La inmensa mayoría de los filipinos, por ignorancia y razones sentimentales, sigue pensando que el Rey de España es el Rey Católico por antonomasia
(Macario Ofilada, Filipinas).- Felipe de Borbón y Grecia se convierte en Rey de España el 19.6.14 día en que Filipinas, antigua colonia de España, conmemora el nacimiento del héroe nacional, José Rizal (19.6.1861), fusilado por la «España Negra» bajo la regencia de la Reina María Cristina en la mañana bella, como decía este mismo vate trágico, del 30.12.1896.
Su muerte provocó un sublevamiento cuyo culmen, con la ayuda de los Estados Unidos de América, fue el fin de la dominación española de estas islas. La corona española perdió estas islas junto con Cuba y Puerto Rico el mismo año: 1898. Esto provocó una nueva conciencia cultural nacional en la Península cuya máxima expresión era la llamada Generación del 98.
Pero no ha muerto del todo con Rizal lo hispánico en el archipiélago magallánico. Filipinas sigue siendo un país hispánico, muy católico y fascinado por la monarquía en general. Sin embargo, la noticia del anuncio de la abdicación de Juan Carlos I el 2.6.2014 pasó inadvertida en general por los cuidadanos de esta excolonia española. Tampoco se enteró la inmensa mayoría de filipinos del caso Noós, de aquel viaje de cacería a Botsuana en 2012 (por lo que un rey con valentía hizo algo que entonces era inaudito: pedir perdón por lo que Juan Carlos I mereció mi aplauso y que dicho acto podría ser considerado el preludio de una salida digna en favor de un nuevo dinamismo), etc.
Pero mis paisanos sí se enteraron del deterioro del matrimonio de los Príncipes de Gales en la década de los noventa y de las aventuras recientes del hijo menor de éstos en USA, con fotografías incluidas e incluso preferidas por muchos a los reportajes. También cabe decir aquí que todo el país se paró para ver la boda de Carlos de Inglaterra con Diana Spencer en 1981 pero este fenómeno no se repitió cuando se casaron Felipe de Borbón y Letizia Ortiz hace diez años.
Es preciso reconocer que a los filipinos les fascina mucho más la realeza británica con más glamour internacional. No me puedo olvidar de cuando murió la Princesa Diana en 1997. Muchos filipinos lloraron su pérdida como si fueran familiares o amistades íntimas de la Princesa de Corazones mientras que sólo pocos lloraron el fallecimiento de la ahora Beata Teresa de Calcuta ocurrido en aquel mismo año. Nos fascina la gente rica, blanca y poderosa, pues somos en general un país pobre, marginado y del tercer mundo y estos personajes nos dan una oportunidad para que podamos darle al magín con finalidad de proyectar nuestros deseos y esperanzas fuera de nuestra situación miserable y encontrar en la realeza y en la jet encarnaciones de nuestras aspiraciones comunes.
Los que lloraron la muerte de Diana querían proyectarse como miembros y amigos de la Familia Real Británica y que su muerte trágica junto con el hijo de uno de los hombres más ricos en el Reino Unido significaba la pérdida de «one of us» aunque muchos de nosotros residimos en chabolas y chozas levantadas en terrenos que no nos pertenecen.
Reconozco que también en medio de nuestras miserias me dedico a este pasatiempo nacional de desear vivir como la realeza o por lo menos como la jet en los pocos momentos de ocio de los que dispongo en medio de mis quehaceres. Estos momentos son para mí una ocasión de «transfiguración» o de desahogo y refrigerio psicosomático como lo fue lo ocurrido en el Monte Tabor para los seguidores de Jesús quienes se dirigían a la ciudad amurallada junto al Maestro para verlo colgado de la madera. Ahí Pedro quería proyectar sus aspiraciones «monárquicas» respecto al Mesías pero aquella voz le recordó que Dios entendía la realeza de otra manera.
Pedro, primer papa, fue el primero entre los cristianos en tener ensueños monárquicos en el sentido mundanal por lo que fue llamado «Satán» por el mismo Jesucristo. Luego sus sucesores consolidarían estos ensueños sobre todo con el nacimiento de los Estados Pontificios y ahora con el Estado de la Ciudad del Vaticano. En mi Tabor personal la voz de la realidad cotidiana con sus quehaceres y dificultades me sacuden y me despiertan de mis propios ensueños petrinos. No oigo por dentro el apelativo hiriente de «Satán» pero sí el reproche sutil de «ilusionado».
