Que en pleno siglo XXI, haya personas que se aprovechan de la necesidad ajena para, amparados en el anonimato, satisfacer sus deseos sin importarles las consecuencias no deja de ser preocupante e indignante
(Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en Brasil).- Uno de los elementos negativos que están relacionados con muchos mega-eventos que tienen lugar a lo largo y ancho del planeta es el turismo sexual. En este Mundial no es diferente, lo que ha sido constatado en diferentes medios de comunicación durante estos días. En todas las ciudades sedes está siendo común que con el desembarque de seguidores de las diferentes selecciones ésta sea una de las principales demandas.
Pensando en conseguir dinero rápido entre los que son vistos como acaudalados visitantes, muchas mujeres, la mayoría jóvenes e incluso menores, pertenecientes a las clases más castigadas entre la población brasileña, llegan de los diferentes rincones del país para ofrecer este tipo de servicios a gente sin escrúpulos que, lejos de sus casas, se sienten libres para satisfacer sus deseos carnales.
El gobierno brasileño ha lanzado una campaña coincidiendo con el Mundial, pero de hecho no deja de ser un deseo de guardar las apariencias frente a una realidad que es común en este país, que mueve mucho dinero y en el que se ven implicados gente de todos los ámbitos sociales, inclusive de aquellos que deberían cuidar de que esto no sucediese.
En este sentido cabe destacar las denuncias que en los últimos años ha realizado el obispo español Don José Luis Azcona, obispo de la Prelatura de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, que defiende que no hay voluntad política para solucionar este problema de la trata de personas para el comercio sexual, lo que ha provocado que esté amenazado de muerte.
La Iglesia Católica brasileña ha intentado ayudar a la sociedad a concienciarse sobre este problema. De hecho, fue uno de los puntos abordados en la Campaña de la Fraternidad de este año y también forma parte del material de concienciación que ha sido elaborado para el Mundial.
Pero debemos constatar con dolor que ésta no es una preocupación para la sociedad brasileña, que ve este problema como una cosa más entre los muchos elementos negativos que están presentes dentro del espectro social, pero que no toma cartas en el asunto para que las cosas cambien.
Cabe señalar como ejemplo lo que sucedió en la víspera de la abertura del Mundial en que la Conferencia Nacional de los obispos Brasileños, junto con otras instituciones, promovió una paseata en Brasilia para concienciar sobre la trata de personas durante este evento y contó con una escasa participación, hasta podríamos decir que insignificante para una gran ciudad como es la capital del país.
Ante este tipo de situaciones uno se pregunta hasta donde llega la capacidad humana para aprovecharse de quien por diferentes motivos se ven abocados a pasar por esto. Este, como muchos otros, es un problema que difícilmente será resuelto si la sociedad, como un todo, no busca soluciones comunes. Que en pleno siglo XXI, haya personas que se aprovechan de la necesidad ajena para, amparados en el anonimato, satisfacer sus deseos sin importarles las consecuencias no deja de ser preocupante e indignante.
Al final, esto forma parte de todo lo que envuelve el Mundial, que quiere que quien gasta el dinero para enriquecer a la FIFA pueda volver «satisfecho», sino con el resultado de su selección, sí con otro tipo de cosas de las que más que presumir delante de los amigotes, debería sentir vergüenza, pues al final las víctimas de todo este entramado son personas que si están vendiendo su cuerpo es, muchas veces, obligadas o como último recurso para llevarse un pedazo de pan a la boca.