800 mujeres de todas las religiones y sectas confundidas gritaban por la paz en Centroáfrica. Gritaban, en una marcha a través la ciudad, contra luchas y ataques clandestinos de selekas y anti-balakas
(Juan José Aguirre, obispo de Bangassou).- Tardas menos en romper un puente que en construirlo. Bangassou es una diócesis inmensa llena de riachuelos y corrientes. Por lo tanto, también está llena de puentes que los cruzan.
Puentes y puentecitos. De sólo dos troncos o elevados y enteros. Un puente une dos orillas. Es una verdad de Perogrullo, pero las dos orillas tiene que unirlas alguien y el que posibilita la unión tiene siempre su lado amable mientras que el que provoca la desunión huele a mal bicho.
Hace un año, un grupo de vándalos armados hasta los dientes cruzaron el puente que une el resto de la diócesis al poblado de Selim. Un puente de 15 metros, muy alto sobre el río. Tirando ráfagas de metralleta, sus más o menos 1000 habitantes huyeron despavoridos.
Los ocupantes de los 3 Toyotas descapotables vieron la multitud escapando río arriba o tirada entre la maleza, tiraron contra los rezagados hiriendo a muchos y prendieron fuego a las casas de esa pobre gente. Más de 100 casas quemadas. Quemar las casas como arma de guerra cuando no llegan a violar las mujeres en masa en presencia de sus maridos.El fuego no solo consumió los techos de paja. Arrasó sacos con semillas, camas y mosquiteras, ropas y colchones, todo.
Cuando una choza se quema, todo lo que hay dentro queda incinerado. Sólo queda al final un esqueleto negruzco y humeante, testigo mudo de la fuerza del fuego y de la inclemencia de quien lo prendió.
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