El pensamiento único ha logrado convencernos de que somos impotentes e incapaces de transformar el mundo
(José Manuel Vidal, Burgos).- Dice cosas enjundiosamente evangélicas y las dice bien. El secretario general de Cáritas española, Sebastián Mora, encandiló al auditorio del aula magna repleta de la 67 semana de misionología de Burgos con una ponencia titulada «Evangelizar a los pobres y dejarse evangelizar por ellos». Y, entre otras cosas, denuncia que en el túnel de la crisis vive ya mucha gente que no saldrá de él, aunque invita a no dejarse sumir en la «impotencia» y pide a la Iglesia que deje de «coexistir con los pobres, para pasar a convivir con ellos».
Mora tiene el don de la palabra y es un excelente comunicador tanto en el fondo como en la forma. Y hasta es capaz de hacerlo con gracia, salero y mucho gracejo sevillano. Y eso mantiene pendiente a cualquier auditorio. Sobre todo si, además, lo que dice lo intenta vivir como testigo creíble.
Tras alabar la Evangelii Gaudium, obra de un Papa latinoamericano y jesuita, el secretario de Cáritas comenzó alertando contra la «domesticación» de los términos acuñados por Francisco. Especialmente, el de frontera o el de las periferias. «Éstas no son para domesticarlas en los laboratorios, sino para vivirlas».
El concepto papal se domestica «cuando todo es periferia y nada es periferia». «La periferia es vivir en la desnudez y a la intemperie, para mostrar el rostro misericordioso de Dios». Porque «la pobreza no es un concepto ni una argumentación, sino un espacio de la experiencia del Dios de Jesús». De ahí que, a su juicio, no se puede desactivar la carga experiencia del término frontera, aplicándolo por ejemplo a la catequesis de confirmación o a cualquier otro problema pastoral.
Para centrar su ponencia, Mora abordó «algunas notas del contexto social y económico». Con afirmaciones tan contundentes como éstas: «Vivimos en un mundo fracturado y roto y hemos naturalizado la pobreza como algo normal. Nos parece normal que haya pobreza, desigualdad e injusticia«.
Y es que «vivimos en un mundo cada vez más desigual. España es el país de la UE donde más ha crecido la desigualdad en los últimos años«. Por eso, se muestra escéptico, cuando los políticos hablan de luz al final del túnel. «El problema es que el túnel está lleno de gente viviendo en la oscuridad y que jamás va a salir de él».
De ahí que, a su juicio, haya que mantener, con el Papa Francisco, que «la pobreza es una vergüenza y un escándalo. La desigualdad es la inequidad y la economía mata y excluye. Es el triunfo de la cultura del descarte».
Por otra parte, Mora se niega a caer en la «impotencia» de admitir que no hay salida. «No podemos contentarnos con el mal que tenemos, porque nos digan que la situación no se puede cambiar. El pensamiento único ha logrado convencernos de que somos impotentes, de que no somos capaces de transformar el mundo. Es la construcción social de la impotencia, introyectada también entre los cristianos».
Ante este pensamiento único y dominante, Mora propone: «Los cristianos podemos, porque la fuerza del Evangelio nos llama a transformar el mundo«. Pero, para eso, hace falta una Iglesia no sólo creyente sino creíble. Porque «no basta decir que somos creyentes, si no somos creíbles».
De ahí que, para él, «la única forma de convertir al mundo sea desde la apologética de la caridad. Es decir, necesitamos más testigos que maestros o teólogos».
Profundizando en la vertiente eclesial, Mora señaló las tres condiciones de una Iglesia evangelizadora o de una Iglesia en salida misionera hacia las periferias: «Extrovertida, una excéntrica y dialogante».
La Iglesia extrovertida es la Iglesia «de puertas abiertas, para que pueda entrar todo el pueblo y para que pueda salir también alguno de los que están dentro». La Iglesia excéntrica es la «rara y con otro centro: el de la opción preferencial por los pobres«.