Sin embargo, por haber nacido católico en la década de los setenta y educado en una democracia presidencial (que se transformó en una dictadura y después de ésta sigue corriendo el riesgo de convertirse en una república bananera), soy repúblicano hasta los tuétanos lo cual significa que en principio detesto cualquier privilegio hereditario en la sociedad. En este sentido, pienso que la única monarquía tolerable es el papado, pues cualquier católico varón podría ascender al solio pontifico (tras ser elegido por el colegio cardenalicio y consagrarse obispo). En teoría, el papado se decide o se logra no por la sangre sino por el bautizo si bien en la práctica a esta condición última ha de añadirse el capelo cardenalicio o la condición de ser socio del club más exclusivo de varones en el mundo. Mas siempre le he tenido respeto a la monarquía constitucional dado que encarna la autoridad sin ser partidaria y la permanencia histórica e institucional, gracias a la sangre y al cometido familiar, que el sistema presidencial ni parlamentario puede garantizar. Soy filipino de la generación de la Ley Marcial de Ferdinand Marcos. He visto sus grandezas y defectos. Asimismo el desmadre que vino después, sobre todo durante el mandato de Corazón Aquino. Por eso me importa mucho la noción de la autoridad permanente y estabilizante. Marcos, embriagado por sus ensueños absolutistas, en el fondo quería ser como los antiguos reyecuelos prehispanos y se proyectaba como restaurador o instaurador de la antigua monarquía filipina.
A pesar de mis convicciones repúblicanas profundamente arraigadas, les tengo estima a las monarquías constitucionales y benévolas del mundo, pues son autoridades exaltadas pero no despóticas. Pronto me hice crítico del régimen Marcos pero mis seres queridos no me permitieron expresar mis convicciones, elaboradas con fuego infantil, públicamente. Mis padres me han hecho entender la autoridad en clave de servicio al pueblo, sobre todo a los más pequeños. Así Jesús presentó el Reino de Dios. El verdadero Rey es Cristo quien se hizo pequeño. La grandeza de su Reino consiste en la identificación con la pequeñez de la gente humilde y la exaltación de la misma. Siempre me han conmovido las imágenes de Cristo Rey revestido de gloria con corona y cetro. Pero personalmente la imagen de Cristo Rey más impactante es la que se encuentra en un libro de oración juvenil de mi hermano en que Cristo lleva una corona de espinas, medio desnudo, con su cuerpo sangrando, cubierto por un manto de color púrpura y su mano sosteniendo un «cetro» de caña. Luego en varias obras de arte, españolas, latinoamericanas y filipinas, llamadas popularmente «Cristos», encontré de nuevo esta misma representación de Cristo Rey.
A mi juicio, un verdadero rey (y cualquier mandatorio legítimo) tiene que ser como este Cristo Rey burlado por los soldados. No dudo de la preparación tanto intelectual como cultural de Felipe VI. Desde estas páginas, le deseamos todo lo mejor y sabemos que continuará lo mejor de la herencia de su padre quien era el principal artífice de la democracia española y quien concibió la monarquía española en clave de servicio en una España nueva. No cabe duda de que el nuevo rey se entregará íntegramente a su nuevo cometido. Espero que Felipe VI tenga en cuenta esta representación de Cristo Rey y que lo tome por modelo para ser, como lo fue su padre (haciendo eco de la aspiración de D. Juan quien también abdicó o renunció a sus derechos dinásticos en favor de su hijo), tiene que ser el rey de todos los españoles sin temer las consecuencias, sin temer las posibles burlas porque es imposible agradar a todos aunque a todos tiene que servir como soberano. La noticia de que no iba a haber una misa de coronación me alegró. Yo soy católico pero la iglesia sin dejar de ser universal tiene que aprender a convivir en una sociedad cada vez más pluralista. Ser católico no significa acaparar sino compartir, abrir, aceptar e incluso tolerar salvo lo intrínsicamente malo. Sólo dentro de este contexto la catolicidad puede ser «sal y luz» del mundo. Confío en que Felipe VI como individuo, en su empeño de reinar sin gobernar una gran nación, se dejará guiar por lo mejor sus convicciones cristianas y no por las implicaciones más sectarias de las mismas. Será rey de todos los españoles si bien hereda el título de Rey Católico. Será católico o universal pero no será exclusivamente para los católicos.
Dios mediante, Felipe VI continuará siendo fiel a su propia iglesia en la que se bautizó, se casó y en la que se bautizaron sus hijas o posibles herederas. Por eso será universal o católico en el mejor sentido de la palabra: soberano pero servidor de todos los españoles, sobre todo de los más pequeños, y la encarnación de sus mejores aspiraciones como pueblo. Para los demás, desde el ángulo sociopolítico será el símbolo de lo mejor que España podría ofrecer al mundo y desde el económico será el mejor vendedor del producto que es España, defendiendo este producto hasta el extremo de decir a otro mandatorio de otro país con quien sigue compartiendo la misma lengua ¿Por qué no te callas? De ahí su verdadera catolicidad fuera de la Península Ibérica. Para Filipinas en particular, amén de todo ello, será el bienhechor pródigo a quien le tocará oír súplicas por subvenciones, colaboraciones y ayudas de esta hija que llegó en 1898 a la mayoría de edad pero que sigue siendo una necesitada.
