Se interesaba por el dinamismo alborotado de la Iglesia en el postconcilio y con agudeza leía publicaciones recientes de teología renovada con el empeño de comprender mejor el evangelio
(Jesús Espeja).- Mientras estoy acompañando a un grupo de religiosos en ejercicios espirituales, incidentalmente leo la noticia: María Antonia Iglesias falleció ayer. Como reacción espontánea confío en Dios amigo de la vida que no abandona jamás a los seres humanos en la muerte, y redacto un breve comentario.
Por los años 80 del siglo pasado, estando en Vallecas, conocí a María Antonia y platiqué varias veces con ella. En nuestras conversaciones percibí su preocupación humanista y su compromiso político, sin conocer su valía y eficacia periodista que hoy destacan los medios de comunicación. Desde entonces no he hablado con ella, si bien alguna vez he visto y escuchado por televisión intervenciones suyas en debates.
Lo que más me impresionó en María Antonia fue su curiosidad insaciable por conocer mejor la fe cristiana; se interesaba por el dinamismo alborotado de la Iglesia en el postconcilio y con agudeza leía publicaciones recientes de teología renovada con el empeño de comprender mejor el evangelio. Pero esta comprensión para ella era inseparable de su opción política. Su alistamiento al PSOE significaba también un imperativo crítico de renovación. De algún modo parejo con su interés por una Iglesia fiel al evangelio, iba también su compromiso por rejuvenecer a un partido político siempre tentado, bajo la codicia y el poder, a olvidar la intención humanista de su nacimiento.
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