Enrique IV pensó que París bien valía una misa y Felipe VI piensa que España bien vale un desplante, por doloroso que sea
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(Juan Pablo Somiedo).- La proclamación del nuevo rey Felipe VI en una sesión solemne de las Cortes en el Congreso de los Diputados irá seguida de un desfile militar a las puertas del Palacio de las Cortes, pero no habrá una misa posterior, como sucedió con la entronización de su padre, Juan Carlos I, en el año 1975.
Este hecho no es ni mucho menos algo banal. Si algo había caracterizado a la monarquía española durante siglos fue su catolicidad. Pero todo parece indicar que si la monarquía es por y para el pueblo, éste hace mucho tiempo que es muy plural en lo religioso y lo cultural. Con este gesto, de carácter laico, el futuro rey de España se sitúa más en la línea de las monarquías del norte de Europa.
La disculpa utilizada aprovecha el contexto de crisis económica para defender unos eventos lo más económicos posibles y por ello, sin invitados extranjeros y sin celebración religiosa. Pero quien más y quién menos sabe que el gesto está cargado de significaciones y qué adelanta cuál va a ser el perfil del nuevo rey de España que, aunque profundamente creyente y católico, sabe que, como acertadamente aleccionó el difunto cardenal Tarancón a su padre, debe ser el rey de todos los españoles y no sólo de los católicos. Eso por no hablar del alejamiento cada vez mayor entre la jerarquía de la Iglesia católica y la sociedad.
Rouco contempla cómo, finalmente, el castillo de naipes de su juego político se desmorona poco a poco prolongando la agonía, pues la historia no entiende de prisas. Los fuegos de artificio consistentes en llenar plazas y estadios gracias a los movimientos neoconservadores para hacer entender que la Iglesia tenía pulmón es España finalmente no han servido para ocultar la realidad de una Iglesia que languidece por momentos por obra y gracia de su ilustrísima y de sus adláteres y que no ha sabido adaptarse a una nuevo contexto social multirreligioso.
El rey estaba desnudo. Todo era apariencia. Ya se sabe que ser y estar es muy diferente a parecer aunque los tres sean verbos copulativos. Hay quien asegura que esto es solo el preludio de lo que está por venir en una España cada vez más descontenta con sus líderes e instituciones, cada vez más fragmentada en lo social y en lo político y donde la jerarquía de la Iglesia se ha posicionado claramente como parte del sistema y no de la solución.
Quizás todo esto no haya hecho sino librarnos de una de las homilías soporíferas y llenas de aire toledano que suelen regalar tanto el cardenal como el arzobispo castrense a aquellos incautos oídos que caen presa de sus elaboradas palabras. Ni uno ni el otro están a la altura del difunto cardenal Tarancón ni en su visión política de España ni en su visión de la Iglesia. Enrique IV pensó que París bien valía una misa y Felipe VI piensa que España bien vale un desplante, por doloroso que sea.