La inmensa mayoría de los filipinos, por ignorancia y razones sentimentales, sigue pensando que el Rey de España es el Rey Católico por antonomasia incluso hasta el punto de creer equivocadamente que España es el país más católico y devoto del mundo ignorando que después de Brasil, Filipinas es el país católico más grande en el mundo. Los filipinos no tenemos rivales en subestimarnos a nosotros mismos. A muchos filipinos les cuesta creer que España sea un país secularizado y que nosotros seamos más devotos que los españoles. En la década de los setenta, vino a Filipinas el entonces Príncipe Juan Carlos junto con su esposa la Princesa Sofía. Un gran número de mis paisanos comprendió su visita exclusivamente desde un prisma católico que en este país siempre está vinculado a la nostalgia o el añoro por lo antiguo, por lo hispánico, por aquella belle époque que duró hasta la segunda guerra mundial pero cuyas huellas perduraron hasta que desapareció la última generación de hispanohablantes filipinos. Ahora me vienen a la mente imágenes de D. Juan Carlos en Filipinas rodeado de obispos y sacerdotes de estas islas, incluyendo a los españoles que seguían misionando en estas islas, encabezados por el entonces Arzobispo de Manila Cardenal Sin. Éste último cuando vivía se enorgullecía de su «amistad» con Franco, los Reyes de España y de los mandatorios hispanoamericanos. Lo mismo ocurrió cuando volvió en la década de los noventa siendo ya rey, acontecimiento que algunos denominaron «la primera vez que el Rey de España pisa su antiguo dominio en el Oriente» aunque ya había estado aquí, como dejé dicho, en tiempos de los Marcos, también fascinados éstos por las monarquías y quienes presumían, como el mencionado Cardenal, de ser amigos del Generalísimo Franco y también de D. Juan Carlos y Da. Sofia. Ésta última honró Filipinas con su presencia como reina consorte de nuestra Madre Patria por vez última en 2012.
Sin rubor, reconozco que entre las distintas monarquías la española ocupa un lugar especial en las entrañas de mi ser. No sólo por el toisón de oro o el título de capitán general o el águila bicéfala de Carlos I que forman parte de los atributos del Santo Niño de Cebú o por el traje que evoca la Corte de los Reyes Católicos de la Virgen del Rosario de La Naval de Manila junto con su corona, cetro y joyas que para mí son escandalosos en medio de tanta pobreza. Tampoco dicho afecto mío a la Corona Española se debe sólo a mi ascendencia y formación españolas o a mis labores de hispanista y docente por las que gano el arroz (o pan) de cada día. No se puede dudar de que la República de Filipinas nacida en 1898, con su raíz cristiana y con su cultura peculiar, no existiría sin nuestro vínculo histórico con la Corona Española. Dicho vínculo no cesó cuando el Generalísimo Emilio Aguinaldo alzó por vez primera el tricolor filipino en el balcón de su mansión en Kawit, Provincia de Cavite al son de la Marcha Filipina Magdalo (el Acta de la Proclamación de la Independencia del pueblo filipino de 1898 fue redactada en español) sino que se tranformó a la vez que el mundo también cambiaba de rumbo. Pervive el mencionado vínculo entre España y Filipinas a pesar de los pesares con cierto romanticismo y sentimentalismo y sigue creciendo como la semilla de mostaza de los Evangelios.
El verdadero encanto de la monarquía española para este republicano católico y filipino consiste en el hecho de que el nuevo soberano español, como lo fue su padre, es nuestro vínculo viviente con los orígenes de nuestra fe y cultura católica y occidental puesto que bajo la Corona la espada y la cruz se dieron la mano para conquistar y evangelizar estas islas. Gracias a esta misma Corona, que patrocinó la complicidad histórica y providencial de espada y cruz, estas islas se convirtieron en una nación que pudo atreverse a desprender de sus pañales afirmándose como nación libre y luchando por sus derechos de mayoría de edad empleando la lengua heredada de España. El culmen de estas lides es el status actual de Filipinas como miembro de pleno derecho de la mancomunidad hispana, y orgullos de su pasado y legado propios, cuya escenificación más emblemática se halla en la Capilla del Pilar en la Basílica Zaragozana donde cada país hispano es representado por su propia bandera nacional.
Con la elección de un nuevo presidente filipino (y también estadounidense), como la mayoría de los filipinos, doy suspiros por una nueva esperanza, por un futuro más prometedor. Es preciso reconocer que el Tío Sam es nuestro aliado más importante. Mucho más que la Madre España. Pero en realidad somos hijos de los conventos españoles y de los estudios de Hollywood con un breve interludio de Samurais y Kamikazes. Con la proclamación de un nuevo rey de España, también doy suspiros no sólo por los amigos españoles con quienes me solidarizo en sus aspiraciones por una España mejor, sobre todo a la luz de la reciente crisis económica, sino sobre todo por Filipinas que ha perdido la lengua de la Madre pero que ha conservado la fe católica e incontables formas culturales hispanas que había heredado de esta misma Madre y por los filipinos que siguen teniendo a España, también tierra de origen de emigrantes, en el punto de mira como verdes praderas para un futuro más prometedor en lugar de los USA u otros países del primer mundo. Pido a Dios, con suspiros de Filipinas pero con sabor hispánico, que, con Felipe VI, todo lo bueno de nuestras relaciones con la Madre Patria, logrado sobre todo a partir de la época posfranquista, dé unos pasos significantes nuevos hacia horizontes más prometedores en beneficio mutuo de estas dos naciones cuyos vínculos espirituales y culturales no han logrado anular los avatares de la historia.