No debemos, no podemos renunciar al anhelo del absoluto, porque solo en él podremos descansar con este corazón inquieto que nos golpea y empuja al nuevo día
(José Moreno).- Cada atardecer siento el regalo inmenso de la puesta de sol que gratuitamente se ofrece y se adentra en nuestro balcón. Junto al ventanal se ilumina el rostro de mi madre con su corona sencilla de cabello plateado que la hace señora de consuelo y de serenidad luminosa para mí. Allí contemplo como su «yo» se deshace como el sol que se va escondiendo, siento cómo ella lo hay ido entregando como hija, hermana, esposa, madre, vecina, peregrina…en relaciones afectivas y alegres, también de dolor asumido y compartido. Me alegra sentir que cuando su persona ya no se ha sostenido sobre ella misma, por ser debilidad radical, la hemos sostenido, con el mismo amor y afecto que ella ha entregado, aquellos que la consideramos como un «tú» valioso en nuestra vida, como un tesoro que no queremos perder, y que nos gustaría hacerlo eterno para que nunca nos faltara.
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