El secretario general de Cáritas española explicó que, en contra de lo que suele decirse, «la opción por los pobres es una opción cristológica y, por lo tanto, no es una opción sólo para Cáritas o para los misioneros. Es una opción fundamental para obispos, curas, frailes, monjas y laicos. Para todos. Es una hecho central para todas las instituciones de Iglesia».
Y alertó contra la tentación de utilizar el concepto de la pobreza espiritual «para defendernos de esa llamada a la opción por los pobres y ubicarnos en el terreno cerrado de lo espiritual, donde somos especialistas».
Por último, una Iglesia en diálogo. «Salir a las periferias es ir a dialogar, no a monologar. Dialogar es poner en cuestión no la verdad, sino mi verdad«. «La Iglesia no debe esperar que vayan a hablar con ella, sino que debe ser ella la que salga a dialogar con la gente». Especialmente con los pobres.
Pero, ¿quiénes son los pobres?
Mora aseguró que el Papa, en su exhortación, no habla de pobreza espiritual. Porque, «en un mundo tan cruelmente amenazado, no podemos jugar con metáforas, cuando la pobreza hoy, en el mundo, mata a millones de personas».
Por eso, a su juicio, el Papa habla desde el «realismo social» de los descartados o de la población sobrante. «Ya ni siquiera son explotados, sino que simplemente sobran y el sistema se protege de ellos con muros, espinos o concertinas». Y añadió: «Pobre es el que se le levanta sin saber si sus hijos sobrevivirán. La vida a los pobres no les sale al encuentro, les masacra».
De ahí que el camino para evangelizar a los pobres pase, a su juicio, por el testimonio personal o por colocar a la persona como primer y fundamental camino de la Iglesia, porque «nada humano nos puede ser ajeno y la huella del Reino está en el desarrollo humano«.
El camino de la evangelización también pasa por «evangelizar las relaciones sociales y las culturas». Y, en este punto, el ponente denunció que, por ejemplo, «el esfuerzo de inculturación de la Iglesia con los inmigrantes ha sido mínimo». Y puso dos ejemplos. El de los inmigrantes ecuatorianos, mayoritariamente católicos y que no fueron suficientemente acogidos en las parroquias. O el de los gitanos que van a pedir a las parroquias, pero a rezar al culto protestante.
Y, por supuesto, la evangelización pasa por el «anuncio explícito». «Durante años no hemos hablado de lo más importante que tenemos: Dios». A veces, por un respeto mal entendido. Por eso, instó a hablar de Dios abiertamente. Eso sí, sin «usar el dolor de la gente para hacer proselitismo».
El movimiento evangelizador es doble: evangelizar y dejarse evangelizar por los pobres. Y, para conseguir esto último, Mora propuso tres condiciones: indignación, compromiso y asombro. «Indignación, para dejarse romper por dentro. Compromiso, para dejarse evangelizar por los pobres y para ponernos en camino e ir a las periferias». Porque «sin un salir que nos precede no hay un entrar que nos construye».
Y, por último, el asombro como antídoto a la cultura de la ignorancia informada. «Nos acercamos a los pobres como los que todo lo sabemos. Si no cabe el asombro, no hay Evangelio», sentenció Mora.
Para evangelizar y dejarse evangelizar y ser pueblo, Mora ofreció una serie de pistas. La primera, convivir frente a coexistir. «Una cosa es coexistir con los pobres y otra, convivir con ellos. Hay que pasar de lo primero a lo segundo».
La segunda pista es «tocar la carne de los pobres y tener una experiencia real de la pobreza«. La tercera, poner en marcha «proyectos proféticos, que respeten, pequeñas cosas que anuncien que lo grande está por venir. Porque ya hay gente que quiere y que se desgasta por los pobres. Eso es puro Evangelio».
Y el aula magna de la Facultad de Teología de Burgos estalló en una gran ovación. De las sentidas, de las que salen del alma, de las que realmente dicen: «Gracias, nos has llegado, nos has interpelado en profundidad. Gracias, profeta Sebastián«.