digan los demás.
La dimisión de Benedicto XVI, por ejemplo, no debía ser aceptada por nadie. El Papa actuaba como soberano absoluto y su dimisión era efectiva en el mismo momento en que él lo decidía. Lo único que cabía era elegir un nuevo Papa.
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