¿Por qué, una vez más, esas medias verdades, ese ocultamiento, secretismo, de nuestro obispo ante la diócesis? ¿Qué persigue el obispo con todo esto?
(A. Beizama).- Recientemente hemos podido asistir a una nueva jugada episcopal, y ya van unas cuantas, a espaldas y a costa del conjunto de la diócesis. Esta vez el marco, para la puesta en escena, ha sido, nada menos, que una eucaristía celebrada el pasado día 17 de junio, en la parroquia de San Pedro, de Bergara.
Esa mañana, sobre las 11:45, comenzaban a repicar y voltear todas las campanas de la parroquia de San Pedro, como queriéndose hacer eco del gran acontecimiento que iba a tener lugar, en breve, en el templo. Sonido que se volvió a repetir varias veces, con toda solemnidad, en el margen del tiempo hasta las 12 del mediodía, hora prevista para el inicio de la celebración.
Aquel casi constante sonido exterior y su estilo, hacía pensar que tendría un gran poder de convocatoria y que, por lo tanto, al entrar en el templo uno se encontraría, mínimamente, con los bancos completos de asistentes. Pero no fue así. Resultó un templo casi vacío de participantes atraídos o invitados, aparte del grupo protagonista del evento, algo más de cien mujeres jóvenes que habitan o estaban en ese momento en el monasterio de la Stma. Trinidad, del pueblo, y propiedad de las Clarisas, que, a medida que iban llegando, se iban situando en la parte delantera del templo y, en su mayoría en el suelo.
Entre los demás participantes, hubo un número considerable que resultaron simples curiosos que, a medida que pasaba la celebración, iban abandonando el lugar, algunos de ellos sacando antes una foto con el móvil. Y los que se quedaron hasta el final no sobrepasaban el número de la cincuentena. De estos, a su vez, en su mayoría, no pertenecientes al pueblo o a la comunidad cristiana de Bergara; sino de alguna diócesis vecina, e incluso del extranjero. Por lo tanto, una primera impresión que hacía ya cuestionarse algo.
Hasta las 12:15 fueron entrando estas mujeres jóvenes, de nacionalidades diversas, vestidas con una especie de uniforme gris, cuya falda llegaba hasta el suelo y una especie de casaca superior con capucha, pero que en ningún momento hicieron uso de ella, y sandalias, de calzado.
A esa hora, con el canto de entrada, al Espíritu Santo, en castellano, comenzó desde una sacristía lateral, la procesión de los sacerdotes y cuantos se iban a situar en el presbiterio durante toda la celebración. Que, teniendo en cuenta, el número de fieles o gente que estaba en el templo, resultaba un número considerable de personal, entre ceremonieros -alguno extranjero-, monaguillos -alguno ni de la comunidad de Bergara-, diáconos -uno de la diócesis, no así el otro al que se le dio todo protagonismo ejerciendo como diácono-, presbíteros -algunos de la diócesis y otros de fuera-, obispos, arzobispos y dos cardenales.
Concretando los pastores, resultaron: el Cardenal Joao Braz de Aviz, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que es quien presidió; y los acompañantes: José Carballo, ofm, Arzobispo y Secretario de la Congregación; Christian Tumi, primer Cardenal camerunés; Murilo Sebastián Ramos Kriegger, scj, y Arzobispo de San Salvador da Bahía (Brasil); Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo y Primado de España; José Ignacio Munilla Aguirre, Obispo de San Sebastián; Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba; Joseph Atanga, sj, Arzobispo de Bertoua y Presidente de la Conferencia Episcopal (Camerún); Raúl Vera López, op, Obispo de Saltillo (México); Georges Nkuo, Obispo de Kumbo (Camerún).
La segunda impresión que creaba un nuevo interrogante era, por una parte, qué hacía tanta jerarquía presente cuando, algunos incluso, no tenían ninguna relación en sus diócesis con este grupo de mujeres; y, por la otra, llevaba a pensar que algo especial iba a suceder en algún momento de la celebración.
Fue desarrollándose con un ritmo pausado y adecuado para tanto ceremonial como había. Muy austero en la parte instrumental. El canto suave y agradable al oído. Sencillo, igualmente, la ornamentación floral. Preparado y ensayado cada momento con exactitud, lo que hacía que, en lo que respecta al aspecto ceremonial-representativo, fuera muy correcta y digna. Pero, al mismo tiempo, uno sentía que no era suficiente una buena ejecución de la liturgia, pues no se había tenido en cuenta la participación del pueblo creyente que pudiera asistir -sobre todo, en el tema del idioma y el tipo de cantos-, por mucho que se tuviera un folleto preparado para que los asistentes pudieran seguir la celebración.
