Forjadora de amores, eufórica en sus senderos, llameantes en sus secretos, rompedora de sus cadenas
(Francisco Baena Calvo).- Y. Congar decía: «¿Por qué, Dios mío, la Iglesia, que es santa y única, santa y verdadera, tiene a menudo un rostro austero y ceñudo, cuando en realidad está colmada de juventud y de vida?».
¡Tenía razón Congar! En muchas ocasiones, la Iglesia como Pueblo Santo de Dios vive desorientada, sin fundamentar bien su andadura en Dios, el «eternamente jovial y lleno de vida».
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