Era algo así como sentir que esa eucaristía estaba desencarnada y desplazada de lo que tenía que ser como celebración de una comunidad cristiana, y que, sin embargo, estaba absolutizada y a merced del acontecimiento del grupo concreto y determinado. Era como si se hubiera invadido y apropiado de manera privada y particularista, una parroquia y una celebración. Y, en cuanto al idioma empleado fue llamativo que, desde el principio hasta el final, en ningún momento se hiciera uso de la lengua vernácula del lugar, el vasco.
Máxime teniendo en cuenta la ubicación geográfica del pueblo. En cuanto al presidente y concelebrantes, el idioma empleado fue el castellano; los cantos, interpretados en castellano, latín y francés; la oración de los fieles, en castellano, italiano, portugués, inglés y francés. Y, otro detalle llamativo fue que la homilía del Cardenal Prefecto, en castellano, iba siendo traducido al francés al mismo tiempo para el grupo por una de ellas. A esto se une, que en ningún momento ni se mencionó ni se agradeció ningún gesto a la comunidad cristiana y al pueblo de Bergara, ni a la misma diócesis de San Sebastián.
Daba la sensación de que allí el tema se presentaba como algo personal de obispos y no como asunto o tema de diócesis. Era llamativo, igualmente, el tipo de gestos y manera de posicionarse de las mujeres en el templo, nada habituales en la comunidad cristiana donde se encuentran; así como el icono de la «Virgen de Guadalupe», de México, que se puso en el presbiterio.
Situados al final de la celebración, sobre las 13:30 del mediodía, después de la bendición final y antes del canto de salida, el obispo de la diócesis tuvo la ocurrencia de comenzar a aplaudir -no se sabe a qué ni por qué-, aunque no fue ni muy secundado ni prolongado. A esa hora volvió a resonar el largo repique y volteo de las campanas.
Uno abandonaba el templo con la impresión de que la celebración había sido un montaje para mostrar mucho más o algo más de lo que en realidad era el momento y la circunstancia; y, que seguramente, al día siguiente aparecería en la prensa como noticia redonda e impactante.
Algo que quedó corroborado en la contraportada, de un periódico provincial (aunque en algunos otros también tuvo eco) con el titular: «Las monjas de Bergara, en orden. El cardenal Joao Braz de Aviz les entregó el acta papal por la que se restituye a las Hermanas de San Juan y Santo Domingo«.
La letra pequeña no era tan contundente en esta afirmación; ni tampoco se podía extraer esa conclusión de las primeras palabras pronunciadas en el inicio de la homilía por el Cardenal Joao, que decía así: «Monseñor Carballo y yo hemos venido a Bergara para el encuentro con los señores obispos y también con las hermanas. Pasamos esta mañana procurando discernir las cosas delante del Señor…». No hubo ninguna otra mención más específica al respecto en toda la celebración.
Si a esto se añade que, unos días antes, Mons. Carballo, en distintos encuentros que tuvo en Guipúzcoa, preguntado por el tema, respondía que no había nada hecho y que este tipo de grupos o nuevas formas lo tienen muy difícil en Roma, se puede concluir que, realmente, todavía no hay nada definido ni decidido respecto a estas mujeres, como desde la cúpula diocesana se pretende transmitir; sino que el encuentro del día 17 ha sido sólo el inicio de un camino de diálogo en el que no se sabe con certeza en qué puede acabar todo esto. Tampoco somos testigos visuales del acta papal que, supuestamente, se ha entregado, como sí lo fuimos del rescrito de disolución del 10 de enero de 2013.
Este hecho dejaba y sigue dejando muchas cuestiones al aire: ¿Por qué ese empeño en hacer sobrevivir a este colectivo de mujeres en Bergara y en la Diócesis cuando jurídicamente no están nada definidas, no tienen misión alguna, no tienen un trabajo remunerado para su sustento, no están integradas ni acogidas por el pueblo? ¿Quién las mantiene? ¿Qué aportan de más a nuestra Iglesia local y pueblo teniendo en cuenta que no parece tengan ningún interés por situarse en una cultura, en un entorno, en una realidad concreta?
¿Por qué, una vez más, esas medias verdades, ese ocultamiento, secretismo, de nuestro obispo ante la diócesis, al que parece se ha aficionado, ante ciertos hechos y circunstancias, e incluso, en esta ocasión, llegando a utilizar como marco, para ello, la eucaristía? ¿Qué persigue el obispo con todo esto?